sábado, 23 de febrero de 2013

Su rostro cambió…



Génesis 15, 5-12. 17-18;
Salmo responsorial: 26;
Filipenses 3, 20-4, 1;
Lucas 9,  28b-36



¿Qué hizo que el rostro de Jesús cambiara? ¿La subida al monte? ¿La sorpresa? ¿El intercambio de palabras con Pedro y Juan? Parece que según el evangelio de Lucas, le cambia el rostro mientras oraba. No es que Jesús haya cambiado, ni que quiera hacer un signo extraordinario. Lo que ha pasado es que simplemente sus discípulos lo ven mejor, como el hijo amado de Dios al que hay que escuchar. Entonces, todo empieza a resituarse. 

¡Cuánto camino ha tenido que recorrer Jesús! ¡Cuántas veces se ha encontrado en el centro mismo de su ser y ha sentido que la imagen que le transmitieron de Dios no se corresponde con lo que ha ido surgiendo en él como consecuencia de su pasión por el Reino! Y cuántas veces ha tenido la osadía de confiar en ese mismo Dios que le ha ido revelando en lo secreto sus misterios.

Escuchar a Jesús. Escuchamos muchas voces, que nos vienen de fuera de nosotros mismos, de las personas que nos fiamos, de quienes nos parecen que tienen mayor sabiduría y nos pueden guiar. Escuchamos a veces mensajes de extraños, a quienes no les interesamos o sólo les interesamos como inmediatos consumidores.

Parece que los discípulos estaban adormilados. No hay mejor testimonio para nosotr@s que andamos con dificultades para la vigilancia. Sólo cuando pudieron despertar, notaron algunos efectos  positivos: que se querían quedar fue el primero. Y después del despertar el miedo, esa consciencia que llega cuando uno tiene los ojos demasiado abiertos. Ante esa intensidad de impactos,  supieron que debían guardar esa visión de Jesús para otro momento, cuando las cosas empezaran a tener sentido y pudieran ser vistas con mayor globalidad.  

Puede que como cristian@s andemos un tanto adormilados en nuestras cosas, en nuestras grandes o pequeñas batallas. ¡Qué fácil es abandonarse! Puede incluso que el Jesús al que seguimos entre dentro de esa onda de adormecimiento que nos traemos. Por gracia de Dios, hemos tenido la oportunidad de espabilarnos del sueño, y se nos ha dado una nueva consciencia sobre lo que está pasando. Y ahí, en esa situación frágil, escuchamos una voz desde la nube: aprendan a escuchar a Jesús mientras vamos de camino. Tenemos experiencia de habernos despertado a un evangelio más real, en contacto directo con la vida. Y no por nosotros, sino por la gracia de Dios que actúa en la historia. ¿Será también el momento de sostener y profundizar la experiencia que nos revela Dios hasta que podamos ver con más globalidad las cosas? Escuchemos a Jesús.