Nuestro hermano y amigo Jesús Arroyo nos ha
dejado, lo recordamos con la esperanza que nos viene del Jesús Vivo, del Padre
Dios y del Espíritu Vivificador. Su vida ha sido un regalo del Señor y como
tal agradecemos su amistad, testimonio y entrega, como un don que se dio hasta
el final.
En los momentos más duros que hemos vivido en
el último año y medio el P. Jesús nos decía: “Tenemos que seguir adelante,
debemos seguir caminando, defender a ISAMIS es ser fieles al Señor, es un servicio
a la Iglesia y al pueblo de Sucumbíos”.
Tenía muy claro que con la salida de Monseñor Gonzalo las cosas no iban
a ser igual, pero siempre mantuvo la confianza en las comunidades, en los
movimientos eclesiales y en las organizaciones populares y en su capacidad para
continuar adelante.
Veía con gran esperanza el camino de
reconciliación iniciado con el ayuno de Mons. Gonzalo y seguido con valentía
por Mons. Paolo Mietto; creía que, a pesar de las dificultades, era posible
recuperar la unidad, conciliando las diferencias en la construcción de una
Iglesia Viva y Misionera.
El P. Jesús vive ahora en Dios, en las
comunidades y en las organizaciones, camina junto a nosotros y nosotras y, por
eso, no podemos detenernos. Nos ha
dejado su mochila, su rosario y la Palabra del Señor, que eran su único
equipaje para caminar por la selva en sus permanentes visitas a las comunidades
indígenas, las campesinas, los barrios pobres, las mujeres y los jóvenes; grupos
de vida a las que tanto amaba.
Nos llama e invita a recoger su mochila, a
ponernos de nuevo las botas de caucho y con las únicas armas de la Palabra de Dios, con la fe, la esperanza y el
amor, seguir el camino. Los que lo hemos
conocido y amamos a la Iglesia de San Miguel de Sucumbíos seguimos caminando
con dolor por su pérdida, pero convencidos de que estamos construyendo el Reino
de Dios.
Tenemos la seguridad de que el P. Jesús nos
acompaña.