sábado, 12 de abril de 2014

RECUPERAR AL SIERVO - Isaías 50, 4-7; Filipenses 2, 6-11; Mateo 26, 14-27, 66



Jesús entra en Jerusalén desafiando al poder romano. No entra en un caballo ni le respalda potencia militar alguna. Entra a lomos de un burro. Esto no debió gustar a quienes detentaban el poder, al ver que asuntos tan sumamente serios eran tratados con tanta ironía. En realidad, Jesús estaba jugándose la vida. Había llegado al extremo. No podía decir más veces, de forma más clara y contundente lo que Dios quiere para el mundo. No podía ser más claro en sus actitudes de acogida incondicional a la gente excluida. Frente a este comportamiento tan transparente y lúcido, hay gente urdiendo toda una trama que lo aniquilará. De esto es testigo todo el pueblo de Israel. Quienes le siguen por el camino no pueden creer lo que está ocurriendo. No es posible tanto mal junto contra el justo. Sin embargo, así es. Con el tiempo, tienen que hacer una lectura creyente de todos los acontecimientos y descubren que en realidad, ese Jesús que se pasó la vida abajándose, se identificaba muy bien con aquel siervo de Isaías, ese personaje que cargó los pecados del pueblo a costa de su propia supervivencia. Cuando el peso de la injusticia y la maldad amordazan al profeta lo que queda es enmudecer. Porque no se puede dar marcha atrás en las convicciones que han fundamentado una vida entera y que forman parte de lo que se es, de lo que se ve y de lo que se vive. Así le ocurrió a Jesús y así les ocurre a tantos hombres y mujeres que han compartido su mismo destino. ¿Habrán merecido la pena todas esas “pérdidas” humanas?

Sea como fuere, nuestra llamada hoy tiene que ver con recuperar al Siervo, precisamente cuando estamos en una situación de emergencia a nivel mundial, donde el peso de la injusticia y las víctimas que produce es innumerable. Y recuperarlo tal y como lo hizo Jesús: abajarse hasta la condición de esclavo. Abajarnos definitivamente, bajarnos de los tronos en los que continuamente nos subimos, los tronos del prestigio y del poder, de la fama y de que tengan una buena opinión de lo que hacemos y somos, de los trabajos y las misiones que desempeñamos… y de tantas cosas más. Abajarnos para poderle dar la mano al pobre y excluido y recorrer conjuntamente con él un camino que nos lleve a disfrutar de una vida plena donde todos y todas disfrutemos del banquete que Dios nos prepara.