El pasado 2 de julio, el Santo Padre, Benedicto XVI ponía al frente de
la Congregación para la Doctrina de la Fe a Monseñor Gerhard Ludwig Müller,
hasta ahora obispo de Regensburg. Queremos compartir hoy con nuestros amigos y
amigas parte de un artículo publicado por Amerindia el 23 de diciembre de 2008,
que recoge el pensamiento de Mons. Müller sobre la Teología de la Liberación.
El artículo completo lo pueden encontrar en
23.12.08 - América Latina
Gerhard Ludwig
Müller, Obispo de Regensburg
La teología de la liberación está para
mí unida al rostro de Gustavo Gutiérrez. En el año 1988 participé junto con
otros teólogos de Alemania y Austria y por invitación del actual director de
MISEREOR, José Sayer, en un curso con esta temática, que tuvo lugar en el ya
entonces famoso Instituto Bartolomé de las Casas. En aquel momento yo llevaba
ya dos años enseñando Dogmática en la universidad Ludwig-Maximilian de Munich.
Como profesor de
Teología me eran naturalmente familiares los textos y los representantes
conocidos de este movimiento teológico, surgido en Latinoamérica, pero sobre el
que se discutía en todo el mundo, sobre todo a raíz de las observaciones en
parte críticas de la Comisión Internacional de Teólogos de la Congregación para
la Doctrina de la Fe y de las declaraciones en 1984 y 1986 de la Congregación
misma, presidida por el cardenal Joseph Ratzinger, nuestro actual Papa
Benedicto.
Lima: Seminario sobre
la Teología de la Liberación
Con el seminario
dirigido por Gustavo Gutiérrez se produjo en mí un giro de la reflexión
académica sobre una nueva concepción teológica hacia la experiencia con los
hombres para los que había sido desarrollada esa teología. Para mi propio
desarrollo teológico ha sido decisiva esta inversión en el enfoque de prioridad
de la teoría a la práctica hacia un proceder en tres pasos “ver, juzgar,
actuar”.
Los participantes en
ese seminario llegábamos abarrotados de innumerables conocimientos sobre el
origen y el desarrollo de la teología de la liberación y por eso discutimos
ante todo sobre el análisis de la situación a la que se le reprochaba una
ingenua cercanía con el marxismo. Nos eran familiares (1) las declaraciones de
la Conferencia del episcopado latinoamericano de Medellín y Puebla. De ahí el
debate de si en esas declaraciones se pretendía hacer del cristianismo una
especie de programa político de liberación, en el que, en determinadas
circunstancias, se tolerara incluso la violencia revolucionaria contra personas
y cosas. Algunos sospechaban que la teología de la liberación servía para
legitimar la violencia terrorista al servicio de la legítima revolución,
mientras que otros la usaron como argumento para ese fin.
Lo primero que nos
enseño Gustavo fue a comprender que aquí se trata de teología y no de política.
En línea con las grandes encíclicas sociales de los papas también marcó de
forma clara la diferencia entre teología de la liberación y ética social
católica. Mientras que la ética social se fundamenta en el derecho natural y
pretende asegurar las bases de un estado social y justo apoyándose en los
principios de personalidad, subsidiaridad y solidaridad, en el caso de la
teología de la liberación se trata de un programa práctico y teórico que
pretende comprender el mundo, la historia y la sociedad y transformarlos a la
luz de la propia revelación sobrenatural de Dios como salvador y liberador del
hombre.
Cómo se puede hablar
de Dios ante el sufrimiento humano, de los pobres que no tienen sustento para
sus hijos, ni derecho a asistencia médica, ni acceso a la educación, excluidos
de la vida social y cultural, marginados y considerados una carga y una amenaza
para el estilo de vida de unos pocos ricos.
Esos pobres no son
una masa anónima. Cada uno de ellos tiene un rostro. Cómo puedo yo como
cristiano, sacerdote o laico, bien sea en la evangelización o en el trabajo
científico- teológico, hablar de Dios y de su Hijo que se hizo hombre y murió
por nosotros en la cruz y dar testimonio de Él, si no quiero construir otro
sistema teológico junto al ya existente, sino decirle al pobre concreto, cara a
cara: Dios te ama y tu dignidad imperdible tiene su fundamento en Dios. Cómo se
hace concreta la consideración bíblica en la vida individual y colectiva si los
derechos humanos tienen su origen en la creación del hombre a imagen y
semejanza de Dios.
Mi estancia en Perú
en 1988 no sólo está ligada al seminario con Gustavo Gutiérrez, en el que vi
claramente cuál es el punto de partida teológico de la teología de la
liberación, sino también al encuentro vivo con los pobres de los que habíamos
hablado. Durante algún tiempo vivimos con los moradores de las barriadas pobres
de Lima y después también con los campesinos de la parroquia de Diego
Irrarazaval en el lago Titicaca. Desde entonces he estado otras quince veces
más en Perú y otros países de Latinoamérica, a veces meses enteros durante las
vacaciones de semestre en Alemania. Mi participación en cursillos teológicos
especialmente en los seminarios de Cuzco, Lima y Callao, entre otros, estuvo
siempre acompañada de largas semanas de trabajo pastoral en las regiones
andinas, especialmente en Lares en la archidiócesis de Cuzco. Allí los rostros
adquirieron un nombre y se convirtieron en amigos personales, experiencia ésta
de Comunión universal en el amor a Dios y al prójimo, lo que debe ser la
esencia de la Iglesia católica. Finalmente supuso para mí una profunda alegría
cuando en el año 2003, en Lares, en la archidiócesis de Cuzco, siendo ya
obispo, pude administrar el sacramento de la Confirmación a jóvenes a cuyos
padres conocía ya desde hace tiempo y a los que yo mismo había bautizado.
De ahí que yo no
hable de la teología de la liberación de forma abstracta y teórica ni menos
ideológica para halagar al grupo eclesial progresista. De igual modo tampoco
temo que ello pueda interpretarse como falta de ortodoxia. La teología de
Gustavo Gutiérrez, independiente del ángulo desde el que se mire, es ortodoxa
porque es ortopráctica y nos enseña el adecuado actuar cristiano porque procede
de la verdadera fe.
Una lectura breve del
libro “Beber en su propio pozo” (2) pone de manifiesto que la teología de la
liberación se fundamenta en una profunda espiritualidad. Su sustrato es el
seguimiento de Cristo, el encuentro con Dios en la oración, la participación en
la vida de los pobres y los oprimidos, la disposición a escuchar su grito por
la libertad y el esplendor de los hijos de Dios; es participar en su lucha para
poner fin a la explotación y opresión, en su ansia por el respeto de los
derechos humanos y su exigencia de participación justa en la vida cultural y
política en la democracia. Se trata de la experiencia de que no se es extraño
en el propio país, sino que la Iglesia y el Estado quieren ser cobijo y
garantes de la libertad espiritual y cívica. La meta es el inicio y el
acompañamiento de un proceso dinámico que quiere liberar al hombre de su
dependencia cultural y política.