Lucas 13, 22-30
Jesús
vive el Reino. Camina de pueblo en pueblo. Recorre las aldeas convencido de su mensaje
liberador. Sigue caminando y sigue en contacto permanente con las dolencias del
pueblo. No puede callar, ni tampoco deja de actuar el bien, aunque va subiendo a Jerusalén consciente de
que se enfrentará a un trágico
final. Llegará el momento en que el peso
de la injusticia le evidencie que sólo queda enmudecer. Tendrá una actitud
parecida a la de aquel otro personaje misterioso de Isaías que guardaba
silencio en el colmo del desprecio y la tortura y denunciaba en esa humildad
los crímenes y las injusticias de todos. Pero ahora, desde una total libertad no puede enmudecer. Debe seguir
sembrando la esperanza del Reino allá por donde va. Siente el consuelo de los
pobres que entienden su mensaje, lo aceptan y se alegran. Eso le confirma. En
medio del camino también aparecen quienes buscan que les dé una solución segura
al problema de Dios y al modo de estar en la vida. ¿Les parece muy radical su
mensaje? ¿Están incapacitados para confiar? ¿O es que no son capaces de
alegrarse desde lo más hondo de sí mismos de que su autoridad para cuestionar
el actual sistema de cosas y su propuesta de radical novedad? Jesús tiene que
enfrentarse de nuevo con el cinismo de quienes no han entendido que el Reino se regala y se
ofrece, no se puede comprar, vender o asegurar. La cuestión para Jesús no es ¿quién
puede salvarse? sino la invitación a participar en un banquete permanente
donde no haya salvadores ni salvadores ni salvados, sino hijos e hijas de Dios
que derriban las fronteras sabiéndose partícipes de algo inmerecido que debe
cuidarse, la vida de todos.
Jesús
dialoga una vez más. Espera quizás sin éxito, una respuesta que le haga
entender que han comprendido su mensaje. A estas alturas de la vida, Jesús descubre con
absoluto dolor que si el Reino de Dios – como
gran banquete universal - no es
aceptado en su integridad, se malogra. Quienes han puesto su confianza en las
tradiciones judías y no se han preocupado por ejercer la compasión con la cantidad de pobres que se
han quedado sin tierras por la especulación de la clase dirigente, no pueden
entrar en la casa del señor y cenar y hacer fiesta. Los valores del Reino no
son los valores sociales, donde no hay sitio para los pobres. Hay que pasar por
la puerta estrecha: la puerta de la misericordia entrañable y restituir así las
relaciones injustas por otras equitativas e igualitarias. Lucas recuerda en
este texto a Mt 25 cuando en el final de
los tiempos, se producirá un juicio universal y no entrarán a gozar de Dios aquellos que han comido y bebido con Él pero
no lo han reconocido en los pobres.
Entonces, toda la historia de salvación será testigo
de la dureza de los corazones humanos. Dios no atiende a privilegios adquiridos
por la condición religiosa sino al arte de la compasión que hace del mundo una
gran mesa donde todos y todas tienen sitio. Por eso, Jesús sueña con el
banquete en el que participará la humanidad, más allá de su pertenencia o no a
Israel y más allá del merecimiento de sus obras. Quien haga las obras que Él
hace, podrá entrar y sentarse a la mesa. Quien no participe de esta esperanza y
esta amplitud, estará fuera.
E
s un alivio para nosotros y nosotras, cristianos
del siglo XXI, volver a escuchar esta Palabra única y consoladora en medio de
situaciones tan sangrantes como las que vivimos cotidianamente: en realidad la misericordia sigue salvándonos más allá de
la condición social, el credo religioso o las costumbres. Y nos sigue
planteando una enorme responsabilidad
ante nosotros mismos y ante los demás. Si formamos parte de esta humanidad,
todo lo que le afecte a alguno de los más pequeños, nos afecta.
Desde el contexto de nuestra Amazonía, donde cada
día la vida está amenazada y el reparto del petróleo queda en manos de unos
pocos, donde lo que de verdad se queda es la contaminación para la mayoría, y donde el cuidado del medio se supedita a
ciertos intereses de Estado, escuchar la llamada a la entrar por la puerta
estrecha y disfrutar del banquete del Reino, nos moviliza en otra dirección
totalmente distinta: ¿será que podremos disfrutar de los bienes en la medida en
que nos reunamos como una sola familia y nos atrevamos a desaprender las
relaciones de poder que nos dejan sin creatividad?
Los
últimos serán los primeros
Desde
esta perspectiva entendemos a Jesús que no cree ni depende de los primeros
puestos, o de los lugares de honor y por eso se atreve a decir a quienes
ostentan un orgullo de pueblo elegido, que lo verdaderamente significativo no es el cumplimiento de una alianza o la
pertenencia a una casta escogida, sino la capacidad de para generar relaciones
de misericordia. Quien llegue a esto, será primero, quien no lo entienda, será
último.
Ser
maestros y maestras en compasión, ésta es nuestra tarea cotidiana como
discípulos-as de Jesús. Ojalá nos atrevamos a desarrollar nuestra humanidad
hasta tal punto que comprendamos que la puerta del cielo está abierta en todas
partes.