sábado, 19 de abril de 2014

HASTA ENTONCES - Juan 20, 1-9


Las últimas palabras de este evangelio de Juan- hasta entonces no habían entendido la Escritura- nos introducen de lleno en la experiencia de la Resurrección. ¡Cuántas veces nos sorprendemos diciendo: nunca hasta ahora me había pasado nada igual!... y así queremos expresar lo inexpresable, que hay experiencias humanas que desbordan nuestros esquemas, a menudo pequeños.

Aquellos discípulos y discípulas que corrían al lugar de la muerte experimentan la irrupción del Dios de la Vida. De repente, todas las piezas se les unen en el interior. De la situación de oscuridad, aplastamiento y sinsentido que vivían por la terrible ausencia del Amigo y Maestro, pasan a entrar en otra dimensión de la vida, que es la misma, pero no es lo mismo. De repente, el Espíritu del Resucitado les revela algo que da unidad y sentido a todo y que tiene su conexión en “entender la Escritura”. De la mano de ese comprender la Escritura viene el comprender el misterio de la vida y de la muerte del Justo Jesús. ¿Y qué es lo que se les revela? Varias cosas y en varios niveles:

a) Que la Palabra de Dios es viva, eficaz, fiel y se cumple.

b) Que comprender la Palabra desde lo que revela de Jesús es clave y tarea para entender y asumir todo su Misterio Pascual.

c) Que la comunidad de discípulos y discípulas inmersos en la pena y que van corriendo hacia el lugar de la muerte, deben hacer una lectura más honda y creyente de todos los acontecimientos para que se les conceda la experiencia del Resucitado.

d) Que esa experiencia del Resucitado actúa en ellos y ellas cambiando las cosas.

De este modo, ese “hasta entonces” está diciendo que hasta ese momento ni veían ni oían. Y que gracias a Jesús Resucitado ahora sí ven y sí oyen.

En esta etapa de nuestra humanidad quizás tengamos que reconocer que tenemos una necesidad imperiosa de comprender con hondura las experiencias de muerte cotidianas: callejones sin salida en los que nos ha metido la economía de la exclusión, situaciones de muertes reales a las que nos condena un sistema de violencia institucionalizada e invisibilizada. Cuando nos sorprendamos a nosotros-as mismas diciéndonos: hasta ahora yo había permanecido en la ignorancia, hasta ahora no me había enterado de lo que era la vida, hasta ahora no había comprendido que el bien y el mal andan juntos, hasta ahora no sabía lo que era el dolor y la pérdida… empezaremos quizás a comprender y a estar cerca de ese Resucitado que se niega a que la muerte tenga la última palabra.