Importa tomar en cuenta que la situación de la Iglesia de Sucumbíos es de ruptura porque ha sido violentado su proceso de conformación. Las opciones que esta Iglesia tomó apegada a las iniciativas del Concilio Vaticano II y las conferencias Episcopales de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida son actualmente la causa de su condena.
Al tener que tomar la decisión de poner a alguien a la cabeza de esa Iglesia local se pueden tomar dos posturas: insistir en desmontar esa Iglesia local y volver al intento de doblegar a quienes desean continuar con el modelo de Iglesia legítimamente buscado o bien reconstruir la comunión destruida por la experiencia vivida en el último año.
De optar por el primer camino, solamente se logrará ahondar la división, seguir abriendo las heridas ya producidas y someter, tal vez, a un grupo de cristianos/as que decepcionados/as pero urgidos/as con la necesidad de vivir su fe tendrán que someterse de mala gana a lo que se les imponga.
De optar por el segundo camino, se podrán sanar las heridas abiertas y se podrá reconciliar a esta iglesia y provincia divididas por el desacierto de ciertas decisiones de un grupo de la jerarquía de la Iglesia.
Quien llegue a ser cabeza de esta Iglesia tendrá que ser un pastor lo suficientemente experimentado como para no tener preocupación por su carrera eclesiástica, mejor si fuera un obispo emérito, quien pueda frenar las intromisiones de arriba y de afuera, solucionar las dificultades que ocasiona el personal administrativo (ahora soliviantado gracias a los Heraldos), dispuesto a soportar el desgaste que supondrá la relación con las posiciones beligerantes, capaz de acoger, escuchar, dialogar, proponer, para sanar heridas.
Que tenga la sabiduría de darse un tiempo para conocer y poder, de esa manera, asumir la actual iglesia de Sucumbíos. El mayor error de los Heraldos y de los sacerdotes nuevos que han llegado a Sucumbíos es pretender incidir como si no hubiera un tejido eclesial activo en Sucumbíos.
Buscar la reconciliación y no la eliminación ni el sometimiento de una de las dos partes. No se trata de desmontar el modelo de iglesia comunidad ministerial sino de acogerlo y mejorarlo, tomando en cuenta la tradición de la Iglesia de Sucumbíos legitimada por el Concilio Vaticano II y las Conferencias Latinoamericanas, como se ha dicho al inicio, y propiciando la superación de los límites que ha mostrado la crisis.
En definitiva se trata de mejorar la Iglesia contando con la participación del clero local, vida religiosa, ministerios laicales, movimientos apostólicos, pueblo en general.