domingo, 11 de agosto de 2013

PEQUEÑO REBAÑO Lc 12,32-48

Lo pequeño ha estado siempre en el corazón y en la mente de Jesús de Nazaret. Tantas veces ha comparado el Reino de Dios con lo pequeño: la mostaza, la levadura, la siembra… Pero no sólo lo pequeño ha estado en su mente, sino también en su manera de mirar y comprender el misterio de Dios: los pequeños son los preferidos  de Dios y son también los portadores de la sabiduría divina escondida a los grandes. Los pequeños son una señal de lo que Dios quiere: para ser grande en el Reino de Dios hay que hacerse pequeño.  Hay que meterse en ese proceso de transformación que implica quitarse ostentación, ansias de poder y mando y ponerse a servir: los jefes de las naciones las oprimen, no sea así entre ustedes, quien quiera ser mi discípulo, que se haga pequeño y servidor.
 
Descubrir el valor, la fuerza de lo pequeño y de lo germinal es una tarea cristiana de todos los tiempos. Mantenerse en la fe de lo pequeño es negarse a las grandezas por muy bendecidas y justificadas que estén. También implica vigilar ante la codicia, que carcome los mejores tesoros de nuestra vida.
 
Pero hay más. Jesús dice: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido bien en darles el Reino”.
 
Lo pequeño en Jesús  no sólo se refiere a tener unas determinadas actitudes ante la vida. En realidad, lo pequeño tiene que ver con la esencia misma de la comunidad cristiana, que es definida por Jesús como “pequeño rebaño”. No es su amplitud numérica ni su imagen social lo que importa,   sino precisamente esa insignificancia que nace del Espíritu y hace que  Dios ofrezca el Reino como regalo. Ese “pequeño rebaño” será lo que está llamado a ser, si es capaz de vigilar y velar por aquello que constituye su origen y su riqueza:
 
a) Convocar incesantemente a la fiesta universal de la inclusión y,
 
b) Tener conciencia de que el mal acecha dentro y evitar los posibles abusos de poder de los siervos que viendo que el amo tarda, hagan de esa fiesta inclusiva, una propiedad de violencia y exclusión.
LA TENTACIÓN DEL MIEDO
Pero este pequeño rebaño no debe tener miedo cuando se encuentre con situaciones que niegan el deseo y la voluntad de Dios del disfrute compartido y pleno de los bienes y cuando el mal pueda infiltrarse en las relaciones a través del afán dominio sobre otros y otras o de llamar al bien mal y al mal bien. El miedo es entonces una tentación que hay que vencer con  la constancia, la vigilancia y la permanencia. Pero sobre todo con la absoluta certeza de que Dios ha querido revelar misteriosamente los secretos del Reino a quienes viven en esta sencillez.
 
La Iglesia de San Miguel de Sucumbíos es también este pequeño rebaño germen de Reino que sigue creciendo y dando frutos.  Creemos a pesar de todos los pesares que Dios se manifiesta continuamente en esta pequeña parte de la Iglesia universal a lo largo y ancho de las pequeñas comunidades. La tenacidad y la permanencia en el bien, la constancia y la sensatez son llamadas que recibimos para seguir construyéndonos comunitariamente. Ante las acciones arbitrarias, las intenciones oscuras, el maltrato, las visiones torcidas y los intentos de aniquilación de la vida y del tesoro espiritual que nos ha sido dado, Dios no ha dejado de decirnos esta palabra de aliento: ¡no teman! Pero en correspondencia a ella, estén vigilantes y no pierdan la pequeñez.
 
 
NO PERDER LA PEQUEÑEZ
 
Una de las cosas más dramáticas en la historia de la Iglesia en muchos lugares del mundo ha sido la pérdida de la pequeñez y el alejamiento de quienes son pequeños y nos salvan. Volver a los orígenes tiene que llevar obligatoriamente a una vuelta a lo pequeño tal y como Jesús lo entendió y lo amó y una vuelta a los pequeños como aquellos a quienes el Reino ha sido dado.
 
En la Iglesia de Sucumbíos, como en tantos otros lugares, experimentamos durante muchos años la gracia de ser pequeños junto con  la gracia de vivir con los pequeños y desde ellos. Esa doble dimensión de la pequeñez contiene grandes secretos y es un auténtico patrimonio, un tesoro espiritual que nunca dejaremos de agradecer y por el que merece la pena venderlo todo.
 
Los retos continúan. Lo pequeño tiene que mimarse y cuidarse para que no se pierda. Los pequeños requieren constancia, capacidad de autocrítica, flexibilidad y buenas dosis de humanismo y resistencia. 
ü  Seguir siendo pequeños frente a la tentación de que si nos comportarnos como los grandes y potentados y utilizamos sus tácticas y sus métodos, tendremos mejores y más seguros frutos.
ü  Seguir el camino de lo pequeño y de los pequeños para descubrir fuentes de vida en medio de un mundo permanentemente amenazado de destrucción por el propio ser humano.
ü  Seguir creyendo que la pequeñez tiene abundantes semillas de futuro. No en lo que aparece, no en lo que se presenta como exitoso, no en la rivalidad y en una búsqueda ciega y prepotente.
ü  Seguir apostando por las pequeñas iniciativas evangelizadoras que dan y nos dan vida: encuentros de ministerios, talleres, celebraciones en torno a la Palabra, contacto con las personas, visitas familiares, acogida incondicional, generosidad en medio de las dificultades cotidianas…  
ü  Seguir creyendo que la luz y la verdad se van abriendo camino a través de nuestras pequeñas miradas compartidas y aportes sobre nuestro proyecto de Iglesia en la Asamblea Diocesana. En una participación honesta y libre de cinismo hay más signos y señales del Espíritu que en la ausencia de participación, en la toma de decisiones por unos pocos  y en  la falta de implicación en la vida de esta Iglesia.
ü  Seguir confiando en la gran fuerza que tiene lo pequeño para generar grandes cambios intra-eclesiales y aportar a esos cambios nuestra verdad humilde.  Seguir entendiéndonos en la práctica en corresponsabilidad con los destinos del mundo y de la Iglesia. Nada de lo humano y nada de lo que le pase a la Iglesia queremos que nos sea ajeno.
ü  Seguir encontrando en los más pequeños la cercanía y el amor de Dios por la humanidad y las fuentes de nuestra propia renovación.

Hoy es un buen día para dar gracias, quitar temores y seguir caminando.