lunes, 12 de marzo de 2012

EL VERDADERO TEMPLO

“En realidad,
Jesús hablaba de ese Templo que es su cuerpo”. (Jn 2, 21)


En el evangelio vemos a Jesús normalmente como signo del amor misericordioso del Padre. Sin embargo, no faltan ocasiones en las que se le ve verdaderamente enojado: cuando habla duro a los fariseos, a los maestros de la Ley, a los ancianos que han traicionado el proyecto de Dios sobre su pueblo. pero tal vez la ocasión en que tiene un gesto más duro sea la que el Evangelio de San Juan nos presenta hoy en Jn 2, 13-25. Importa leerlo despacio en la comunidad y personalmente en casa durante toda la semana.

Jesús se irrita verdaderamente cuando entra en el Templo de Jerusalén, el lugar de la presencia de Yavé para los judíos, y lo encuentra convertido en un verdadero mercado, porque los fieles judíos tenían que ofrecer animales para los sacrificios y se vendían allá mismo. Recordemos cómo José y María tuvieron que comprarlos animalitos para sacrificar: “También ofrecieron el sacrificio que ordena la Ley del Señor: una pareja de tórtolas o dos pichones”. (Lc 1, 24) Ellos, como pobres que eran ofrecieron eso poco pero los que más tenían ofrecían animales mayores: ovejas o incluso bueyes. Como muchos venían del extranjero y traían las monedas de otros países, necesitaban cambiar, lo cual se convertía igualmente en un negocio.

Cuando los primeros lojanos llegaron a Sucumbíos, contaban su pesadumbre de tener que aportar a la iglesia con diezmos, primicias, donaciones registradas con vales para poder recibir los sacramentos. Eran los años setenta. Encontraron en Sucumbíos una iglesia que no les cobraba por los sacramentos sino que les pedía compromiso cristiano a cambio. Es más, que la comunidad misma administraba los pocos bienes que pudiese tener según un esquema de profundo sentido cristiano llamado el tripartito. Después vino la pastoral del compartir, con el correspondiente ministerio laical.

Cuando Jesús es reclamado por hacer lo que hizo y le preguntan de dónde acá se atreve a hacer lo que hizo, habla de destruir ese templo y que él lo reconstruirá en tres días. Ellos se admiran pero Jesús les dice que él se refiere al templo de su cuerpo. Y los discípulos lo relacionan con la resurrección cuando sucedió.

El cuerpo es la sede de la persona humana. Sin cuerpo no hay persona humana. Cuando Jesús habla de su cuerpo como de un verdadero templo está diciéndonos que el cuerpo es la verdadera casa de Dios. Cada uno, cada una de nosotros/as somos un verdadero templo de Dios. De aquí nace nuestra dignidad. Toda persona es hija o hijo de Dios por el solo hecho de haber nacido de una mujer. De aquí nacen todos nuestros derechos y nuestros honores. No cabe más honor ni dignidad.

Las comunidades cristianas saben perfectamente esto porque están organizadas desde los ministerios. Cada ministerio cumple una función importantísima, diferente a la función de los otros ministerios de la comunidad. Pero saben que no es más digno el animador de la comunidad que la catequista o el encargado del canto que la encargada de arreglar la capilla y tenerla digna (ministerio del ornato). Todos/as somos de la misma dignidad pero con funciones distintas.

Cuando no se entiende este sentido de dignidad en los miembros de la comunidad eclesial, se comienza a dar más importancia a unos ministerios que a otros, fundamentalmente a los ministerios consagrados que a los ministerios laicales. Por eso en Sucumbíos hay sacerdotes que entienden que el dinero que en las celebraciones se recoge lo administra él, porque es el sacerdote. Aunque la ley de la iglesia, el Derecho canónico pueda decir eso, el espíritu de esa ley posibilita otras formas como la que la Iglesia de Sucumbíos vive desde hace casi treinta años: ministerios que gestionan la economía de la comunidad cristiana y la gestionan desde los parámetros del evangelio.

Mientras los ministerios de las comunidades cristianas sigan animando la fe de sus hermanos y hermanas, mientras la pastoral del compartir vaya calando en los corazones de sus miembros, la Iglesia de Sucumbíos no tendrá el tono de un mercado que tanto dolió a Jesús aquel día que llegó al Templo. Lo principal en la comunidad será cuidar el verdadero templo que es la vida de cada uno de sus miembros.