Roma, 30 de junio de 2012
Muy queridos/as todos/as:
Estábamos en Angola cuando nos
comunicaron que Jesús había tenido un accidente muy grave. Unos días antes me
había escrito para decirme que vendría a Roma a ver al P. General y que quería
vernos a Asun y a mí. Habíamos quedado de encontrarnos el 4 de julio aquí en
casa. Desde Angola hemos seguido cada día la página web, lo hemos acompañado muy
cerca desde lejos.
Ayer regresamos de Angola.
Mientras viajábamos, pensaba en él. Daba gracias por su vida, por tantas cosas
que a lo largo de los seis años que me tocó acompañar a mis hermanas en Puerto
Libre, compartimos. Sentía su vida entregada en Sucumbíos, su vitalidad, su
convicción y adhesión al Señor Jesús y al Reino de Dios, su ilusión con el
proyecto de Puerto Libre, su esperanza contra toda esperanza y también su noche
oscura. Pensaba en su hermana Carmen que lo estaría esperando así como él la
acompañó a ella. Y luego, leyendo la Palabra del día, sentí que era la
expresión de lo que él vivía en ese momento:
“En cuanto a mí, ha llegado la hora del
sacrificio y el momento de mi partida es inminente. He peleado el buen combate,
he terminado la carrera, he mantenido la fe. Sólo me espera la corona de la
justicia que el Señor como justo juez me entregará aquel día. Y no sólo a mí,
sino a cuantos desean su manifestación… El Señor, sí, me asistió y me dio
fuerzas para que por mi medio se llevase a cabo la proclamación, de modo que la
oyera todo el mundo; así el Señor me arrancó de la boca del león. El me librará
de toda mala partida y me salvará en su reino celeste. A él la gloria por los
siglos de los siglos” (2 Tim 4, 6 – 8. 17 – 18).
Ha peleado el buen combate y ha
mantenido la fe. Ha anunciado con su vida y su palabra que Jesús es el Mesías,
el Hijo del Dios vivo, y nuestro Dios lo
resucitará también en el pueblo de Sucumbíos y sobre él seguirá construyendo su
iglesia y la muerte no la vencerá. (Cfr. Mt 16, 17 – 19).
Hoy brota en mí un poema de
Benjamín González Buelta que fueron profundamente significativo cuando murió mi
papá:
Al morir mi amigo
algo de mí
que ya era él
se fue.
Algo de mí
resucitó en él.
Algo de él
que todavía es yo
se quedó.
Algo de él
espera en mí resurrección.
El tiempo al andar
parece devorar
todo el amor.
Pero mientras más aleja
en mi pasado su recuerdo,
más me acerca
al encuentro sin distancia del futuro.
Aunque en mí
cada día tiene
su poda, su espera y su cosecha,
para él
ya toda la historia se cumplió,
yo llegué con él
y allí estoy.
Gracias, Señor.
Queridos/as hermanos/as, con
ustedes lloro su muerte y agradezco su vida. Un abrazo muy grande para todos/as.