Lucas
11, 1-13
Una de las cosas quizás más
desconcertantes para los contemporáneos de Jesús era su oración. Una oración
que no tenía nada que ver con haber contraído un compromiso diario. Un hombre
que de madrugada se levanta para orar o que termina el día retirándose a orar,
es alguien que realmente tiene “necesidad” de interpretar lo que sucede, de
encontrarse con Dios desde el interior de su propia vida, desde el fondo de las
realidades que le tocan, realidades de gente sufrida, realidades de injusticia
acumulada. Un hombre para quien no es
suficiente el rezo litúrgico en la sinagoga, ni mucho menos las largas
recitaciones de la Torá. Un hombre que
debe mantenerse a la intemperie si quiere llevar a buen término su proyecto de
Reino, necesita profundizar su diálogo con Dios y estar en continuo discernimiento para no endurecerse
en su radicalidad ni tampoco dejarse llevar por intereses personales.
Así la petición de “enséñanos a
orar como Juan enseñó a sus discípulos” puede esconder una pequeña trampa.
Enséñanos a orar de esta manera puede significar algo así como enséñanos el
discipulado de Juan. La experiencia
espiritual de Jesús le había llevado por otros derroteros. Así que no podía
enseñar a orar como Juan. El discipulado en Jesús tiene por otra parte otras
características que el de Juan porque incluía a mujeres como Marta y María y
otras, es decir, no imponía ciertas fronteras culturales que el discipulado de
Juan había dejado intactas.
Así Jesús decide no enseñar un
método sino expresar una palabra salida de su propia experiencia interior:
-
Presenta a un Dios que se comparte y que a su vez
invita a la fraternidad. Dios no es individual sino una experiencia colectiva
de justicia. Eres Padre porque eres nuestro. Estás en los cielos porque lo
abarcas todo.
-
Se desea a Dios en cuanto que se desea el Reino.
Dios se identifica fundamentalmente porque tiene un reino e invita a participar
en él.
-
Con este Dios se tiene una relación de criatura, no
se trata de un contrato moral, sino una disposición permanente a vivir desde
una verdad confiada: ¡hágase tu voluntad!
-
Dios es providente en cuanto que libra del mal. Así
quiere, así se muestra su misericordia. Pero hay que pedirlo para que esa
petición pueda cumplirse en cada persona.
No importa por tanto la bondad
o la maldad, la oportunidad o la amistad inoportuna. A Dios no le importa el
comportamiento sino esa tenacidad para buscar lo que de verdad puede hacer
feliz al ser humano.
Dejarnos enseñar por Jesús.
ISAMIS quiere ponerse en esta disposición en este momento de su historia.
Necesitamos orar y necesitamos que oren por nosotros y nosotras para no caer en
la tentación que imponen los acontecimientos. Necesitamos irnos liberando hoy
también de ciertos males que nos corroen y que imposibilitan la vida plena en
las comunidades. Necesitamos continuamente recuperar el “nuestro” en la oración
de Jesús. Ese “nuestro” que nos enseña la horizontalidad en las relaciones, la
participación en las decisiones y la implicación en la compasión.
Debemos transitar CIERTOS
LUGARES que no se corresponden con lugares sagrados necesariamente pero que son
nuestros. Esos lugares se deben convertir para cada uno y cada una en una
manifestación de Dios. Dejemos que Jesús nos lleve y nos enseñe.