Deuteronomio 26, 4-10; Romanos 10, 8-13;
Lucas 4, 1-13
Todo el mundo tiene
tentaciones. Para los-las místicas son señal de que Dios quiere hacer algún
bien. La tentación no es más que el síntoma de esa resistencia al avance de lo
bueno.
Esto tan evidente, también
lo sabían las comunidades cristianas de los primeros tiempos, que atravesaban situaciones
de persecución unas veces y de pretensión de poder y prestigio otras. Entendieron muy bien algo que formó
constantemente parte de la vida de Jesús y dejaron constancia de ello en los
evangelios, como para que sirviera de llamada de atención: quien siga a Jesús, pasará por lo que pasó Él, parecen decir.
Más allá de algo puntual,
para Jesús la tentación fue todo aquello que lo empujaba a separarse del “modo”
que Dios le revelaba para hacer visible el Reino. ¿En qué consistía ese “modo”
de hacer visible el Reino?
En primer lugar, ABAJARSE
a la condición de siervo. En Filipenses y en la Carta a los Hebreos se recoge
bien. No es sólo ser humilde, sino situarse en la vida desde abajo, aprendiendo
constantemente de la condición humana, teniendo la mirada y el corazón en los
pequeños.
En segundo lugar, VIVIR
LIBRE. Frente a las pretensiones de suavizar su radicalidad, prefiere
establecer lazos con las personas y grupos más allá de los vínculos de la carne
y la sangre, más allá de lo que pueda restarle popularidad, más allá incluso de
lo que pueda ocasionarle riesgos y problemas.
En tercer lugar, PRACTICAR
LA COMPASIÓN, porque lo que importan son las personas abatidas, oprimidas,
esclavizadas, engañadas o perdidas. Y desde unas entrañas poderosas de la misericordia.
¿En qué se manifestaba la
tentación en Él? Si recorremos los evangelios, no sólo al inicio de su vida
pública, cuando se debate en cómo encarnará la misión que Dios le ha confiado,
sino en toda ella: Pedro le intentará persuadir para que abandone su idea de ir
a Jerusalén a morir, le increparán a que baje de la cruz, recibirá presiones
para hacer milagros, etc. Es decir, la tentación será todo aquello que sea
contrario al ABAJARSE, a VIVIR LIBRE y a PRACTICAR LA COMPASIÓN. Y si no
queremos caer en la tentación, el antídoto será abajarse, vivir libre y ejercer
la compasión.
Hagamos un pequeño
cuestionario:
¿Y para nosotr@s hoy? ¿Cuáles
son nuestras tentaciones? Quizás tengamos que detenernos un poco para
contestarnos esta pregunta. Si Jesús
tuvo que hacer un fuerte ejercicio de conocimiento de sí mismo, de la gente y
su contexto y profundizar su relación con Dios, no menor lo tendremos que hacer
nosotros y nosotras, en pleno siglo XXI.
-
¿Encontramos
la felicidad y alegría en sabernos comunidades pequeñas y frágiles?
-
¿Cómo va nuestra libertad frente a todo tipo de
poder o prestigio en las relaciones cotidianas? ¿Qué anhelamos?
-
¿Estamos atent@s a evitar el paternalismo cuando
ejercemos la compasión?
Si en
la lucha perdemos alegría, estamos tentados de desesperanza.
Si
mantenernos en el camino comenzado, nos produce hastío, estamos tentados de
abandono.
Si
necesitamos mostrar nuestra fuerza, estamos tentados de intolerancia.
Si
queremos que las cosas cambien rápido, estamos tentados de prepotencia.
Si
buscamos atajos a la vida, estamos tentados de infantilismo.
Si…
Pero si prestamos atención a lo que ocurre y como Jesús seguimos curando, liberando a los oprimidos, sacando de cárceles y haciendo el bien, será más difícil destruir lo que Dios ha querido regalarnos. Sigamos creciendo, pues.