Narcisa
nunca supo que era un fundamento de una comunidad eclesial de base en
Sucumbíos. En ella, la vocación ministerial surgió como surge en tantas mujeres
de nuestra Amazonía ecuatoriana: entretejida en medio de la vida. Era una mujer
del campo, que educaba a sus hijas e hijo de una forma serena y constante, en La Barquilla, una de las comunidades del
sector de Puerto Libre. Participaba en
los encuentros de ministerios como catequista. Nunca iba sola, sino que se
llevaba a alguna de sus hijas y a su “gordo”. Siempre llegaban los primeros a
los encuentros, porque la ranchera o el autobús pasaban primero por su
comunidad. Y casi siempre les tocaba llegar los últimos, justo porque su retorno era más largo. Y como llegaban antes, unas veces tocaba ayudar
a preparar la gallina para el almuerzo,
otras ordenar el lugar de encuentro, barrer o recoger, transportar
sillas o motivar. Se le ha acabado la vida pronto, muy pronto, y el misterio de
Dios que siempre se nos adelanta, se ha hecho de nuevo presente en nuestras
vidas y nos deja preguntándonos qué tenemos que hacer ahora.
Acogió
la invitación a formar parte de un proyecto de Reino en medio de la gente, en
un clima nada propicio quizás, con grandes dificultades. Era una gran
“sumadora” porque lo suyo era apoyar e inventar algo que estuviera al servicio
de la comunidad. Así, fue una suegra de
Pedro cualquiera, alentando y sirviendo a la comunidad. Fue una hemorroísa a la
que le salvó su fe. Fue una cananea dispuesta a luchar por el derecho y la
justicia, fue María en la cruz y estuvo de camino a Emaús con Cleofás.
Se han
dicho muchas cosas sobre las comunidades eclesiales de base, - y últimamente no
se quiere decir nada- se han alentado y se han destruido, se han criticado y se
han animado. Según quién mire, puede creer que son cosas del pasado, o incluso
afirmar que hay que alentar otras formas de organización de la vida de la
Iglesia, que está bien que existan, pero que en definitiva, es mejor pasar a
estos otros nuevos tiempos, donde la parroquia con su párroco serán el centro
de toda la actividad pastoral.
Quienes
afirman esto, quizás no sepan que el evangelio es un germen, que funciona como
fermento y que se parece mucho a un poco de sal. Narcisa lo supo muy bien,
aunque nadie le dijo: mira, estás animando una comunidad eclesial de base y eso
es muy valioso. Simplemente le dio importancia a lo que la tenía, vivió el
evangelio de Jesús y lo transmitió así como ella lo entendió. Dios le dio un
sentido común envidiable, además de concederle el don de tejer relaciones
fraternas allá donde fuera.
Hoy,
ella es un grano de trigo que dará cosecha abundante. Y muchos podrán sentir
sus efectos. Gracias a su entrega en este pequeño lugar, la comunidad eclesial
de base se reinventará para un futuro mejor. El nombre empieza a importar poco,
casi nada. Lo que importa es la realidad viva de la gente pobre que sigue al
Maestro.