b)
Hechos que crean malestares
Debemos constatar
que todas esas posibilidades y aspectos positivos no han impedido que la nueva
cultura de la globalización engendre también profundos malestares. Por eso
hemos de estar atentos a esos malestares, para que las posibilidades que se nos
ofrece con el progreso no se conviertan en una amenaza que termine por
destruirnos.
A los cristianos
nos preocupa, como lo ha hecho ver en múltiples oportunidades Benedicto XVI, la
parcialidad y los peligros de una cultura que excluye a Dios llevándonos con
eso por un camino muy deshumanizante. Preocupa la dinámica secularizadora de
propuestas culturales que se presentan con imágenes liberadoras sin referencia
a Dios y que buscan invadir la vida diaria de nuestra sociedad.
1.
Malestar ante un determinado tipo de globalización
Impresiona cómo
en Chile y en otras naciones de la tierra se ha manifestado un profundo
malestar ante el modelo cultural que ha impuesto la globalización y que va
orientando nuestras vidas y organizando las sociedades del mundo según sus
criterios. Por todas partes surgen manifestaciones de "indignados"
que piden cambios profundos en la organización internacional. En nuestro país,
diversas manifestaciones y en particular un poderoso movimiento estudiantil
están pidiendo reformas. En el mismo sentido se han venido expresando sectores
significativos de algunas regiones, que se sienten postergadas, no escuchadas,
e incluso engañadas. Ese malestar se expresa como una protesta contra los
criterios orientadores impuestos por la globalización. La Iglesia no puede
permanecer ajena a ese clamor.
2.
Malestar ante la excesiva centralidad de lo económico
Chile ha sido
uno de los países donde se ha aplicado con mayor rigidez y ortodoxia un modelo
de desarrollo excesivamente centrado en los aspectos económicos y en el lucro.
Se aceptaron ciertos criterios sin poner atención a consecuencias que hoy son
rechazadas a lo ancho y largo del mundo, puesto que han sido causa de tensiones
y desigualdades escandalosas entre ricos y pobres.
Por promover
casi exclusivamente el desarrollo económico, se han desatendido realidades y
silenciado demandas que son esenciales para una vida humana feliz. La tarea
central de los gobiernos parece ser el crecimiento financiero y productivo para
llegar al tan anhelado desarrollo. Tal vez hemos tenido la ilusión de que del
mero desarrollo económico se desprenderían en cascada por rebase todos los
bienes sociales y humanos necesarios para la vida. Ese modelo ha privilegiado
de manera descompensada la centralidad del mercado, extendiéndola a todos los
niveles de la vida personal y social. La libertad económica ha sido más
importante que la equidad y la igualdad. La competitividad ha sido más
promovida que la solidaridad social y ha llegado a ser el eje de todos los
éxitos. Se ha pretendido corregir el mercado con bonos y ayudas directas
descuidando la justicia y equidad en los sueldos, que es el modo de dar
reconocimiento adecuado al trabajo y dignidad a los más desposeídos. Hoy
escandalosamente hay en nuestro país muchos que trabajan y, sin embargo, son
pobres.
Movidos por
motivos aparentemente razonables, propios de un desarrollo económico acelerado,
se postergan medidas que retardan hasta lo inaceptable una mejor distribución y
una mayor integración social. Esto se da, por ejemplo, en la dificultad de
revisar el sistema impositivo. El argumento de que un cambio retrasaría el
crecimiento puede ser falaz, porque un paso más lento puede conseguir que
nuestro andar sea más seguro y sustentable para llegar a la meta de ser un país
genuinamente desarrollado y en paz.
Todo esto ha
llevado a las Naciones Unidas a desarrollar un programa sobre el desarrollo
humano (PNUD) que va más allá de lo económico y se preocupa también de la
felicidad de los pueblos. Ahí se constata que la dimensión económica es importante
pero por sí sola no basta.
3.
Malestar ante el individualismo y la soledad
La economía ha
ocupado una centralidad en desmedro de otras dimensiones humanas. Se han
desarticulado muchas redes sociales, se ha acentuado la competitividad, se han
descuidado los aspectos políticos de la realidad, se ha afectado el fondo de la
vida familiar.
La participación
en el consumo febril es más importante que la participación cívica o la
solidaridad para la realización de las personas. Se presenta ese consumo como
lo único capaz de dar reconocimiento público y felicidad. Todo se convierte en
bien consumible y transable, incluida la educación. Es natural que en este
cuadro los menos favorecidos en el presente se sobre endeuden hasta lo inhumano
para participar del producto del desarrollo, destruyendo por ese camino el
bienestar familiar e hipotecando su futuro. Se trata de una nueva forma de
explotación que termina favoreciendo a los más poderosos y aislándonos.
En la actual
cultura se hace indispensable repensar al ser humano y su destino para que él
pueda desempeñar su papel como sujeto de la historia y como destinatario del
progreso, dando espacio al sentido más profundo de la vida humana.