El Hijo también da la vida a los que quiere. (Jn 5,21) Ésta es la respuesta
que Jesús da a quienes tienen ganas de
matarle. Ese “también” se refiere al Padre Dios. Jesús está totalmente vinculado
a Dios y ha llegado un momento en su vida en el que todo lo que hace es lo que
Dios hace. El reino de Dios ha llegado porque las cosas están cambiando, porque
ese Dios no se queda callado ni quieto, ni conforme con la maldad, sino que en
total actividad, da la vida a los que quiere.
¿Cómo puede ser ésta una razón para matar a alguien? Parece lo
contrario, que la gente que está más vinculada a Dios debe tener su favor, debe
totalmente pacífica como para no hacerse objeto de miradas asesinas.
En el contexto de
la Pascua judía, ¿por qué un judío justo como Jesús se hace objeto de miradas
que quieren acabar con su vida? Es quizás que cuando actúa el bien, se desatan
las fuerzas del mal para ahogarlo. Es dinámica de Reino de Dios.
Lo cierto es que en
este contexto de Pascua y persecución, Jesús se atreve a moverse. Pasa a la
otra parte del lago de Galilea. El movimiento le da nueva perspectiva sobre las
cosas, esa itinerancia le pone en contacto permanente con la precariedad, con
la multitud de gente que está desorientada y abandonada por los gobernantes y
gente religiosa. No hay otro camino de encuentro con el pobre que moverse.
Pero este
movimiento implica una contemplación de lo que ocurre y una contemplación del
interior del ser humano. Y a la vez que contempla, sus manos actúan. Pero su
acción no es compulsiva, ni obedece a sus propios intereses. Su actuación está
motivada por la compasión que le quema las entrañas. No puede consentir el
sufrimiento. No hará lo que otros hacen, tiene que hacer lo que Él puede, debe
y quiere hacer que es aliviar, curar, sanar, alimentar… porque así lo hace
Dios.
El contacto con lo
público, la capacidad de liderazgo podría generar en él el deseo de tomar un
atajo, de buscar mejores resultados, de encontrar medidas de calidad, de
computar estadísticamente… Lejos de eso, lo único que se computa en el
evangelio y esto se lo sugieren los discípulos es la cantidad de recursos con
los q ue cuentan para saciar el hambre
de la gente. Interesante, ¿no? Y estos recursos no se encuentran en Él
principalmente, sino en la fuerza de la comunidad y en su capacidad para
compadecerse como Él lo hace: no dejen de saciar el hambre y la sed, pero como
Dios lo hace, sin paternalismos, sin compra-venta, sin cobrarse nada… sacien
porque tienen la capacidad y el poder de hacerlo, desde la solidaridad más
absoluta con el sufrimiento humano, desde las entrañas de la compasión y con la
libertad de los hijos e hijas de Dios.
La soledad es el
lugar del discernimiento para no confundirse: la tentación es permanente y hay
que vigilar. Jesús quiere dejar claro para qué ha venido y quién es. Por eso
ora solo y desaparece, para que sea Dios mismo quien le revele su rostro
auténtico de Hijo.
Junto con el
movimiento, la transformación de la realidad. Si el mundo está dividido entre quienes gozan
de abundancia y quienes están privados de lo necesario, Jesús viene a derrocar
ese sistema y sueña con un cambio radical a través de poner en común lo que se
tiene. Ese cambio radical está pendiente en el mundo. Nosotros, nosotras sólo
somos aprendices. Pero por la misericordia de Dios tenemos experiencia de la
multiplicación de panes en Sucumbíos. Esa multiplicación ha sido abundante,
sorprendente y ha confundido a quienes se miden y lo miden todo por categorías
de poder, legalidad o pureza. De hecho, la experiencia de compartir es un arma
poderosa que el Espíritu confía a los pobres y da para confundir a los
poderosos. Confiemos en la Palabra de Jesús, sintamos su Presencia, vivamos de su Palabra y corramos tras sus
huellas.