Jn 10,27-30
Resulta
extraña la imagen del pastor para una sociedad tecnificada. Pero en tiempos de
Jesús era totalmente provocadora. En primer lugar, porque los pastores eran
seres excluidos de las decisiones políticas o económicas. Religiosamente
hablando no estaban dentro de ninguna ortodoxia ni es esperaba ningún aporte
por su parte. En segundo lugar, porque decir “pastor de Israel” es apelar a la
vocación mesiánica que tenía el rey y a la denuncia profética contra los
gobernantes.
Jesús ha descubierto su vocación y misión en
este mundo mientras ha ido practicando la misericordia de Dios con los
pequeños. Siente dentro de sí la llamada a unir lo disperso, como una gallina
reúne a sus polluelos, como aquel pastor que no se ocupa de sí sino de su
rebaño (cf. Ez 34). Percibe al igual que percibieron los profetas, que los dirigentes no están siendo pastores,
sino que dispersan al rebaño, que hacen injusticias, que cometen terribles
arbitrariedades muchas veces en nombre de lo divino, que no se preocupan de la
gente, que no reaniman a los que pueden liderar cambios sino que los someten.
Ha experimentado que a los líderes políticos y religiosos no les importa la
calidad de vida de la gente, si están o no están enfermos, si tienen o no
necesidades. Y ve que estas actitudes han tenido consecuencias perjudiciales
para todos: la dispersión del pueblo. Ahora las ovejas son presa fácil para todo
tipo de calamidades porque no hay una preocupación real por ellas. Ahora es el
momento de las responsabilidades. Todo lo que está pasando, tiene su raíz y
origen en los pastores del pueblo.
En este momento es cuando Dios sale por ellas y
vuelve a decir: ¡aquí estoy, soy yo! ¡Me ocuparé de ellas en persona! Las voy a
sacar de la dispersión, las reuniré y las conduciré de nuevo a la tierra, tal y
como dije desde el principio. Descansarán, claro que sí, yo mismo las llevaré a
descansar. Al contrario de lo que han hecho los reyes y sacerdotes, yo sí
buscaré a la que esté perdida, traeré a la extraviada, curaré a la enferma,
velaré por la sana y las cuidaré con justicia a todas, tanto a las gordas como
a las débiles. Reintegraré a las excluidas y las salvaré poniéndolas a
resguardo de los ladrones. (Cf. Ez 34,11-ss)
Pero la dramática de la existencia de Jesús es
terrible, porque al final, descubre a pesar de esa vocación suya, que le toca entregar la vida y no ver cumplida
la aspiración más querida y sagrada: el cambio total en las relaciones
sociales, la desaparición de las fronteras de la exclusión y la creación de un
mundo nuevo donde reine la justicia. Quiere ser parte de esta cadena de testigos y dar cumplimiento a las
promesas de un Dios que aparecerá como Pastor de su pueblo. Abrirá el camino
pero será a costa de su propia vida, a costa de la persecución y la amenaza, la
incomprensión y la violencia sobre él.
Los suyos no pueden comprender esta aspiración suya que lo compara a
Dios: lo tratan de endemoniado, se dividen, discuten y quieren apedrearlo.
Leída desde estas claves la Palabra interpela a
la ciudadanía: ¡Cuántas injusticias cometidas! ¡Cuánto desinterés en las
sociedades por la suerte de los excluidos! ¡Cuánta arbitrariedad y dejación de
los poderes políticos! Pero también es una denuncia para los líderes religiosos
que siguen teniéndose por pastores del rebaño y que tantas veces se
despreocupan de los reales intereses de la gente sencilla, no buscan caminos de
justicia y se conforman con el actual estado de cosas sin ningún remordimiento,
ocupados quizás en su burocracia y sus condenas.
Esta Palabra también nos interpela y consuela
a los y las discípulas de Jesús en este momento.
- Nos interpela en la medida que nos sitúa en medio de las realidades que vivimos y nos hace mirar hacia los lugares de exclusión y de injusticia, donde se producen continuamente discriminaciones, violación de la dignidad de las personas y donde se ataca a los débiles con total impunidad.
- Nos consuela en la medida que fortalece la misión que Jesús nos encomienda: ser en la medida de nuestras fuerzas, posibilitadores de la vertebración de los tejidos sociales y comunitarios rotos por el sistema de mercado y sus vaivenes; seguir denunciando las injusticias que se cometen en la ribera del Putumayo: seguir trabajando por las relaciones de equidad en nuestros recintos y cantones; seguir cultivando la utopía de la liberación integral desde los pobres por causa del Reino como lo único necesario.