miércoles, 12 de diciembre de 2012

CARTA PASTORAL DEL COMITÉ PERMANENTE DE LA CECH (6/7)


4. Jesús nos ayuda a valorar el servicio y lo gratuito

En esta sociedad centrada en lo económico, en el lucro y no pocas veces en la usura, donde todo es medido por el dinero, donde se confunde el valor con el precio, Jesús nos enseñó que lo más humano de lo humano no tiene precio, pero tiene máximo valor. Lo más humano no se compra ni se vende: se da y se recibe como un don, comenzando por la vida, la amistad y la alegría. Nadie puede comprar una sonrisa. Hoy parece ser más importante una factura comercial que una carta de amor. Una obra de arte vale por los dólares que se pagan por ella en las subastas más que por su belleza. La tarjeta de crédito ha adquirido un valor casi sagrado. La poesía se ha convertido en prosa.

El pobre por ser pobre puede entender mejor que otros esta dimensión esencial del cristianismo que es la religión de lo gratuito. La religión cristiana nos enseña que el favor de Dios se da como un regalo; ella nos recuerda que es Dios quien viene a nosotros porque nos ama. Jesús nos enseñó que su Padre nos quiere sin condiciones, que no nos ama porque nos portamos bien e hicimos nuestras tareas, sino simplemente porque nos quiere. Ahí el más débil y el pecador tienen un lugar y no son marginados.

María ocupa un lugar central en nuestra devoción porque en ella queda de manifiesto que todo es obra de Dios, gracia, regalo. La Virgen fue llena de gracia no por sus méritos sino porque Dios se prendó de ella y la amó hasta el extremo, y por eso fue bienaventurada. En ella “el Señor hizo obras grandes” porque humildemente se abrió a sus dones y ella colaboró (30).

La gratuidad, el abrirse al regalo, a gozar lo que hay que gozar como un don, es de máxima relevancia en una sociedad que todo lo calcula, todo lo mide, todo lo pesa. ¡Qué bien nos hace promover una cultura del don y de la gratuidad!

En esta sociedad pragmática y productivista no se valora ni se educa para la amistad, la contemplación, la humilde alegría, el juego, ni mucho menos para el descanso. La poesía, el arte y la belleza son expresión de esta dimensión ineludible de lo humano y lo divino. El mercado tiene poco o nada que decir frente a esta realidad.

Ligada a la visión de gratuidad frente al universal deseo de lucro, está la visión de la vida como servicio.

En un mundo donde los alumnos suelen entrar a las universidades para aprender y salir para lucrar, la idea es formarlos en un humanismo que les permita entrar para aprender y salir para servir, para entregarse a los demás, a su familia y a su sociedad.

Nuestra fe no desprecia el trabajo ni el esfuerzo, pero la razón última de ese trabajo es el amor y no la codicia; es el servicio y no el poder.

 
5. Jesús nos ayuda a reencontrar la verdadera libertad

El excesivo individualismo, el modo como se ha fomentado el consumo y el tipo de relaciones de mercado, han tenido un grave efecto en el concepto de libertad que es tan esencial para el desarrollo integral de la persona. Se considera libre a aquel que puede hacer lo que quiere y cuando quiere, el que no tiene compromisos. Se considera libre, sobre todo, a aquel que puede elegir entre diversos productos más que aquel que es responsable de sí mismo y de los demás. Fácilmente tal libertad puede derivar en auto referencia y aislamiento.

El cristianismo, contemplando la libertad de Jesús, nos ayuda a repensar este concepto fundamental de la dignidad humana. Es claro que queremos formar un hombre y una mujer que sean libres, lúcidos ante los múltiples falsos ídolos, dictaduras, modas, presiones sociales, prejuicios, ideas e ideologías de turno.

El supremo acto de libertad es el don consciente de uno mismo para que otros vivan; es hacerse responsable de sí mismo y de los otros; es no sólo reafirmar los propios derechos sino acentuar los deberes que tenemos frente al prójimo. En un mundo masificado e individualista qué difícil resulta entender la libertad como posesión de sí mismo para entregarse a los demás.

La libertad es una calidad del alma que nos permite ser tan dueños de nosotros mismos como para hacernos capaces de morir por los otros. Dijo Jesús: “Nadie me quita la vida, yo la doy libremente” (31).

Él mismo nunca fue tan libre como cuando estaba clavado en la cruz, perdonando, asumiendo y compartiendo el dolor de todos los que sufren. Del mismo modo nunca es más libre un hombre o una mujer que cuando, olvidándose de sí, se entrega a su pareja y se hace responsable del otro para siempre. El compromiso, más que un límite, es una verdadera liberación.

6. Jesús nos ayuda a enfrentar el dolor, la debilidad y el fracaso

En nuestra cultura exitista estamos desarmados ante el fracaso y el dolor. Se nos enseña a triunfar y nos inculcan la necesidad imperiosa de tener éxito a cualquier precio. Con eso quedamos inermes ante la debilidad. Sin embargo, tarde o temprano todos lloramos, todos tenemos miedo y sufrimos. El actual humanismo, severamente marcado por la cultura individualista, exitista y competitiva que nos impone la globalización, suele estar desarmado ante el dolor físico, moral y espiritual, ante la soledad, la vejez, la enfermedad y la muerte.

Es esencial reelaborar esta dimensión ineludible de la existencia humana. Cuanto más una cultura nos ayude a secar nuestras lágrimas sin eludirlas, más sólida será su fortaleza. Jesús en la cruz nos enseña a procesar el dolor, y su resurrección puede darle sentido al sufrimiento. No se trata de fomentar una cultura del dolor sino de una cultura que dé sentido a la existencia en todas sus dimensiones y no se limite a dar analgésicos pasajeros.

7. Jesús nos ayuda a dar dignidad al trabajo humano

Quien comprende lo que hemos señalado antes en relación a la dignidad del ser humano puede afirmar que el trabajo, tan esencial en nuestra vida, no puede ser jamás una mera mercancía que se transa en el mercado. Ese trabajo es una forma de participación en la creación porque somos de algún modo colaboradores con Dios en su obra creadora. La empresa moderna tiene que aprender que el ser humano no participa en ella solo como un eslabón en la cadena productiva. Participa en ella como creador, como sujeto y debe obtener en justicia los frutos de su actividad.

No es comprensible que, en un país como Chile, con el nivel económico que hemos alcanzado, un trabajador que tiene un empleo estable esté más abajo de la línea de pobreza. Eso no es ético y no se condice con la dignidad humana. El salario ético no es una exigencia de la economía, es la consecuencia ética de la misma dignidad humana.

8. Jesús nos ayuda a vivir el pluralismo y fundar sólidamente nuestros valores

El cambio de época que experimentamos quebró muchas de las fundamentaciones tradicionales de nuestros valores y estos se debilitaron. Por ese motivo más que nunca se hace necesario fundamentarlos nuevamente y no presentarlos como una especie de imposición determinista de la naturaleza, o como una disposición de la autoridad, o como un residuo de la tradición sin ninguna relación con la cultura, que es tan gravitante en la conducta humana.

Llamados por Dios a vivir libremente conforme a un proyecto humanizador, hoy estamos invitados a formar nuestra conciencia para que sea razonable, libre, y a la vez responsable. Esto nos obliga a dar razón y justificar nuestros valores. Mucha gente no percibe la racionalidad de algunas exigencias éticas que brotan de nuestra fe. Como cristianos, fieles a una tradición que busca dar razón de su fe, queremos ofrecer un lúcido testimonio de aquello que profesamos, en un clima de respeto y de diálogo con quienes no creen en Jesucristo.

Se habla hoy de los valores sin darles una fundamentación conveniente, sin explicar por qué un valor es valioso y debe ser asumido. ¿Por qué vale la pena hasta dar la vida por ciertos valores? Para vivir en sociedad tenemos que compartir ciertos valores básicos porque no es posible vivir juntos si, por ejemplo, no estamos de acuerdo en el valor de la democracia, de la justicia o de la paz. Sin embargo podemos darles fundamentos diferentes a tales valores según nuestras diferentes visiones.

Ni el simple consenso ni las estadísticas dan fundamento suficiente a lo que estimamos valioso. El pluralismo es inmensamente positivo porque nos ayuda a convivir y nos permite asumir diversos puntos de vista, comprendiendo la complejidad de la vida y ensanchando nuestra limitada visión de ella. Ese pluralismo, hecho de respeto y no de silencios, debe ser fomentado porque nos permite buscar con otros la verdad, complementándonos. Es un modo solidario de buscar y profundizar la verdad sin relativizarla.

El pluralismo agudiza nuestra razón para llegar al fundamento que hace más razonables para todos lo que proponemos como un valor, sin relativismos y sin fundamentalismos.

Un valor bien fundado nunca es relativo. Como decíamos, uno de los grandes aportes de la globalización es permitirnos una profunda relación entre culturas, religiones y modos de vivir diferentes. Este universalismo nos estimula a redescubrir hoy y acentuar algo que está en la esencia de lo católico (32).

Sin embargo, si no se procesa bien podría llevarnos a un relativismo donde todo dé lo mismo. El relativismo radical destruye todo compromiso y hace imposible la vida humana. Si todo da lo mismo, nada importa realmente.

No es lo mismo el relativismo radical que el saber que uno siempre es limitado en su acercamiento a la verdad, que uno no es dueño de todas las perspectivas y que necesita la visión de otros para ser honestos en la búsqueda. Sin esta posición humilde ante la verdad, la vida humana también se hace difícil porque surgen los fanatismos, los fundamentalismos de toda especie y la intransigencia. Sin esa humildad nos creeríamos dueños absolutos de la verdad que siempre es vislumbrada parcialmente por nosotros.

Creemos en la Verdad pero sabemos que tenemos que ir acercándonos entre todos a ella más y más. La revelación de Jesús nos ayuda en el camino pero siempre, por parte nuestra, nos acercaremos a ella a partir de las visiones limitadas que tenemos. Nosotros hemos recibido una revelación en Jesucristo que nos aleja del relativismo pero no nos hace dueños exclusivos de la verdad.

Para vivir los valores, que son parte esencial de la cultura, deben ser bien definidos y sobre todo fundamentados para que lleguen a ser aceptables y se conviertan en un patrimonio compartido. Ellos son el corazón de la ética sin la cual no hay vida civilizada.

Parece sumamente importante para la credibilidad de la Iglesia dialogar hoy con las lógicas modernas, y en sus propios lenguajes para comprender mejor el Evangelio, hacerse entender, y justificar lo esencial del mensaje cristiano que queremos transmitir. Hoy no se acepta el miedo al castigo divino o el argumento de autoridad como fundamento último del valor. Dios no es irracional. Él quiere que seamos seres autónomos y libres, convencidos de la verdad de un mensaje que humaniza, que nos invita sin ambigüedades y sin recortes a emprender el desafío que lleva a la verdadera felicidad.

Tenemos que ayudarnos entre todos a ser honestos ante Dios y con nosotros mismos. Esto nos obliga aser audaces y valientes para reconocer las debilidades de nuestra cultura actual sin caer en una ingenua adaptación a ella.