Lectura orante del Evangelio:
Juan 20,19-31
“Miradlo resucitado:
que solo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará. Mas ¡con qué claridad y
con qué hermosura! ¡Con qué majestad, qué victorioso, qué alegre!” (C 26,4).
Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo
a los judíos. La muerte acosa, el miedo se adueña del corazón, la
desgana reseca el verdor de las flores, las puertas de la solidaridad se
cierran. La vida se paraliza, se empobrece, se apaga, se hace infecunda. Las
razones para caminar han desaparecido. Parece todo perdido y, sin embargo, todo
está a punto de comenzar. Jesús se acerca, provoca el encuentro. En las buenas
y en las malas podemos hablar con Él. Jesús nos ama aun cuando nos
equivoquemos. En la oración nos dejamos sorprender por Jesús. Gracias, Jesús, por mirar con ternura
nuestra vida, también en los momentos difíciles.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: ‘Paz a vosotros’. Si algo
necesita la vida herida es paz, ternura, cercanía, amor. Esto es lo que hace
Jesús. Esto es la oración. Jesús se sienta a nuestro lado –“cabe mí”, decía
Teresa de Jesús- y nos da a beber de su fuente. Ante su mirada –“mira que te
mira”- nuestra dispersión interior se va integrando, la vida va ganándole terreno
a la muerte. Entra, Jesús, entra
hasta el fondo y llena nuestras entrañas de vida nueva.
Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. La oración
es ver al Señor en nosotros. Con Jesús ya nunca estamos solos. Esta presencia,
que nadie nos la puede quitar, es nuestra alegría. Si nos atrevemos a dejar
entrar a Jesús, quedamos ungidos con el óleo de la alegría. No es una alegría
pasajera, superficial; es una alegría que llena el corazón, como le pasó a
María la ‘llena de gracia’ Es una alegría que se irradia en los pensamientos,
en las miradas, en las actitudes, en los gestos, en las palabras. Jesús, llena nuestra vida de alegría.
‘Paz
a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo’. La nueva evangelización está
marcada por la alegría, por la gratuidad. Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o
no practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. Jesús es para todos. La paz es
para todos los pueblos. Por eso la oración es misionera, nos empuja a meternos
en la vida, sin miedo a soñar cosas grandes para la humanidad. ¡Una iglesia
alegre para los pobres! No es tiempo para encerrarse en la comodidad, ni para
mirar atrás. Es tiempo de llamar a las puertas de los vecinos para llevarles la
buena nueva de Jesús. Es tiempo de acercarse, como pobres, a los pobres para
compartir el gozo de Jesús. Acogemos tu bondad y la entregamos con gratuidad.
Exhaló
su aliento sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’. Es el gran don que nos regala
Jesús. La presencia amorosa del Espíritu, morando secretamente en nuestra
interioridad, se hace voz de verdad en nuestros diálogos, aliento en nuestras
fatigas; nos susurra a cada paso el nombre de Jesús. El Espíritu nos sorprende
con su constante creatividad. Espíritu
Santo, tú vienes a renovar nuestra vida. Tu viento suave renueva empuja nuestra
barquilla mara adentro. ¡Bendito seas!
¡Feliz
Pascua! De parte de los que formamos el equipo del CIPE - abril
de 2014