Lc 12,13-21
Hay una película cómica francesa que se llama “La cena de
los idiotas”. Unos personajes engreídos quieren reírse de otros a los que
consideran “idiotas” y los invitan a comer con ellos. Después comentan lo
ocurrido como una gran victoria. Y así pasan. Al final, la historia acaba volviéndose
en contra de ellos mismos, y la vida les enseña quiénes son los verdaderos
necios.
También Jesús habla del banquete de los necios e
insensatos en el evangelio. La vida de Jesús es apasionante. No tiene
posesiones, su actividad fundamental se desarrolla en los caminos, en medio de
la gente del pueblo. Para quien escuchaba su mensaje, esta libertad total y
radical creaba admiración pero también provocaba mucho rechazo. No era fácil
entender.
Algunos, viendo su sabiduría pensaron equivocadamente que
podría ser una especie de juez entre ellos. Jesús aprovecha para sacarlos de su
error y para exponer lo que ve sobre un tema social fundamental en torno a la
posesión: la seguridad.
Jesús va a la raíz. ¿De qué nos sirve asegurarnos si
nuestra vida no depende de nuestra voluntad? Si al
fin y al cabo no podemos controlar la existencia y nuestra vida y nuestra
muerte es de Dios, ¿de qué nos sirve la preocupación, la ambición, la
acumulación?
Estamos en el siglo de la seguridad. Hablamos de
seguridad internacional, de seguridad contra el terrorismo internacional, de
planes de seguridad, de guardias de seguridad, incluso de seguridad social… Y
el caso es que no podemos asegurar un minuto más de vida aunque nos lo
propongamos. Todo son fuegos artificiales.
Amasar
Y cuenta la historia de un varón que agranda graneros,
amasa riquezas, prevé el futuro para un disfrute que al final no llega. Y acaba
diciendo que es una necedad amasar
riquezas y no amasar riquezas para el reino de Dios. El evangelio es bien
provocador. Porque Jesús solo habla bien de alguien que “amasa”: es una
sencilla mujer que amasa el pan con un poco de levadura. Y acaba diciendo: “así
es el Reino de Dios”.
Es inteligente y sabio gastar las energías, la vida, los
recursos, los bienes que sean necesarios para celebrar un banquete de inclusión. Salir a los caminos, invitar a lisiados,
cojos, vagabundos para que la fiesta sea total.
Es necio gastar energías, recursos, acumular posesiones y
bienes para celebrar un banquete individual, privado y para los propios éxitos,
sin tener en cuenta que el mundo debe ser distinto y que debe haber justicia y
equidad.
Si queremos compartir, si nuestra alegría está en hacer
fiesta con la gente pequeña que no puede devolvernos nada, estamos en el
banquete de la sabiduría. Si queremos hacer propiedad privada del bienestar y
la fiesta, estamos en el banquete de los necios. Parece fácil y claro.
Una de las experiencias más fecundas que hemos vivido
como Iglesia ha sido la capacidad para crear proyectos sin ningún tipo de
interés por el futuro, nos hemos ido arriesgando a poner todas las energías en
aquello que podía ser más de Dios, aunque humanamente no tuviera muchas
garantías de éxito.
Ahora la pregunta: ¿en qué banquete estamos participando?
¿En el banquete de los necios o en el banquete de la sabiduría?