sábado, 24 de agosto de 2013

NO SÉ QUIÉNES SON USTEDES


Lucas 13, 22-30
 
Jesús vive el Reino. Camina de pueblo en pueblo.  Recorre las aldeas convencido de su mensaje liberador. Sigue caminando y sigue en contacto permanente con las dolencias del pueblo. No puede callar, ni tampoco deja de actuar el bien,  aunque va subiendo a Jerusalén consciente de que se  enfrentará a un trágico final.  Llegará el momento en que el peso de la injusticia le evidencie que sólo queda enmudecer. Tendrá una actitud parecida a la de aquel otro personaje misterioso de Isaías que guardaba silencio en el colmo del desprecio y la tortura y denunciaba en esa humildad los crímenes y las injusticias de todos. Pero ahora, desde una total  libertad no puede enmudecer. Debe seguir sembrando la esperanza del Reino allá por donde va. Siente el consuelo de los pobres que entienden su mensaje, lo aceptan y se alegran. Eso le confirma. En medio del camino también aparecen quienes buscan que les dé una solución segura al problema de Dios y al modo de estar en la vida. ¿Les parece muy radical su mensaje? ¿Están incapacitados para confiar? ¿O es que no son capaces de alegrarse desde lo más hondo de sí mismos de que su autoridad para cuestionar el actual sistema de cosas y su propuesta de radical novedad? Jesús tiene que enfrentarse de nuevo con el cinismo de quienes no  han entendido que el Reino se regala y se ofrece, no se puede comprar, vender o asegurar. La cuestión para Jesús no es  ¿quién puede salvarse? sino la invitación a participar en un banquete permanente donde no haya salvadores ni salvadores ni salvados, sino hijos e hijas de Dios que derriban las fronteras sabiéndose partícipes de algo inmerecido que debe cuidarse, la vida de todos.
 
Jesús dialoga una vez más. Espera quizás sin éxito, una respuesta que le haga entender que han comprendido su mensaje.  A estas alturas de la vida, Jesús descubre con absoluto dolor que si el Reino de Dios – como  gran banquete universal -  no es aceptado en su integridad, se malogra. Quienes han puesto su confianza en las tradiciones judías y no se han preocupado por ejercer  la compasión con la cantidad de pobres que se han quedado sin tierras por la especulación de la clase dirigente, no pueden entrar en la casa del señor y cenar y hacer fiesta. Los valores del Reino no son los valores sociales, donde no hay sitio para los pobres. Hay que pasar por la puerta estrecha: la puerta de la misericordia entrañable y restituir así las relaciones injustas por otras equitativas e igualitarias. Lucas recuerda en este texto  a Mt 25 cuando en el final de los tiempos, se producirá un juicio universal y no entrarán a gozar de Dios  aquellos que han comido y bebido con Él pero no lo han reconocido en los pobres.
 
Entonces, toda la historia de salvación será testigo de la dureza de los corazones humanos. Dios no atiende a privilegios adquiridos por la condición religiosa sino al arte de la compasión que hace del mundo una gran mesa donde todos y todas tienen sitio. Por eso, Jesús sueña con el banquete en el que participará la humanidad, más allá de su pertenencia o no a Israel y más allá del merecimiento de sus obras. Quien haga las obras que Él hace, podrá entrar y sentarse a la mesa. Quien no participe de esta esperanza y esta amplitud, estará fuera.
 
E
s un alivio para nosotros y nosotras, cristianos del siglo XXI, volver a escuchar esta Palabra única y consoladora en medio de situaciones tan sangrantes como las que vivimos cotidianamente: en realidad  la misericordia sigue salvándonos más allá de la condición social, el credo religioso o las costumbres. Y nos sigue planteando  una enorme responsabilidad ante nosotros mismos y ante los demás. Si formamos parte de esta humanidad, todo lo que le afecte a alguno de los más pequeños, nos afecta.
 
Desde el contexto de nuestra Amazonía, donde cada día la vida está amenazada y el reparto del petróleo queda en manos de unos pocos, donde lo que de verdad se queda es  la contaminación para la mayoría,  y donde el cuidado del medio se supedita a ciertos intereses de Estado, escuchar la llamada a la entrar por la puerta estrecha y disfrutar del banquete del Reino, nos moviliza en otra dirección totalmente distinta: ¿será que podremos disfrutar de los bienes en la medida en que nos reunamos como una sola familia y nos atrevamos a desaprender las relaciones de poder que nos dejan sin creatividad?
 
Los últimos serán los primeros
 
Desde esta perspectiva entendemos a Jesús que no cree ni depende de los primeros puestos, o de los lugares de honor y por eso se atreve a decir a quienes ostentan un orgullo de pueblo elegido, que lo verdaderamente significativo no  es el cumplimiento de una alianza o la pertenencia a una casta escogida, sino la capacidad de para generar relaciones de misericordia. Quien llegue a esto, será primero, quien no lo entienda, será último.
 
Ser maestros y maestras en compasión, ésta es nuestra tarea cotidiana como discípulos-as de Jesús. Ojalá nos atrevamos a desarrollar nuestra humanidad hasta tal punto que comprendamos que la puerta del cielo está abierta en todas partes.