Buscando una huella me largué a
los rumbos y anduve caminos amando el tierral.
Buscando una huella me largué a
los rumbos y anduve caminos amando el tierral.
La huella se alarga, la meta no
llega, la estrella me invita a seguir no más.
Amé los caminos que creía míos
hoy veo que aquéllos son sólo de Dios.
Voy dejando amigos que toman
desvíos, misterios distintos del que tengo yo.
La historia se enancha, la
huella se estrecha, la vida se encoge, quiere madurar.
La vida, la vida no acaba bajo
la cosecha, yo sé que en mi vida morir es callar.
Creo en el mañana, tengo fe en
la tierra. Ella permanece para mi trigal.
Sigo su camino buscando una
tierra con toda mi alma quisiera ser fiel.
En cada campana arrollo mi
carpa. No quiero taperas si no he de volver.
El que está en camino nunca se
despide.
Libre como el viento saluda al
pasar.
Su sola querencia anida en la
meta, que aún no conoce, pero alcanzará.
Todo lo que vive, hacia allí
camina.
Sigue el mismo rumbo que camino
yo.
Un día el encuentro volverá a
reunirme con lo que he dejado por buscar a Dios.
Moriré en septiembre cuando
todo estalla.
Blanquea el ciruelo despertando
en flor.
Cuando el duraznero se viste de
nuevo y todo renace a mi alrededor.
Dejaré el invierno como algo
pasado, al que no se vuelve para nostalgiar.
Meterse en la vida brotar en la
tierra, y con ella irse para el más allá.
Si busco la vida no hay otro
camino. Es duro morirse pero hay que morir.
Sangrando en la huella me voy
sur adentro. No puedo negarte de nuevo mi sí.
Sangrando en la huella me voy
sur adentro. No puedo negarte de nuevo mi sí.
Esta hermosa canción de Roberto Ovejero, es
una verdad en la vida de Jesús Arroyo. La vida que no acaba bajo la cosecha, la
vida que no deja de ser MISTERIO. En memoria de ese misterio, la Vida Religiosa
de Sucumbíos se siente en búsqueda permanente. Porque tenemos fe en la tierra,
sabemos, queremos, deseamos seguir caminando. En nuestro amigo y hermano Jesús,
hemos descubierto que no hay más camino que
seguir sangrando en la huella e ir sur adentro. Más adentro de la historia,
Jesús Arroyo ha dejado un testamento
profético para quienes compartimos aspiraciones, vida y esperanza. Ese
testamento está arraigado en la pasión por Jesús y su Reino. Y no hay más
acción y palabras que la entrega decidida y arriesgada que él hizo. Con él, nos
sentimos en solidaridad con el pueblo de Dios, con los pequeños de nuestra Amazonía.
Gracias, querido Jesús.