Jn 21,1-19
Durante su vida, Jesús tantas veces había respirado el
aire del lago de Galilea. Ahí había encontrado a algunos compañeros de camino y
se habían hecho posibles los signos del Reino. Resucitado vuelve a llevar a la
comunidad de discípulos al lugar de la pesca, el lugar donde es posible ampliar
horizontes, donde ya no se es simplemente pescador, sino pescador de humanidad,
donde se siente la pequeñez ante la inmensa tarea del evangelio, donde se
arriesga la vida en medio de la noche. Pero, ¿cómo atrae el Resucitado a esos
discípulos y discípulas miedosos y temerosos? Los atrae a través de la decisión de Pedro de ir a pescar. Pero
la pesca no será fecunda. No se han dado cuenta de que necesitan escuchar la
Palabra de Jesús para poder descubrir su presencia resucitada en medio de ellos
y no sólo hacer lo que siempre hacen: pescar. Es hora de que frenen un poco y se hagan
preguntas sobre su modo habitual de actuar y de vivir. Porque la noche y su
oscuridad amenaza con llevarse su esperanza.
¿Se encontrarán entonces con Jesús que desde la orilla
les invita a hacer fiesta y compartir el banquete del Reino? Si la comunidad
quiere reconocer al Resucitado, es posible que tenga que cambiar algunos modos
habituales de evangelizar, no simplemente por cambiar, sino como consecuencia
de un llamado espiritual que el mismo Jesús hace a las comunidades a través de
las pescas infructuosas de todos los días: tantas frustraciones, tantas
oscuridades y falsedad en las relaciones puede hacernos caer en la tentación de
que no hay nada que hacer. Y sin embargo: lo primero es escuchar de Jesús: ¿Me aman? Si es así, apacienten mis
ovejas. No puede ser de otra manera. Esto nos vuelve a mover de nuestros sitios
cómodos desde los que nos quejamos.
No podemos evitar la Palabra de Dios que nos quiere
alcanzar. Las comunidades amarán a Jesús en la medida que sepan CUIDAR y CULTIVAR la vida que hay en ellas, es decir, hacer
la labor de apacentar. Pero APACENTAR no puede confundirse con quitar
importancia a los problemas que verdaderamente la tienen, ni con acallar las
inquietudes que surgen. Apacentar tiene más que ver con la preocupación por los
pequeños y frágiles de la comunidad, apacentar tiene que ver con entablar
relaciones amistosas y fraternas entre los miembros de las comunidades y más
allá de ellas, crear diálogo siempre difícil con las instituciones políticas y
religiosas, seguir creyendo que hay futuro para las comunidades, apoyar a las
personas en sus búsquedas, estudiar lo que acontece como una posibilidad más
que como tragedia, aprender a esperar el tiempo oportuno... Ese apacentar es lo
que Jesús hizo y lo que sigue haciendo a través de su Espíritu. Cada día
tenemos la oportunidad de vivir desde su óptica y sus gestos. Ahora sí, toca
decidir. Podemos decir con Pedro: “vayamos a pescar” y Jesús apoyará nuestras
decisiones mientras enciende nuestro corazón y da luz a nuestro entendimiento
al partir el pan.