Génesis 15, 5-12. 17-18;
Salmo
responsorial: 26;
Filipenses 3, 20-4, 1;
Lucas 9, 28b-36
¿Qué hizo que el rostro de Jesús cambiara? ¿La subida
al monte? ¿La sorpresa? ¿El intercambio de palabras con Pedro y Juan? Parece
que según el evangelio de Lucas, le cambia el rostro mientras oraba. No es que
Jesús haya cambiado, ni que quiera hacer un signo extraordinario. Lo que ha
pasado es que simplemente sus discípulos lo ven mejor, como el hijo amado de
Dios al que hay que escuchar. Entonces, todo empieza a resituarse.
¡Cuánto camino ha tenido que recorrer Jesús! ¡Cuántas
veces se ha encontrado en el centro mismo de su ser y ha sentido que la imagen
que le transmitieron de Dios no se corresponde con lo que ha ido surgiendo en
él como consecuencia de su pasión por el Reino! Y cuántas veces ha tenido la
osadía de confiar en ese mismo Dios que le ha ido revelando en lo secreto sus
misterios.
Escuchar a Jesús. Escuchamos muchas voces, que nos
vienen de fuera de nosotros mismos, de las personas que nos fiamos, de quienes
nos parecen que tienen mayor sabiduría y nos pueden guiar. Escuchamos a veces
mensajes de extraños, a quienes no les interesamos o sólo les interesamos como
inmediatos consumidores.
Parece que los discípulos estaban adormilados. No hay
mejor testimonio para nosotr@s que andamos con dificultades para la vigilancia.
Sólo cuando pudieron despertar, notaron algunos efectos positivos: que se querían quedar fue el
primero. Y después del despertar el miedo, esa consciencia que llega cuando uno
tiene los ojos demasiado abiertos. Ante esa intensidad de impactos, supieron que debían guardar esa visión de
Jesús para otro momento, cuando las cosas empezaran a tener sentido y pudieran
ser vistas con mayor globalidad.
Puede que como cristian@s andemos un tanto adormilados
en nuestras cosas, en nuestras grandes o pequeñas batallas. ¡Qué fácil es
abandonarse! Puede incluso que el Jesús al que seguimos entre dentro de esa
onda de adormecimiento que nos traemos. Por gracia de Dios, hemos tenido la
oportunidad de espabilarnos del sueño, y se nos ha dado una nueva consciencia
sobre lo que está pasando. Y ahí, en esa situación frágil, escuchamos una voz
desde la nube: aprendan a escuchar a Jesús mientras vamos de camino. Tenemos experiencia
de habernos despertado a un evangelio más real, en contacto directo con la
vida. Y no por nosotros, sino por la gracia de Dios que actúa en la historia. ¿Será
también el momento de sostener y profundizar la experiencia que nos revela Dios
hasta que podamos ver con más globalidad las cosas? Escuchemos a Jesús.