Estamos viviendo situaciones especiales en la
iglesia. La renuncia del Papa Emérito Benedicto XVI ha marcado un tiempo nuevo
y nos ayuda a comprender el cambio de
época que llega.
El 27 de febrero, en vísperas a la renuncia, el Obispo de Roma tuvo su última audiencia general, alli su mensaje de despedida estuvo enmarcado por el agradecimiento, de lo que ha significado estos años de su pontificado.
El 27 de febrero, en vísperas a la renuncia, el Obispo de Roma tuvo su última audiencia general, alli su mensaje de despedida estuvo enmarcado por el agradecimiento, de lo que ha significado estos años de su pontificado.
Recogemos
aquí algunas notas importantes de esta audiencia y a la vez que reflexionamos
su mensaje.
Una primera nota es en relación de su servicio a la Iglesia como ministerio petrino cuando dice:
“En
este momento mi corazón se expande y abraza a la Iglesia extendida por todo el
mundo, y doy gracias a Dios por las "noticias" que en estos años de
ministerio petrino he recibido sobre la fe en el Señor Jesucristo, y sobre la
caridad que circula realmente en el cuerpo de la Iglesia y hace que viva en el
amor, y sobre la esperanza que nos abre y nos orienta hacia la plenitud de la vida,
hacia la patria celestial.
Ha sido
un trozo de camino de la Iglesia, que ha tenido momentos de alegría y de luz,
pero también momentos difíciles; me he sentido como San Pedro con los Apóstoles
en la barca del lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de
brisa ligera, días en que la pesca ha sido abundante; también ha habido
momentos en que las aguas estaban agitadas y el viento contrario, como en toda
la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero siempre supe que en
aquella barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no
es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda: es El
quien conduce, ciertamente también a través de los hombres que ha elegido,
porque así lo quiso. Esta ha sido una certeza que nada puede empañar. Y por eso
hoy mi corazón está lleno de gratitud a Dios porque no ha dejado nunca que a su
Iglesia entera y a mí, nos faltasen su consuelo, su luz, su amor”.
Nos recuerda que su importante tarea de pastorear a la Iglesia
universal es un ministerio que hace
parte de la Comunidad. SU MINISTERIO NO ES APARTE DE LA COMUNIDAD de los
seguidores de Jesús.
Este SERVICIO es para animar nuestra fe en el Señor, para orientarnos
a la plenitud de la Vida, hacia “la patria celestial”, el Reino de la Vida. Y
reconoce el Papa los “momentos de alegría y de
luz, pero también momentos difíciles” que ha vivido la Iglesia en este tiempo. Queda
claro que, la Iglesia está en función del Reino, la Iglesia no es el Reino, nos
ayuda a llegar a El. Por eso, en ISAMIS
siempre hemos dicho que somos una Iglesia
“en camino”. Somos la Iglesia Comunidad Ministerial al servicio
del Reino. Y es Jesús la quién conduce.
Otra nota importante que señala el Papa Emérito,
es sobre el Evangelio cuando nos dice: “En
este momento, dentro de mí hay mucha confianza, porque sé, porque todos sabemos
que la palabra de verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida.
El Evangelio purifica y renueva, da fruto, en todo lugar donde la comunidad de
los creyentes lo escucha y recibe la gracia de Dios en la verdad y en la
caridad. Esta es mi confianza, esta es mi alegría”.
De esta manera, nos deja la centralidad del
Evangelio. No se trata de la Palabra de Dios en general, sino que esta Palabra
está plenamente presentada en el Evangelio. Y no hay más Evangelio que el Evangelio
de Jesús de Nazareth, que fue quién lo vivio. La experiencia del Papa es que el
Evangelio da confianza y alegría. Igualmente compartimos nosotros con Benedicto
XVI esta experiencia, y que bonito decir con él “que la palabra de verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es
su vida. El Evangelio purifica y renueva, da fruto”. Es lo que hemos vivido
estos largos años en la comunidad de creyentes del Vicariato de San Miguel de
Sucumbíos por la participación y el compromiso con Jesús y su Evangelio
También el Papa resalta el Año de la fe: “Estamos en el Año de la fe, que he proclamado para fortalecer nuestra
fe en Dios en un contexto que parece dejarlo cada vez más en segundo plano. Me
gustaría invitar a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarnos
como niños en los brazos de Dios, seguros de que esos brazos nos sostienen
siempre y son lo que nos permiten caminar todos los días, también entre las
fatigas. Me gustaría que cada uno se sintiera amado por ese Dios que ha dado a
su Hijo por nosotros y nos ha mostrado su amor sin límites”.
¡Qué importante regalo nos deja! Este Año de la fe, ya lo
estamos viviendo con muchas tareas en nuestra Iglesia para hacer frente a los
desafíos que ocurren en nuestro contexto, en el mundo y hasta en la misma
Iglesia, para afrontar los fundamentalismos que ponen en riesgo la coherencia y
fidelidad al distorsionar lo esencial. Todavía nos queda mucho por hacer.
Este Año de la fe es un jubileo por los 50 años del inicio
del Concilio Vaticano II, donde los padres conciliares se preocuparon de que el
mundo estaba cambiando y era necesario un “aggiornamiento”, o la Iglesia se
quedaba de la historia, por tanto, se empezaba a configurar un reconocido
cambio de época en el que en nuestra misma Iglesia encuentra resistencia para
asumirlo. La misma renuncia de Benedicto XVI es expresión de ese cambio de
época. Es la alegría de la fe como encuentro y seguimiento de Jesús, que
humildemente hemos experimentado en nuestra Iglesia de Sucumbíos en estas
cuatro décadas después del Vaticano II. Y por eso estamos celebrando con mucha
gozo la fe que nos han transmitido nuestros padres y madres y ahora estamos en
la responsabilidad de transmitirla a la nueva generación. Por eso compartimos
con el Papa Emérito: “Sí, alegrémonos por
el don de la fe; es el don más precioso, que ninguno puede quitarnos! Demos
gracias al Señor por ello todos los días, con la oración y con una vida
cristiana coherente”.
El Papa se dirige agradeciendo a quienes le han
escrito en este momento. Y bellamente dice: “Ahora me gustaría dar las gracias de todo corazón a tanta gente de todo
el mundo que en las últimas semanas me ha enviado pruebas conmovedoras de
atención, amistad y oración. Es cierto que recibo cartas de los grandes del
mundo – de los Jefes de Estado, líderes religiosos, representantes del mundo de
la cultura, etc.-. Pero también recibo muchas cartas de gente ordinaria que me
escribe con sencillez, desde lo más profundo de su corazón y me hacen sentir su
cariño, que nace de estar juntos con Cristo Jesús, en la Iglesia. Estas personas
no me escriben como se escribe a un príncipe o a un gran personaje que uno no
conoce. Me escriben como hermanos y hermanas, hijos e hijas, con un sentido del
vínculo familiar muy cariñoso. Así, se puede sentir que es la Iglesia - no es
una organización, no es una asociación con fines religiosos o humanitarios,
sino un cuerpo vivo, una comunidad de hermanos y hermanas en el Cuerpo de
Jesucristo, que nos une a todos”.
Lamentablemente nosotros no le hemos escrito en
estos momentos, pero desde que tuvimos su noticia de la renuncia estamos muy
unidos en la oración. Recordamos que en el inicio del conflicto en Sucumbíos,
nosotros como “gente ordinaria” le escribimos una carta muy preocupados por lo
que ocurría aquí, por las decisiones tomadas desde Roma, desde luego no sabemos
si quienes tienen el encargo de hacerle llegar lo hicieron, lo cierto es que
nunca hemos recibido una respuesta de parte de él, ni de sus delegados en
nuestro país.
Y una vez más nos comparte las razones de su renuncia y su
decisión: “En estos últimos meses, he
sentido que mis fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios con insistencia en
la oración que me iluminase con su luz para que me hiciera tomar la decisión
más justa no para mi bien, sino para el bien de la Iglesia. He dado este paso
con plena conciencia de su gravedad y también de su novedad, pero con una
profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el valor
de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la
Iglesia y no el de uno mismo”.
Admiramos esta valentía, por el bien y la salud de la Iglesia
que es el Pueblo de Dios y toda humanidad.
Y nos recuerda que: “El Papa es de todos… Siempre -
quien asume el ministerio petrino ya no tiene ninguna privacidad-. Pertenece
siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia”.
Por eso, volviendo a la nota inicial, es el
ministerio petrino de la unidad, de la comunidad de todas las iglesias locales
del mundo.
Finalizamos con su mensaje final del día 28 de
febrero:
«Gracias por vuestro amor y cercanía. Que
experimentéis siempre la alegría de tener a Cristo como el centro de vuestra
vida».