La sectarización en tanto
mítica es irracional y transforma la realidad en algo falso que, así no puede
ser transformada
Paulo Freire
Estas
palabras de la “Pedagogía del oprimido” nos aclaran algo de lo que está ocurriendo en la Iglesia
de Sucumbíos. Todas las personas que entran en contacto con nosotros, tienen el
deseo de interpretar lo que pasa, algunas dan soluciones, otras hablan de que
hay dos modelos de Iglesia enfrentados, y que sólo se trata de que como
hermanos, nos volvamos a dar las manos. Estas interpretaciones no dejan de ser
simplistas y reducen lo que pasa a una mera lucha de poderes o simplemente, a
la falta de voluntad de una “reconciliación” que no llega. Desde luego, quienes
“padecemos” directamente la situación, sabemos que las cosas no sólo son mucho
más complejas sino que estas interpretaciones - ¿bienintencionadas?- añaden
confusión y malestar, y nos sorprendemos de nuevo preguntándonos: ¿por qué no
mirarán de forma adecuada lo que pasa? Pero sigamos con la frase del principio: “La sectarización en tanto mítica es
irracional y transforma la realidad en algo falso que, así no puede ser
transformada”.
La sectarización en la Iglesia de
Sucumbíos ha consistido en primer lugar en introducir una nueva visión: toda la
Iglesia de comunidades, con su trayectoria y proceso, con su historia y su vida
es reducida a grupo al que se le otorga una
identidad y moral dudosa (ladrones, guerrilleros, desobedientes,…). El fin es
acabar con logros de años: haber desempeñado en la provincia el papel de
articuladora social desde un compromiso evangélico con los pobres.
En segundo lugar, esta sectarización se
quiere justificar fundándose en argumentos de “obediencia”. De esto
se encargó la administración que suplió a Mons. Gonzalo en 2010, respaldada por
la oficialidad romana y lo hizo en pocos meses, con los métodos tradicionales
de destrucción, pero como además necesitaron aliados, buscaron entre quienes
tenían menos fortaleza espiritual y eran más fácilmente manipulables, o en
quienes tenían algún resentimiento histórico que no habían podido digerir y en
algunos otros malintencionados que no dominaron en sus tiempos de juventud sus
propias pasiones y avaricias que se han adueñado de ellos.
Toda esta confluencia de actores y
circunstancias, en las que se incluyen intereses económicos y políticos, actuaron en la misma dirección que la
arbitraria decisión de algunas autoridades eclesiásticas. El drama de éstas a
su vez, sigue siendo la ceguera. Se sienten “más cómodas” con un pequeño grupo
fanatizable, que con quienes han sido injustamente cuestionados y violentados
por su compromiso. Ponerse de parte de ellos y ellas, equivaldría a reconocer
sus propios errores. Y este reconocimiento lo consideran pérdida de autoridad. Por
otra parte, están tan ocupadas en problemas burocráticos y moralistas
cotidianos que las dejan fuera de la esfera de los pobres y progresivamente pierden
pie de realidad y visión compasiva. Y esto viene en contra de su propio futuro,
subsistencia, legitimidad y autoridad.
La sectarización es mítica. ¿Qué quiere decir
esto para ISAMIS? Que la reducción a grupo raro que debe ser purificado o
“puesto a raya ” para que vuelva a esa uniformidad que se niega a asumir,
utiliza componentes de fábula, narraciones o cuentos que no se basan en la
serena verdad o en el sentido común, sino que son absolutamente estridentes y
utilizan argumentos o símbolos que confunden. Así las imágenes religiosas que
hasta el momento fueron inofensivas, ahora tienen una peligrosa carga
ideológica en la medida que pretenden actuar en las conciencias creando
aversión o alianzas superficiales en la gente sencilla: una bandera del Vaticano
o una imagen del Papa se utiliza como arma y escudo de quienes “obedecen”
frente a toda una Iglesia que aparece como “desobediente” simplemente por decir
abiertamente que están recibiendo continuamente atropellos, calumnias y afirmar
que se está llevando a la práctica - ¡y de qué maneras!- lo que se anunció en 2010 en la carta del
Cardenal Díaz a Mons. Gonzalo López que “el nuevo
Administrador Apostólico tendrá que organizar el Vicariato e implantar de
manera diferente todo el trabajo pastoral”.
La sectarización es irracional. Por supuesto
que sí. La irracionalidad consiste en no atender a razones. Por eso, cuando
existe, el diálogo no es posible. No porque falte voluntad o no se pongan los
medios, sino porque quienes están poseídos de irracionalidad están
imposibilitados para la comprensión o el análisis profundo de los
acontecimientos. La irracionalidad destruye a los mismos grupos que caen bajo
su influencia y los convierte en fundamentalistas. Desgraciadamente es lo que está sucediendo con
el Movimiento de Renovación Carismática en Lago Agrio. El fundamentalismo a su vez es un instrumento
de los intereses del mercado que captan muy bien que la articulación racional
de las comunidades y la unidad son una amenaza para sus intereses.
La sectarización transforma la realidad en algo falso. Quienes son víctimas de este proceso de sectarización, deben soportar
un peso inesperado y terrible: el peso de la confusión generalizada: la
realidad se desdibuja. El peso de la persecución
y el cuestionamiento continuos a su práctica, espiritualidad y modo de
actuar, sin más propuesta alternativa por parte de los agresores que la
eliminación. El peso de un ruido
continuo que pretende desestabilizar y generar pánico. En nuestro caso, además en una zona sensible
como es Sucumbíos. Ese peso tiene como
contrapartida que obliga a las víctimas a hacerse preguntas sobre lo que
pasa, evaluarse y adquirir mayor lucidez, cosa que no ocurre con quienes
sectarizan, que endurecen sus posturas de forma descontrolada y se recomen en
los infiernos que crearon para otros.
Que así no puede ser transformada. La realidad
no puede transformarse mientras la sectarización funcione dentro de
instituciones o grupos humanos. No puede transformarse “así como están siendo
interpretadas las cosas”, en esa precisa situación de confusión, reducción y
eliminación. Se transformará sí, si se buscan otras vías, otras rendijas que
escapan al control de la violencia y la irracionalidad.
En síntesis, la sectarización es un
arma de destrucción masiva en la medida que quiere acabar con procesos de vida
a través de la introducción de análisis y perspectivas falsas sobre los
acontecimientos. Ocurre en muchos ámbitos, tanto políticos, sociales como culturales. El poder sea político, económico
o militar que quiere legitimarse la
utiliza hábilmente como arma de sometimiento a sus fines.
En la Iglesia de Sucumbíos se manifiesta de
una forma clara en estos momentos, pero no se trata de algo ajeno a toda la
Iglesia universal, que debe estar atenta en todas partes. La sectarización inventa
grupos, amenazas y demonios donde no los hay. Y cuela los demonios que
realmente actúan incorporados e infiltrados en las estructuras de poder
eclesial con total impunidad. Implica la destrucción e intenta enfrentar a las
personas haciendo que se miren con recelo y desconfianza y pierdan el tiempo
que debieran invertir en su compromiso por los pobres en debates eternos. Y por
último, justifica acciones que buscan eliminar a aquellos grupos que han sido previamente
demonizados a través de calumnias, prejuicios, acusaciones, supuestos, etc… La
sectarización es muy ruidosa, pero no tiene contenido. Es por ello por lo que
se puede combatir a base de serenidad, talante humano-espiritual y raciocinio
junto al aquilatado y constante compromiso evangelizador y misionero. No hay
mejor antídoto. Y aunque costoso, es totalmente necesario junto al
fortalecimiento de la conciencia crítica. Las generaciones futuras lo podrán
agradecer gracias a la siembra generosa de las actuales.
8 de mayo de 2013