sábado, 8 de febrero de 2014

NO TE CIERRES A TU PROPIA CARNE - Isaías 58,7-10; Mateo 5,13-16

Así dice el Señor: "Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: "Aquí estoy." Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía."

Isaías nos da la clave para una pregunta que alguna vez se ha hace toda persona creyente o no en un momento de su vida: ¿escucha Dios la oración? ¿O será que está sordo y mudo? El profeta lo tiene claro: haz lo que tienes que hacer para ser más humano: parte el pan, hospeda a los pobres, viste al desnudo y no te cierres a tu propia carne. Dos dimensiones en interrelación: la de las relaciones con los semejantes y la actitud del corazón.

Dice el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium que Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro «considerándolo como uno consigo».(…) El verdadero amor es siempre contemplativo… (n. 199).

Este considerar al otro como uno consigo, para Isaías es lo que produce una verdadera transformación: la luz que cada quien tenemos se manifiesta, las heridas se sanan, la justicia será un camino y después de todo DIOS SERÁ PERCIBIDO. Entonces la pregunta sobre si Dios está sordo o ciego frente a lo que ocurre se desplazará hacia otro plano: la responsabilidad personal con el otro-a que camina contigo.

Por esta razón, no hay dos momentos para encontrarse con Dios: por un lado el de los sacramentos, la liturgia y las oraciones y por otro el de la compasión, sino que hay un único momento de encuentro y éste se da cuando alguien es capaz de vivir en unidad eso de no cerrarse en sus pasiones y hacer el bien y la justicia. Y si en este doble dinamismo hay algo más importante es el de no cerrarse a la propia carne. Esta cerrazón es tan sutil, que hay que cada persona tiene que ponerse a sí misma bajo sospecha. ¿Tendremos valentía y arrojo para ello? Todo depende de nuestra capacidad para escuchar las voces del profeta.