Somos la mente de
Cristo, somos la vida de Cristo, somos Cristo… Jesús hace su casa en nuestras
vidas. Ésta era la convicción en los orígenes cristianos. Desde su experiencia
sabemos que si queremos encontrar a Dios, tenemos que mirar a Jesús, que es su
reflejo, escuchar su Palabra y ser su
memoria en el mundo. Sin embargo, no es una tarea fácil porque tanto entonces
como ahora mirar y escuchar dependen de quién y cómo se mira y se escucha.
Han pasado siglos de
historia cristiana y muchas veces pareciera que no queda rastro de ese Jesús, a
pesar de la cantidad de manifestaciones artísticas y los templos e iglesias
esparcidos por todo el mundo. Pero el testimonio de tantos cristianos y cristianas
que “lavaron sus mantos en la sangre del Cordero” y el Espíritu de Dios siguen
haciendo valer su Palabra:
El
que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos
morada en él. El que no me ama, no
guardará mis palabras. El Espíritu Santo será quien les enseñe todo y les vaya
recordando todo lo que yo les he dicho. Que no tiemble su corazón ni se
acobarde. La paz les dejo. No se la doy como la da el mundo.
Haremos morada en él… ¿En qué consistirá ese “haremos morada”? ¿Servirá esta
promesa para los tiempos de crisis humanitaria y ecológica mundial? ¿Dirá algo
a las múltiples situaciones cotidianas
de mal con las que nos enfrentamos?
A lo largo del
tiempo muchas personas han quedado sorprendidas y asombradas ante estas palabras
de Jesús y han sido orientación y consuelo para sus vidas. Para Agustín de
Hipona fue una revelación el tomar conciencia de que sus búsquedas terminaban y
comenzaban en Dios y que éste no se encontraba en las alturas, sino que hacía
su casa en lo profundo de la propia vida.
Si escuchamos la
Palabra con atención, para que Dios Padre-Madre y Jesús decidan hacer su morada
en la comunidad es necesario guardarla. El evangelista Juan
insiste en la necesidad de guardar la Palabra como signo y señal de seguimiento
de Jesús. Y parece que precisamente aquí
es donde están los problemas. Tantas veces nos parecemos a esa semilla que cae
en terreno pedregoso y no fructifica… Tantas veces la Palabra es entendida bajo
el prisma de los propios intereses, y viene envuelta en cinismo y amargura…
Tantas veces nuestra mirada sobre la Palabra es estrecha, superficial,
moralista, dogmática e inadecuada… que así es muy difícil que Dios y Jesús
hagan de nuestras comunidades, personas, instituciones y relaciones “su morada”.
¿Cómo estamos guardando la Palabra? ¿Cómo la interpretamos y la digerimos?
Porque de eso dependerá también su efectividad.
Por esto, necesitamos
otras lentes para mirar mejor. Mirar a la gente que sabe guardar la Palabra: la
mujer anciana que lleva años asistiendo a la comunidad, deseando encontrar en
el compartir común fortaleza para su vida y esperanza… el joven que no acaba de
aclararse sobre lo que quiere pero que continúa colaborando en la catequesis,
la mujer que lleva afrontando el maltrato de unos hijos desagradecidos con su
firmeza y fidelidad, la familia que se enfrenta continuamente a la pobreza y a
la exclusión social. En ellos y ellas Jesús y el Padre Dios ya han hecho su
morada, no porque cumplan con unos mandamientos, ni recen unas oraciones, sino porque
afrontan la dureza de la vida buscando a Dios y Dios les concede su paz. Miremos
a Jesús que es morada de los sufridos, desesperadas, maltratados, empobrecidas,
hambrientos y sedientas, enfermos y ancianas para aprender de ellos y ellas el
camino que nos llevará a toda la humanidad
a ser morada de Dios y que Dios sea la casa del mundo. Jesús nos dijo
que prepararía el sitio. ¿Será que en todo lo que acontece está trabajando su
Espíritu para que no se malogre su promesa?
Que no tiemble su corazón ni se acobarde. Mi paz no es como la
que da el mundo. La
paz nos da Jesús procede de la superación del miedo. Las comunidades cristianas
de los orígenes tuvieron que fundamentar su fe y su esperanza en medio de
múltiples persecuciones. Llegan a descubrir que no es posible la paz si se
dejan acobardar y no superan los miedos que les paralizan.
En Sucumbíos estamos
viviendo situaciones donde a veces es difícil encontrar paz. A menudo estamos
abatidos por un clima de persecución sorda, calumnias y amenazas sobre nuestra
Iglesia, problemas cotidianos, situaciones de inseguridad, crisis
económica… Escuchar de Jesús: “que no se
acobarde su corazón” nos llena de esperanza y nos fortalece. Nos hace también reflexionar
y descubrir que la paz no es una consecución humana ni es resultado de un
esfuerzo voluntarioso, ni fruto siquiera de habilidades sociales. La paz de
Jesús llega en la medida que superamos aquello que nos paraliza y no nos deja
crecer. Crecer y no dejarnos paralizar es nuestra tarea.
Y se superan los
miedos cada vez que nos atrevemos a seguir posibilitando espacios de encuentro
entre personas y comunidades, cada vez que alentamos nuestra vocación
misionera, cada vez que cuidamos la formación conjunta, cada vez que decidimos
no enmascarar la verdad, cada vez que ofrecemos nuestra palabra comprometida
aun a riesgo de tener críticas, cada vez que buscamos el Reino de Dios y su
justicia sin añadiduras. Esa paz es la
que queremos, pedimos y deseamos. Danos Jesús, tu paz, aquella que procede de
la fuente de la verdad, la misericordia, la fidelidad y la justicia.