La
Iglesia asiste en nuestros días a una grave crisis de humanidad, que traerá
consigo enormes mutaciones. Un nuevo orden se está gestando, y la Iglesia tiene
ante sí misiones inmensas, como en las épocas más trágicas de la historia. Porque
lo que se exige hoy de la Iglesia es que infunda en las venas de la humanidad
actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio. […] La visión de estos
males impresiona sobremanera a algunos espíritus que sólo ven tinieblas a su
alrededor, como si este mundo estuviera totalmente envuelto por ellas. Nos, sin
embargo, preferimos poner toda nuestra firme confianza en el divino Salvador de
la humanidad, quien no ha abandonado a los hombres por Él redimidos…
(Constitución
Apostólica de Juan XXIII convocando el Concilio Vaticano II, 25 diciembre 1961)
Pero, ¿dónde están ocurriendo los
cambios? Los cambios significativos no ocurren en el orden establecido,
político, religioso o económico, el orden que impera en la actualidad. Los
cambios están ocurriendo en la oscuridad de la tierra, en las conciencias de
las personas que sufren, en las situaciones sin salida de los pobres, en lo que
está abocado al fracaso. En esas situaciones límite ocurren los cambios. ¿Por
qué? Porque ahí está la verdad de todo.
Entonces, toca mirar lo que
hay bajo el asfalto, lo que hay bajo el lodazal, lo que hay bajo las ruinas, lo
que hay bajo los escombros, lo que hay bajo los brillos, los triunfos y las medallas.
Y eso que hay, nos mostrará el camino a seguir. Un camino que será de vida
definitiva e inmanipulable.
Ahora observemos en nuestras
comunidades: ¿dónde están ocurriendo los cambios? Quizás estén ocurriendo más
allá de lo que aparece o de lo que está funcionando. Quizás el motor de los
cambios esté en esas mujeres que persisten en compartir semanalmente la Palabra
de Dios aunque la mayor parte de sus vecinos y vecinas no sientan la misma
necesidad y aunque no se quieran asumir determinadas responsabilidades como el
ornato, la animación, el compartir o la catequesis. Quizás los cambios estén
viniendo de esos ministerios que llevan años en sus comunidades esperando un
rebrote de algo distinto y que no son considerados por cristianos que buscan un
sacramentalismo sin compromiso. Y puede que los cambios estén en ese esfuerzo
colectivo y compartido que brota de una minga espontánea ante un próximo
acontecimiento. O en la persistencia de esa familia que mantiene viva la
comunidad con su propio testimonio y preocupación por lo que le pasa a quienes
tienen al lado. O quizás los cambios estén viniendo de aquella mujer que supera
el maltrato a la que es sometida y se pone en pie buscando ayudas y medios para
salir adelante. Y por supuesto, quizás los cambios lleguen de esa actitud solidaria
de resistencia que es fiel al Evangelio frente al intento de violencia y
aniquilación que el fundamentalismo con tinte católico pretende.
Por todo esto, nosotros,
nosotras también preferimos poner toda nuestra confianza en Jesús y esperar
contra toda esperanza a que ocurra lo que tantas veces pasa en el Evangelio: que
la semilla amenazada es la que genera el fruto, que el grano débil de mostaza
es el que se convierte en árbol, que la mujer humillada por la cultura patriarcal
es la que recibe la alabanza y fortaleza de Dios, que quienes se ponen a
servir, acaban siendo los importantes... Y mientras, quienes se creen justos
ante Dios acaban estando en mentira, quienes utilizan su poder religioso para
imponer cargas a los débiles están fuera del Reino de Dios, quienes quieren
protegerse teniendo primeros puestos y dignidades, acaban siendo descubiertos y
humillados.