sábado, 2 de febrero de 2013

LO QUISIERON DESPEÑAR


Jeremías 1, 4-5. 17-19; Lucas 4, 21-30

Miremos esta imagen. Jesús a punto de ser despeñado en su propio pueblo por sus conocidos.  ¿Y sólo por afirmar su propia experiencia de Dios- “esta Palabra se ha cumplido hoy”? Hoy continuamos leyendo esta Palabra y nos asombramos: ¿es posible?

Acerquémonos un poco más. Jesús está en la sinagoga, el lugar donde los varones escuchan la Torá, en un ambiente profundamente espiritual y religioso. Él ejercita su derecho a tomar la palabra. Y decir que ésta se hace presente en su vida,  no hace sino admirar a sus contemporáneos. Sin embargo, llega un momento en que Jesús provoca y despierta algo en aquellos hombres llenos de admiración. Adivina y desenmascara sus propias dinámicas de poder y dominio escondidas bajo una aparente experiencia espiritual.

Primera dinámica: el prejuicio social: si quieres que tu palabra tenga una autoridad entre nosotros, debes comportarte como las personas de autoridad religiosa, como los rabinos y maestros. Pero si eres hijo de José, un vecino común y corriente, no comprendemos de dónde te viene la sabiduría, no te corresponde tal autoridad.

Segunda dinámica: el privilegio de controlar al profeta: en otros lugares has realizado signos, aquí debes seguir el mismo esquema y guión, así te conoceremos, sabremos de antemano por dónde vas y cuáles son tus límites.

Tercera dinámica: la prepotencia y el orgullo de los cumplidores de la Ley: si nosotros somos un pueblo creyente y practicante, tenemos el derecho de disfrutar de los privilegios de “pueblo elegido” por Dios. En nosotros están las promesas y el favor de Dios.

Jesús desenmascara una por una estas tres dinámicas de mal de una manera sabia, mientras dialoga con ellos. Pero la cosa se complica, reaccionan de manera violenta. Están en su derecho porque no sólo se ha atrevido a criticar los modos sociales vigentes, sino que también cuestiona la lectura que hacen de su propia tradición religiosa y de la experiencia histórica de pueblo elegido. Si Elías criticó las mismas actitudes, resulta que las cosas no han cambiado mucho y que ellos vuelven a encarnar a los perseguidores y asesinos de los profetas.

Lo curioso es que ante semejante acusación, no se produce una reacción compungida, sino muy al contrario, sucede precisamente aquello que Jesús está denunciándoles, que creyéndose justos ante Dios, no descubren al profeta y lo intentan eliminar.

Llegando hasta aquí, hay dos tipos de preguntas que podemos hacernos:

- Una, sobre las dinámicas de mal de las que podemos contagiarnos: prejuicios sociales, pretensión de control y dominio sobre el profetismo, prepotencia y orgullo.

- Otra, sobre lo que pasa: estas dinámicas de mal están presentes en muchos lugares y de muchos modos y maneras. No las percibimos con facilidad pero están ahí, aguijoneando lo bueno de sociedades, culturas e iglesias. Cuántas veces el prejuicio social genera situaciones de exclusión y confrontación. Cuántas veces la pretensión de control y dominio de la profecía por parte de autoridades religiosas o políticas, ha terminado llevando a la muerte a esos mismos que se atrevieron a ser profetas. Cuántas veces la prepotencia y orgullo de quienes se consideran cumplidores, no permite reconocer los errores y  ser cauces de perdón entre las víctimas.

Hemos tenido y tenemos experiencia de todo esto en ISAMIS. ¿Qué nos toca? Ahora nos toca mirar a Jesús cómo se aleja caminando y siguiendo su proyecto de Reino. Ahora nos toca seguir curando enfermos, seguir profundizando la Palabra de Dios, seguir alentando comunidades, seguir animando y sembrando la vida donde esté su germen.