El día 29 de junio, fiesta de Pedro y Pablo, celebramos el Congreso Misionero en la Iglesia
de Sucumbíos.
Una GRAN SINFONÍA de nombres que son memoria y parte viva
de esta Iglesia (triunfante ya para algun@s; militante, para otr@s) llenaba el
ambiente:
Emilio Parra, Mons. Gonzalo López, Jesús Arroyo, Narcisa Rosero, el Hno.
Néstor, Ramón Medina, Pedro, Eulalia Chávez, Beatriz Quisirumbay, Zoila
Gutiérrez, Jenny Armijos, Jennifer Cumbicus, José Septién, Juan Berdonces,
Marianita Pacheco, Dioselina Peña, Lauro Largo, Patricio Bravo, Jessica
Carrera, Maura Íñiguez, Jorge Leiva, Melva Chamba, Lucho Torres, Elmira
Quichimbo, Germania Egas, Estela Pozo, Segundo Castillo, Raúl Usca, Juanito
Jiménez, Robert Alejandro, Santos Jumbo, Zoila Barrera, Susana, Magdalena,
Justino, Lenin, Eufemia, Lola, Nubia, Cristina, Narcisa Sari, Lola Flores,
Roberto Jumbo, Pablo Torres, Lauro Macas, Santos, Félix Solórzano, Lucía
Torres, Daniel Romero, Zoraida, Antonio Cuervo, Pablo Gallego, Lolita Rosero,
Sofía Rosero, Carlos Vera, Arturo Cifa, Matilde Ballesteros, Teresa Vallés,
Teo, Edelmira Landázuri, Sofía Cabeza, Emiliano Parreño, Sangui Quiñones,
Esperanza Ruíz, Sonsoles Pérez, etc. etc. etc.
En la Casa Diocesana nos congregamos de todos los lugares
de la Provincia para hacer memoria
agradecida de nuestra historia misionera que se encarna en los misioneros y
misioneras que se han sembrado y han dado frutos en esta tierra y reflexionar
en los retos y desafíos que presenta la misión hoy en esta realidad
multicultural. Vivimos intensamente la vida, no la vida solo de fe, no la vida
solo del seguimiento, sino la vida
en su totalidad. Es por esto por lo que la unidad con quienes nos precedieron
es tan real y palpable. Recobren la memoria,
dijo un día antes de despedirse Jesús a sus discípulos y discípulas. Recobren
la memoria, y así el Espíritu les podrá recordar todo. El cristianismo no
invita a la pasividad sino al dinamismo creador. Por eso Jesús afirma que el Espíritu lo recordará
todo a una gente en la que se supone que está y vive con gran dinamismo la
vida. Si no, el Espíritu no recuerda
nada a nadie. Así unas setenta personas de todos los rincones de Sucumbíos
estuvimos en disposición para vivir este Congreso Misionero. Se respiraba un
ambiente de esperanza y de fiesta.
Parece que la palabra “misionero”, “misionera” evoca y
despierta en cada uno de nosotros una realidad preciada, algo querido y
significante para la vida. Por eso, por simple que pueda parecer, el mero hecho
de reunirnos para dialogar sobre lo que constituye la vocación más genuina de
cada uno de nosotros, hacía que albergáramos esperanza en medio de esta
situación eclesial conflictiva en la que nos encontramos. Una esperanza, por
otro lado, nada ingenua sino apoyada en
una visión consciente de las consecuencias que han tenido las decisiones
arbitrarias. Pero a nadie se le ocurrió
abrir heridas, suscitar temores o desánimo. Más bien, cargando con todo el
dolor como nos viene concediendo el Señor, preferimos mirar hacia adelante y
disfrutar del sentirnos formando parte de esa cadena de discípul@s misioner@s
que han dado vida en la Amazonía.
Pudimos escucharnos, pudimos escuchar a otras personas… y de todo, volvimos a
quedarnos con lo bueno: con que Dios nos acompaña en el camino. Volvimos a
sentir que sólo enraizándonos en las raíces de nuestra identidad podemos
continuar con serenidad. Miramos hacia atrás y vimos nuestro hermoso Plan
Pastoral como el fruto de algo gestado en el interior de esta Iglesia y que
ahora va perfilándose cada vez más en sintonía con la realidad actual. Supimos
que la formación permanente y sobre todo la formación bíblica es algo que
debemos cuidar con esmero. Mientras
conversábamos por el camino, Jesús, como en Emaús, nos fue recordando la
importancia de seguir alentando ministerios laicales reconocidos o instituidos.
Nos fuimos dando cuenta de que esta conciencia misionera no aparece de la noche a la mañana, sino que
hay que hacer un camino real con las comunidades, las personas, las familias
para que cada quien pueda descubrir, como nosotros hoy lo hemos
descubierto, aquello que va a constituir
una posibilidad de felicidad y de vida y dignidad para todos. Por eso
consideramos que el mes de octubre estuviese dedicado a las misiones y
trabajáramos el tema de la vocación y discipulado misioneros. Orar se hace
imprescindible en este caminar para adquirir esa profunda mirada que nos siga orientando hacia el Reino de Dios y
su justicia.
Y muchas más cosas, todas ellas tejiéndose mientras cada quien regresa
a sus ocupaciones cotidianas.