miércoles, 8 de mayo de 2013

La sectarización como arma de destrucción masiva



La sectarización en tanto mítica es irracional y transforma la realidad en algo falso que, así no puede ser transformada
Paulo Freire

                Estas palabras de la “Pedagogía del oprimido” nos aclaran  algo de lo que está ocurriendo en la Iglesia de Sucumbíos. Todas las personas que entran en contacto con nosotros, tienen el deseo de interpretar lo que pasa, algunas dan soluciones, otras hablan de que hay dos modelos de Iglesia enfrentados, y que sólo se trata de que como hermanos, nos volvamos a dar las manos. Estas interpretaciones no dejan de ser simplistas y reducen lo que pasa a una mera lucha de poderes o simplemente, a la falta de voluntad de una “reconciliación” que no llega. Desde luego, quienes “padecemos” directamente la situación, sabemos que las cosas no sólo son mucho más complejas sino que estas interpretaciones - ¿bienintencionadas?- añaden confusión y malestar, y nos sorprendemos de nuevo preguntándonos: ¿por qué no mirarán de forma adecuada lo que pasa? Pero sigamos con la frase del principio: “La sectarización en tanto mítica es irracional y transforma la realidad en algo falso que, así no puede ser transformada”.

La sectarización en la Iglesia de Sucumbíos ha consistido en primer lugar en introducir una nueva visión: toda la Iglesia de comunidades, con su trayectoria y proceso, con su historia y su vida es reducida a grupo al que se le otorga  una identidad y moral dudosa (ladrones, guerrilleros, desobedientes,…). El fin es acabar con logros de años: haber desempeñado en la provincia el papel de articuladora social desde un compromiso evangélico con los pobres. 

En segundo lugar, esta sectarización se quiere justificar fundándose en argumentos  de “obediencia”.   De esto se encargó la administración que suplió a Mons. Gonzalo en 2010, respaldada por la oficialidad romana y lo hizo en pocos meses, con los métodos tradicionales de destrucción, pero como además necesitaron aliados, buscaron entre quienes tenían menos fortaleza espiritual y eran más fácilmente manipulables, o en quienes tenían algún resentimiento histórico que no habían podido digerir y en algunos otros malintencionados que no dominaron en sus tiempos de juventud sus propias pasiones y avaricias que se han adueñado de ellos.

Toda esta confluencia de actores y circunstancias, en las que se incluyen intereses económicos y políticos,  actuaron en la misma dirección que la arbitraria decisión de algunas autoridades eclesiásticas. El drama de éstas a su vez, sigue siendo la ceguera. Se sienten “más cómodas” con un pequeño grupo fanatizable, que con quienes han sido injustamente cuestionados y violentados por su compromiso. Ponerse de parte de ellos y ellas, equivaldría a reconocer sus propios errores. Y este reconocimiento lo consideran pérdida de autoridad. Por otra parte, están tan ocupadas en problemas burocráticos y moralistas cotidianos que las dejan fuera de la esfera de los pobres y progresivamente pierden pie de realidad y visión compasiva. Y esto viene en contra de su propio futuro, subsistencia, legitimidad y autoridad.

La sectarización es mítica. ¿Qué quiere decir esto para ISAMIS? Que la reducción a grupo raro que debe ser purificado o “puesto a raya ” para que vuelva a esa uniformidad que se niega a asumir, utiliza componentes de fábula, narraciones o cuentos que no se basan en la serena verdad o en el sentido común, sino que son absolutamente estridentes y utilizan argumentos o símbolos que confunden. Así las imágenes religiosas que hasta el momento fueron inofensivas, ahora tienen una peligrosa carga ideológica en la medida que pretenden actuar en las conciencias creando aversión o alianzas superficiales en la gente sencilla: una bandera del Vaticano o una imagen del Papa se utiliza como arma y escudo de quienes “obedecen” frente a toda una Iglesia que aparece como “desobediente” simplemente por decir abiertamente que están recibiendo continuamente atropellos, calumnias y afirmar que se está llevando a la práctica - ¡y de qué maneras!-  lo que se anunció en 2010 en la carta del Cardenal Díaz a Mons. Gonzalo López que  “el nuevo Administrador Apostólico tendrá que organizar el Vicariato e implantar de manera diferente todo el trabajo pastoral”.

La sectarización es irracional. Por supuesto que sí. La irracionalidad consiste en no atender a razones. Por eso, cuando existe, el diálogo no es posible. No porque falte voluntad o no se pongan los medios, sino porque quienes están poseídos de irracionalidad están imposibilitados para la comprensión o el análisis profundo de los acontecimientos. La irracionalidad destruye a los mismos grupos que caen bajo su influencia y los convierte en fundamentalistas.  Desgraciadamente es lo que está sucediendo con el Movimiento de Renovación Carismática en Lago Agrio.  El fundamentalismo a su vez es un instrumento de los intereses del mercado que captan muy bien que la articulación racional de las comunidades y la unidad son una amenaza para sus intereses.

La sectarización transforma la realidad en algo falso. Quienes son víctimas de este proceso de sectarización, deben soportar un peso inesperado y terrible: el peso de la confusión generalizada: la realidad se desdibuja.   El peso de la persecución y el cuestionamiento continuos a su práctica, espiritualidad y modo de actuar, sin más propuesta alternativa por parte de los agresores que la eliminación.  El peso de un ruido continuo que pretende desestabilizar y generar pánico.  En nuestro caso, además en una zona sensible como es Sucumbíos. Ese peso tiene como  contrapartida que obliga a las víctimas a hacerse preguntas sobre lo que pasa, evaluarse y adquirir mayor lucidez, cosa que no ocurre con quienes sectarizan, que endurecen sus posturas de forma descontrolada y se recomen en los infiernos que crearon para otros.  

Que así no puede ser transformada. La realidad no puede transformarse mientras la sectarización funcione dentro de instituciones o grupos humanos. No puede transformarse “así como están siendo interpretadas las cosas”, en esa precisa situación de confusión, reducción y eliminación. Se transformará sí, si se buscan otras vías, otras rendijas que escapan al control de la violencia y la irracionalidad.

En síntesis, la sectarización es un arma de destrucción masiva en la medida que quiere acabar con procesos de vida a través de la introducción de análisis y perspectivas falsas sobre los acontecimientos. Ocurre en muchos ámbitos, tanto políticos, sociales como  culturales. El poder sea político, económico o militar  que quiere legitimarse la utiliza hábilmente como arma de sometimiento a sus fines. 

 En la Iglesia de Sucumbíos se manifiesta de una forma clara en estos momentos, pero no se trata de algo ajeno a toda la Iglesia universal, que debe estar atenta  en todas partes. La sectarización inventa grupos, amenazas y demonios donde no los hay. Y cuela los demonios que realmente actúan incorporados e infiltrados en las estructuras de poder eclesial con total impunidad. Implica la destrucción e intenta enfrentar a las personas haciendo que se miren con recelo y desconfianza y pierdan el tiempo que debieran invertir en su compromiso por los pobres en debates eternos. Y por último, justifica acciones que buscan eliminar a aquellos grupos que han sido previamente demonizados a través de calumnias, prejuicios, acusaciones, supuestos, etc… La sectarización es muy ruidosa, pero no tiene contenido. Es por ello por lo que se puede combatir a base de serenidad, talante humano-espiritual y raciocinio junto al aquilatado y constante compromiso evangelizador y misionero. No hay mejor antídoto. Y aunque costoso, es totalmente necesario junto al fortalecimiento de la conciencia crítica. Las generaciones futuras lo podrán agradecer gracias a la siembra generosa de las actuales.

 8 de mayo de 2013