Sorprende mucho que la vocación
mayoritaria en la Iglesia, que es la del laicado, tenga tan poco espacio en
ella. No es que a nivel oficial no se reconozca. Se trata más bien de una
invisibilidad basada en una demasiada visibilización de otras vocaciones. En
determinados contextos, cuando alguien expresa - tengo vocación - se supone inmediatamente que la persona se
quiere encaminar hacia la vida religiosa o el sacerdocio. Sin embargo, una de
las señales más fuertes de la vitalidad de la Iglesia es precisamente el hecho
de que laicos y laicas vivan su compromiso y su seguimiento a Jesús con total
convencimiento y dedicación.
A nivel eclesial, durante los
últimos años se han privilegiado movimientos laicales de todo tipo, pero sin
mezclas. Se ordenan sacerdotes, se hacen votos religiosos… pero dejando claro y
subrayando lo específico de cada una de las vocaciones y esto se concreta en
celebraciones también específicas. Lo hermoso de la Iglesia de San Miguel de
Sucumbíos es que tradicionalmente la institución de ministerios ha estado
dentro de la lógica del Concilio Vaticano II (Lumen Gentium): todos somos Pueblo
de Dios y hay diversidad de carismas. Por eso pueden y deben estar juntos en la
misma celebración los ministerios ordenados y los ministerios laicales. Todos
formando parte de ese pueblo de la alianza que quiere vivir el seguimiento a
Jesús. El mensaje y la experiencia espiritual que hay detrás de todo ello, es
un tesoro que debe cuidarse.
El domingo 8 de septiembre, en
el marco del día de la Churonita, Nuestra Sra. del Cisne, nuestra patrona,
celebramos la solemne Eucaristía de la fiesta presidida por Mons. Mietto en la
que se volvían a instituir ministerios, después de dos años de interrupción. La
ceremonia fue serena, hermosa, honda. Y cada uno y cada una de los flamantes
ministros presentaba firmemente su respuesta al llamado con el: ¡Aquí estoy
Señor!,
Los aprendizajes:
-
que
Dios apoya y fortalece a quienes se arriesgan a dejarlo todo por su evangelio.
-
que la
diversidad de los carismas en la Iglesia produce mayor alegría y esperanza que la uniformidad o la
masificación.
-
que
mirando el mundo desde los pobres y compartiendo con ellos y ellas los altares
y las mesas, se rompen las fronteras de la exclusión y el miedo.
Porque Dios es así, démosle gracias.