domingo, 29 de julio de 2012

MOVERSE AL ESTILO DE DIOS PARA TRANSFORMAR EL MUNDO - Juan 6,1-15

El Hijo también da la vida a los que quiere. (Jn 5,21)  Ésta es la respuesta que Jesús da a quienes tienen ganas de matarle. Ese “también” se refiere al Padre Dios. Jesús está totalmente vinculado a Dios y ha llegado un momento en su vida en el que todo lo que hace es lo que Dios hace. El reino de Dios ha llegado porque las cosas están cambiando, porque ese Dios no se queda callado ni quieto, ni conforme con la maldad, sino que en total actividad, da la vida a los que quiere.  ¿Cómo puede ser ésta una razón para matar a alguien? Parece lo contrario, que la gente que está más vinculada a Dios debe tener su favor, debe totalmente pacífica como para no hacerse objeto de miradas asesinas.
En el contexto de la Pascua judía, ¿por qué un judío justo como Jesús se hace objeto de miradas que quieren acabar con su vida? Es quizás que cuando actúa el bien, se desatan las fuerzas del mal para ahogarlo. Es dinámica de Reino de Dios.
Lo cierto es que en este contexto de Pascua y persecución, Jesús se atreve a moverse. Pasa a la otra parte del lago de Galilea. El movimiento le da nueva perspectiva sobre las cosas, esa itinerancia le pone en contacto permanente con la precariedad, con la multitud de gente que está desorientada y abandonada por los gobernantes y gente religiosa. No hay otro camino de encuentro con el pobre que moverse.

Pero este movimiento implica una contemplación de lo que ocurre y una contemplación del interior del ser humano. Y a la vez que contempla, sus manos actúan. Pero su acción no es compulsiva, ni obedece a sus propios intereses. Su actuación está motivada por la compasión que le quema las entrañas. No puede consentir el sufrimiento. No hará lo que otros hacen, tiene que hacer lo que Él puede, debe y quiere hacer que es aliviar, curar, sanar, alimentar… porque así lo hace Dios.
El contacto con lo público, la capacidad de liderazgo podría generar en él el deseo de tomar un atajo, de buscar mejores resultados, de encontrar medidas de calidad, de computar estadísticamente… Lejos de eso, lo único que se computa en el evangelio y esto se lo sugieren los discípulos es la cantidad de recursos con los q ue cuentan para saciar el hambre de la gente. Interesante, ¿no? Y estos recursos no se encuentran en Él principalmente, sino en la fuerza de la comunidad y en su capacidad para compadecerse como Él lo hace: no dejen de saciar el hambre y la sed, pero como Dios lo hace, sin paternalismos, sin compra-venta, sin cobrarse nada… sacien porque tienen la capacidad y el poder de hacerlo, desde la solidaridad más absoluta con el sufrimiento humano, desde las entrañas de la compasión y con la libertad de los hijos e hijas de Dios.
La soledad es el lugar del discernimiento para no confundirse: la tentación es permanente y hay que vigilar. Jesús quiere dejar claro para qué ha venido y quién es. Por eso ora solo y desaparece, para que sea Dios mismo quien le revele su rostro auténtico de Hijo.

Junto con el movimiento, la transformación de la realidad.  Si el mundo está dividido entre quienes gozan de abundancia y quienes están privados de lo necesario, Jesús viene a derrocar ese sistema y sueña con un cambio radical a través de poner en común lo que se tiene. Ese cambio radical está pendiente en el mundo. Nosotros, nosotras sólo somos aprendices. Pero por la misericordia de Dios tenemos experiencia de la multiplicación de panes en Sucumbíos. Esa multiplicación ha sido abundante, sorprendente y ha confundido a quienes se miden y lo miden todo por categorías de poder, legalidad o pureza. De hecho, la experiencia de compartir es un arma poderosa que el Espíritu confía a los pobres y da para confundir a los poderosos. Confiemos en la Palabra de Jesús, sintamos su Presencia,  vivamos de su Palabra y corramos tras sus huellas.