sábado, 16 de noviembre de 2013

SERENIDAD PARA TIEMPOS INQUIETOS Y CONFUSOS

Lucas 21, 5-19
 
La acción de lo malo campea a sus anchas creando confusión en la gente. Digamos que es el primer fruto de la injusticia, la violencia o la opresión. La injusticia estructural que vivimos en el mundo genera en la gente esos malestares permanentes que no se saben definir, y que hace que lo bueno quede enterrado y medio oculto por la abundancia de mal.
 
Sin embargo, la Palabra viene en nuestra ayuda y nos da luces abundantes para entendernos a nosotr@s y a Dios.
 
Jesús se enfrenta a esta inquietud tan común de la gente de su tiempo que quiere tener la vida atada y bien atada y pretende interpretar lo que pasa sin pasar por analizar la incertidumbre que ha dejado la siembra previa de injusticias múltiples, situaciones de exclusión social, opresión romana, cumplimiento religioso sin compasión, … 
 
 
Esa inquietud sobre el cómo y el cuándo del futuro quita fuerzas para comprender y vivir el qué del presente. Y es una tentación. Al menos eso es lo que permanentemente experimentaba al descubrir la situación de la gente. Su crítica al Templo no se refería a las liturgias, los ritos o las maneras oficiales de transmitir la Palabra de Dios. Su crítica era mucho más honda y se refería a la inutilidad del Templo para generar vida. Así vio cómo una viuda, que representa al estrato social más excluido tenía más comprensión de lo que es Dios que todos los sumos sacerdotes juntos. Por eso, se acabó dando cuenta de que el aprecio de sus contemporáneos por lo que brilla y por lo que aparece no es lo que fundamenta la vida, como tampoco lo son los exvotos, las construcciones o las preocupaciones por el futuro. Lo que realmente importa es el presente que se construye a base de justicia y equidad.
 
Podemos estar teniendo experiencias parecidas hoy. Se nos van energías y fuerzas en los cómos y cuándos sobre el futuro, preocupaciones sobre lo que promete darnos la felicidad: una comodidad sin problemas, un disfrute irresponsable de los bienes, un consumo apacible, unas manifestaciones religiosas basadas en lo que parece pero no es… 
 
Incluso en el lenguaje cotidiano está implantada una expresión que decimos con naturalidad a nuestros hijos cuando queremos que se porten bien: no me hagas quedar mal … parece que lo que nos importa en realidad es que no piensen de nosotros esto o aquello, más que preocuparnos por lo que se está sembrando en el interior de las realidades. Nos parecemos a esa gente que contemplaba el Templo de Jerusalén con admiración por el oro y la piedra preciosa, eso que aparecía, pero eran absolutamente irresponsables sobre lo que en realidad estaba sucediendo: violencias y opresiones que excluían a las viudas del disfrute de los bienes, a las mujeres de la visibilidad, a los leprosos de la convivencia social, a los campesinos de las tierras, a los jóvenes del futuro y a los niños de la palabra, el gesto y el aprecio.
 
Jesús viene a decirnos lo mismo: sobre este sistema no quedará piedra sobre piedra. ¿Qué quedará entonces? El presente y la compasión que podamos ejercer y sus efectos en bien de todos y todas. 
 
Para llegar a esa conciencia y a ese modo de hacer, es imprescindible no dejarse llevar por las inquietudes sobre lo malo real que ya existe y devasta. Esa serenidad es un espacio que debe construirse a cada paso. Esa serenidad no se improvisa pero es la llave para hacer frente a los tiempos confusos, apocalípticos y críticos en los que vivimos. Esa serenidad está hecha de una materia extraña, pero está ahí, esperándonos.