Lc 12,49-53
Lo que es
evidente para unas personas es absolutamente cuestionable para otras. Así es la
vida. Esta experiencia la vivió en carne propia Jesús. De hecho, hasta su
dramático final, sus opositores estaban convencidos de que su mensaje y sobre
todo sus obras, procedían no del Espíritu de Dios, sino del espíritu del
maligno. En cambio, la gente, en su
mayoría desposeída y pobre, se alegraba por sus enseñanzas y se gozaba por
sus acciones.
¿Cómo llegó Jesús a saber comprender
el momento presente?
Si queremos
ser fieles a Jesús, tendremos que mirar las cosas de la manera que Él las miró.
Para la gente de su época, parecía evidente que cuando una nube se levantaba en
poniente, iba a llover. O cuando había viento del sur, vendría el calor. Este
tipo de “evidencias” tan claras y comprobables, no son en realidad las que les
deben importar a los discípulos y discípulas del Maestro. Las evidencias que deben buscar los
seguidores-as de Jesús son las que ayudan a comprender en profundidad el
momento presente.
Jesús tuvo
hacer el camino cotidiano que todo ser humano debe hacer para comprender el
mundo en el que vive. Su manera de comprender no era la propia del científico o
del poderoso, del legislador o del cumplidor de la Ley. Jesús comprendía lo que
pasaba experimentando en primer
lugar, la suerte de tanta gente de su pueblo, echada a los márgenes como
consecuencia de la opresión y la injusticia.
En segundo lugar, releía a la luz de su fe en Dios lo que
vivía el pueblo y entonces adquiría una comprensión de la vida única, creativa,
profunda, valiente y desafiante y desde ese anhelo de mundo según lo querría
Dios, el Reino, arriesgaba una propuesta
que Él mismo realizaba y encarnaba.
Su fe se profundizaba en la medida que era capaz de
comprender lo que pasaba, su conocimiento se ampliaba en la medida que
cuestionaba, flexibilizaba y personalizaba su fe. Esta manera tan dinámica de
comprender y vivir era inusual e incluso imposible para aquel hombre religioso
pendiente del cumplimiento moral. Sin embargo, era más fácil en los
pobres, en la medida que no tenían nada
que defender o salvaguardar, ni siquiera su credo religioso y en la medida que
estaban habitualmente expuestos al cuestionamiento, la crítica o sufrían
amenazas.
Desde esta perspectiva se entienden sus palabras: ¿Creen ustedes que he venido para establecer
la paz en la tierra? Les digo que no (Lc 12,51). El Reino de Dios sufre
violencia, y los violentos lo arrebatan. Es decir, si se quiere entrar en
dinámica del Reino de Dios hay que PROFUNDIZAR LA VIDA. Dios entonces puede
emerger de sus profundidades. Con esta
tarea, no todos pueden y quedan
apresados o acrecientan las dinámicas de
muerte y de violencia presentes en el mundo porque no han puesto a raya sus
violencias y ambiciones. Y llaman bien al mal y mal al bien. Confunden y se
confunden.
Ø Estamos llamadas-os a PROFUNDIZAR LA VIDA: caminar sin
dogmatismos, acogiendo los signos de los tiempos.
Ø Estamos llamados-as a DISCERNIR LA VIDA: entender más allá de
lo evidente, hacer ese esfuerzo de diálogo con lo que nos rodea y con quienes
nos rodean.
Ø Estamos llamadas-os a ARDER: en esa pasión de Reino que llevó
a Jesús.
Ø Estamos llamados-as a IDENTIFICARNOS con el POBRE: su pensar
y su manera de comprender, su modo de lucha frente a la injusticia y su
resistencia.
Escuchamos esta Palabra en el contexto de nuestra
Asamblea Diocesana, aunque su eco es universal, cuando debemos profundizar la
vida y los acontecimientos y buscar conjuntamente para nuestra Iglesia caminos
de perdón y sanación de heridas. En este momento nos pueden acechar dos tipos
de tentaciones:
a) La tentación del dogmatismo que no puede ver el
misterio de la vida más allá de las evidencias primeras.
b) la tentación de no arder por el Reino,
vencidos por el peso que la realidad impone y por la incapacidad para soñar.
Jesús nos impulsa a no dejarnos vencer por las
tentaciones tal y como Él las enfrentó. Aprendamos
de Él el arte de vivir y de comprender el momento presente para poder decir la
palabra oportuna y hacer el gesto adecuado al momento histórico que nos ha
tocado vivir. Así, desde este sentido de responsabilidad por la VIDA, estaremos
sembrando algo que dará sus frutos.