4. Jesús nos ayuda a valorar el
servicio y lo gratuito
En esta sociedad
centrada en lo económico, en el lucro y no pocas veces en la usura, donde todo
es medido por el dinero, donde se confunde el valor con el precio, Jesús nos
enseñó que lo más humano de lo humano no tiene precio, pero tiene máximo valor.
Lo más humano no se compra ni se vende: se da y se recibe como un don,
comenzando por la vida, la amistad y la alegría. Nadie puede comprar una
sonrisa. Hoy parece ser más importante una factura comercial que una carta de
amor. Una obra de arte vale por los dólares que se pagan por ella en las
subastas más que por su belleza. La tarjeta de crédito ha adquirido un valor
casi sagrado. La poesía se ha convertido en prosa.
El pobre por ser
pobre puede entender mejor que otros esta dimensión esencial del cristianismo
que es la religión de lo gratuito. La religión cristiana nos enseña que el
favor de Dios se da como un regalo; ella nos recuerda que es Dios quien viene a
nosotros porque nos ama. Jesús nos enseñó que su Padre nos quiere sin
condiciones, que no nos ama porque nos portamos bien e hicimos nuestras tareas,
sino simplemente porque nos quiere. Ahí el más débil y el pecador tienen un
lugar y no son marginados.
María ocupa un
lugar central en nuestra devoción porque en ella queda de manifiesto que todo
es obra de Dios, gracia, regalo. La Virgen fue llena de gracia no por sus
méritos sino porque Dios se prendó de ella y la amó hasta el extremo, y por eso
fue bienaventurada. En ella “el Señor hizo obras grandes” porque
humildemente se abrió a sus dones y ella colaboró (30).
La gratuidad, el
abrirse al regalo, a gozar lo que hay que gozar como un don, es de máxima
relevancia en una sociedad que todo lo calcula, todo lo mide, todo lo pesa.
¡Qué bien nos hace promover una cultura del don y de la gratuidad!
En esta sociedad
pragmática y productivista no se valora ni se educa para la amistad, la
contemplación, la humilde alegría, el juego, ni mucho menos para el descanso.
La poesía, el arte y la belleza son expresión de esta dimensión ineludible de
lo humano y lo divino. El mercado tiene poco o nada que decir frente a esta
realidad.
Ligada a la
visión de gratuidad frente al universal deseo de lucro, está la visión de la
vida como servicio.
En un mundo
donde los alumnos suelen entrar a las universidades para aprender y salir para
lucrar, la idea es formarlos en un humanismo que les permita entrar para
aprender y salir para servir, para entregarse a los demás, a su familia y a su
sociedad.
Nuestra fe no
desprecia el trabajo ni el esfuerzo, pero la razón última de ese trabajo es el
amor y no la codicia; es el servicio y no el poder.
El excesivo
individualismo, el modo como se ha fomentado el consumo y el tipo de relaciones
de mercado, han tenido un grave efecto en el concepto de libertad que es tan esencial
para el desarrollo integral de la persona. Se considera libre a aquel que puede
hacer lo que quiere y cuando quiere, el que no tiene compromisos. Se considera
libre, sobre todo, a aquel que puede elegir entre diversos productos más que
aquel que es responsable de sí mismo y de los demás. Fácilmente tal libertad
puede derivar en auto referencia y aislamiento.
El cristianismo,
contemplando la libertad de Jesús, nos ayuda a repensar este concepto
fundamental de la dignidad humana. Es claro que queremos formar un hombre y una
mujer que sean libres, lúcidos ante los múltiples falsos ídolos, dictaduras,
modas, presiones sociales, prejuicios, ideas e ideologías de turno.
El supremo acto
de libertad es el don consciente de uno mismo para que otros vivan; es hacerse
responsable de sí mismo y de los otros; es no sólo reafirmar los propios
derechos sino acentuar los deberes que tenemos frente al prójimo. En un mundo
masificado e individualista qué difícil resulta entender la libertad como
posesión de sí mismo para entregarse a los demás.
La libertad es
una calidad del alma que nos permite ser tan dueños de nosotros mismos como
para hacernos capaces de morir por los otros. Dijo Jesús: “Nadie me quita la
vida, yo la doy libremente” (31).
Él mismo nunca
fue tan libre como cuando estaba clavado en la cruz, perdonando, asumiendo y
compartiendo el dolor de todos los que sufren. Del mismo modo nunca es más
libre un hombre o una mujer que cuando, olvidándose de sí, se entrega a su
pareja y se hace responsable del otro para siempre. El compromiso, más que un
límite, es una verdadera liberación.
6. Jesús nos ayuda a enfrentar el
dolor, la debilidad y el fracaso
En nuestra
cultura exitista estamos desarmados ante el fracaso y el dolor. Se nos enseña a
triunfar y nos inculcan la necesidad imperiosa de tener éxito a cualquier
precio. Con eso quedamos inermes ante la debilidad. Sin embargo, tarde o
temprano todos lloramos, todos tenemos miedo y sufrimos. El actual humanismo,
severamente marcado por la cultura individualista, exitista y competitiva que
nos impone la globalización, suele estar desarmado ante el dolor físico, moral
y espiritual, ante la soledad, la vejez, la enfermedad y la muerte.
Es esencial
reelaborar esta dimensión ineludible de la existencia humana. Cuanto más una
cultura nos ayude a secar nuestras lágrimas sin eludirlas, más sólida será su
fortaleza. Jesús en la cruz nos enseña a procesar el dolor, y su resurrección
puede darle sentido al sufrimiento. No se trata de fomentar una cultura del
dolor sino de una cultura que dé sentido a la existencia en todas sus
dimensiones y no se limite a dar analgésicos pasajeros.
7. Jesús nos ayuda a dar dignidad al
trabajo humano
Quien comprende
lo que hemos señalado antes en relación a la dignidad del ser humano puede
afirmar que el trabajo, tan esencial en nuestra vida, no puede ser jamás una
mera mercancía que se transa en el mercado. Ese trabajo es una forma de
participación en la creación porque somos de algún modo colaboradores con Dios
en su obra creadora. La empresa moderna tiene que aprender que el ser humano no
participa en ella solo como un eslabón en la cadena productiva. Participa en
ella como creador, como sujeto y debe obtener en justicia los frutos de su
actividad.
No es
comprensible que, en un país como Chile, con el nivel económico que hemos
alcanzado, un trabajador que tiene un empleo estable esté más abajo de la línea
de pobreza. Eso no es ético y no se condice con la dignidad humana. El salario
ético no es una exigencia de la economía, es la consecuencia ética de la misma
dignidad humana.
8. Jesús nos ayuda a vivir el
pluralismo y fundar sólidamente nuestros valores
El cambio de
época que experimentamos quebró muchas de las fundamentaciones tradicionales de
nuestros valores y estos se debilitaron. Por ese motivo más que nunca se hace
necesario fundamentarlos nuevamente y no presentarlos como una especie de
imposición determinista de la naturaleza, o como una disposición de la
autoridad, o como un residuo de la tradición sin ninguna relación con la
cultura, que es tan gravitante en la conducta humana.
Llamados por
Dios a vivir libremente conforme a un proyecto humanizador, hoy estamos
invitados a formar nuestra conciencia para que sea razonable, libre, y a la vez
responsable. Esto nos obliga a dar razón y justificar nuestros valores. Mucha
gente no percibe la racionalidad de algunas exigencias éticas que brotan de
nuestra fe. Como cristianos, fieles a una tradición que busca dar razón de su
fe, queremos ofrecer un lúcido testimonio de aquello que profesamos, en un
clima de respeto y de diálogo con quienes no creen en Jesucristo.
Se habla hoy de
los valores sin darles una fundamentación conveniente, sin explicar por qué un
valor es valioso y debe ser asumido. ¿Por qué vale la pena hasta dar la vida
por ciertos valores? Para vivir en sociedad tenemos que compartir ciertos
valores básicos porque no es posible vivir juntos si, por ejemplo, no estamos
de acuerdo en el valor de la democracia, de la justicia o de la paz. Sin
embargo podemos darles fundamentos diferentes a tales valores según nuestras
diferentes visiones.
Ni el simple
consenso ni las estadísticas dan fundamento suficiente a lo que estimamos
valioso. El pluralismo es inmensamente positivo porque nos ayuda a convivir y
nos permite asumir diversos puntos de vista, comprendiendo la complejidad de la
vida y ensanchando nuestra limitada visión de ella. Ese pluralismo, hecho de
respeto y no de silencios, debe ser fomentado porque nos permite buscar con
otros la verdad, complementándonos. Es un modo solidario de buscar y
profundizar la verdad sin relativizarla.
El pluralismo
agudiza nuestra razón para llegar al fundamento que hace más razonables para
todos lo que proponemos como un valor, sin relativismos y sin fundamentalismos.
Un valor bien
fundado nunca es relativo. Como decíamos, uno de los grandes aportes de la
globalización es permitirnos una profunda relación entre culturas, religiones y
modos de vivir diferentes. Este universalismo nos estimula a redescubrir hoy y
acentuar algo que está en la esencia de lo católico (32).
Sin embargo, si
no se procesa bien podría llevarnos a un relativismo donde todo dé lo mismo. El
relativismo radical destruye todo compromiso y hace imposible la vida humana.
Si todo da lo mismo, nada importa realmente.
No es lo mismo
el relativismo radical que el saber que uno siempre es limitado en su
acercamiento a la verdad, que uno no es dueño de todas las perspectivas y que
necesita la visión de otros para ser honestos en la búsqueda. Sin esta posición
humilde ante la verdad, la vida humana también se hace difícil porque surgen
los fanatismos, los fundamentalismos de toda especie y la intransigencia. Sin
esa humildad nos creeríamos dueños absolutos de la verdad que siempre es
vislumbrada parcialmente por nosotros.
Creemos en la
Verdad pero sabemos que tenemos que ir acercándonos entre todos a ella más y
más. La revelación de Jesús nos ayuda en el camino pero siempre, por parte
nuestra, nos acercaremos a ella a partir de las visiones limitadas que tenemos.
Nosotros hemos recibido una revelación en Jesucristo que nos aleja del
relativismo pero no nos hace dueños exclusivos de la verdad.
Para vivir los
valores, que son parte esencial de la cultura, deben ser bien definidos y sobre
todo fundamentados para que lleguen a ser aceptables y se conviertan en un
patrimonio compartido. Ellos son el corazón de la ética sin la cual no hay vida
civilizada.
Parece sumamente
importante para la credibilidad de la Iglesia dialogar hoy con las lógicas
modernas, y en sus propios lenguajes para comprender mejor el Evangelio,
hacerse entender, y justificar lo esencial del mensaje cristiano que queremos
transmitir. Hoy no se acepta el miedo al castigo divino o el argumento de
autoridad como fundamento último del valor. Dios no es irracional. Él quiere
que seamos seres autónomos y libres, convencidos de la verdad de un mensaje que
humaniza, que nos invita sin ambigüedades y sin recortes a emprender el desafío
que lleva a la verdadera felicidad.
Tenemos que
ayudarnos entre todos a ser honestos ante Dios y con nosotros mismos. Esto nos
obliga aser audaces y valientes para reconocer las debilidades de nuestra
cultura actual sin caer en una ingenua adaptación a ella.