Éxodo
3, 1-8a. 13-15; 1Corintios 10, 1-6. 10-12;
“Soy quien soy”. Esta
expresión la usamos en el lenguaje cotidiano de forma habitual para afirmarnos
frente a quienes pretenden encasillarnos o situarnos en un lugar o posición determinada.
Decir “soy quien soy” es establecer esos límites precisos y necesarios para
nuestro propio desarrollo e independencia.
En el contexto de la revelación a
Moisés, Dios se afirma como esa Presencia compañera en el sufrimiento, Presencia que va más allá del nombre y del sexo, Presencia que no se entiende sino desde su
capacidad de liberar en la historia del pueblo.
Que Dios tiene que ser quien es
y no quiere ser identificado con otras cosas distintas de esa acción liberadora
y promotora de la justicia. Con esto no sólo dice algo de sí, sino algo de sus
interlocutores: si yo soy Quien soy,
ustedes que son mi imagen, deben encontrar su identidad verdadera en su
capacidad y deseo de liberación y justicia.
¿En qué encuentran los
políticos la identidad de sus electores? En la tranquilidad que supone tener
asegurada una determinada visión política encasillando el pensamiento en una
lista o un programa.
¿En qué encuentra el poder
religioso la identidad de sus seguidores? En el “sosiego” que provoca callar
humildemente sobre cuestiones que pueden ser espinosas o que pueden generar
conflicto y dedicar muchas más energías
en estipular códigos de conducta moral o religiosa.
Encontrar nuestra verdadera
identidad desde el Dios del Éxodo que quiere liberar de la opresión es una
tarea que no podemos eludir. ¿Cómo nos veríamos a nosotros mismos desde esa
visión divina?
Lucas
13, 1-9
Jesús es capaz de interpretar
lo que sucede desde esa misma mirada del Dios liberador del Éxodo: inmanipulable,
cercano y lejano al mismo tiempo. Por eso, el que Pilatos ejerza su poder
opresor o que la gente muera de forma accidental, tiene que suscitar una
reflexión más profunda sobre lo que está pasando si es que se quieren propiciar
cambios significativos. Sería hacer una
cortina de humo, discutir si las personas muertas por la torre de Siloé eran
más o menos pecadoras.
La perspectiva de la higuera
estéril, por el contrario, da una nueva visión que es gestadora de cambios, desde la crítica al
sistema más que desde las cuestiones morales o los intentos de apresar a Dios
en los marcos humanos. Los profetas
vieron en Israel esa viña llamada a la fecundidad y felicidad, empañada sin embargo, por las acciones de los
dirigentes que sacrifican a la gente para mantener su situación de
privilegio. ¿Se podrá encontrar fruto en
algún momento? ¿Qué tiene que pasar para que las cosas cambien?
Si leemos esta Palabra desde
nuestro contexto eclesial actual, tendremos que aplicar el discernimiento y
tener una mirada más profunda sobre lo que está sucediendo. ¿Se tratará de
alabar o criticar la decisión del Papa? ¿O
tendremos que aprovechar más bien para discernir conjuntamente sobre el Papado
en sí y
el modo de ejercer la autoridad en la Iglesia?