lunes, 23 de septiembre de 2013

LA SAGACIDAD QUE DIOS ALIENTA Y QUIERE

Lc 16,1-13
 
A los adversarios y enemigos de Jesús que critican sus comidas, dedica las parábolas del Padre que reparte la herencia a dos hijos, la oveja perdida y la mujer que pierde una moneda. Con estas tres imágenes pretende decir que el Reino de Dios es otra cosa muy diferente de ese comportamiento moralista que no entiende que las personas están por encima de la Ley, cuando dicha Ley en definitiva, puede estar sirviendo a intereses de ambición y poder. Sin embargo, a sus discípulos les cuenta la historia de ese administrador astuto acostumbrado a trampear. Y termina diciendo: “no se puede servir a Dios y al dinero”.
 
Jesús está en diálogo y en relación permanente con la gente. Tanto los adversarios como quienes le siguen deben vigilar sobre sus actitudes y motivaciones contra el engaño de la riqueza. Se puede decir que se sirve a Dios y al mismo tiempo no tener problema en justificar determinadas situaciones que terminan en la exclusión o discriminación de alguien. Ese mismo cinismo denunciaban los profetas en toda la historia de Israel: la preocupación por el holocausto y el sacrificio y la incapacidad para descubrir la responsabilidad en la explotación del pobre.
 
Pero Jesús es más radical con quienes le siguen. ¿En qué consiste esa radicalidad? Les viene a decir que si quieren seguirle también deben aprender a mirarse a sí mismos-as y a lo que les rodea con mayor profundidad. Les pone entonces el caso del administrador derrochador de bienes que no son suyos.
 
Quien escucha esta parábola e intenta visualizar la escena, se puede imaginar perfectamente a un hombre acostumbrado a hacer y deshacer, a creer que todo lo tiene bajo control, alguien que acaba confundiendo los términos y límites de su acción y en lugar de administrar, se convierte en un derrochador de los bienes ajenos. Ese administrador no se comporta como lo que es. Llega un momento en que quedan en evidencia toda su acción. Por lo tanto, lo lógico es que dé un informe y se vaya. Esto lo pone en una situación desesperada donde entra en juego su propia imagen social – pedir me da vergüenza – o la imposibilidad de reconocerse en otra condición que no sea la de administrador - no tengo fuerzas para cavar – y desde ahí es capaz de generar nuevas estrategias para salir a flote a la vez que se da otra oportunidad a sí mismo. Viendo lo que puede ocurrirle, restituye la mala administración y negocia con quienes también están endeudados. Genera nuevas relaciones ahora no desde el derroche y la injusticia sino desde la complicidad de iguales.
 
Restituir para tener futuro. ¿Se tratará de eso? Parece que Dios está generando eso en esta humanidad. La confianza en el mercado global ha tenido como consecuencia la terrible situación de los pobres. Pero esto en lugar de dar miedo a los ricos, los ha cegado y asegurado aún más. Pero las consecuencias de la rapiña, la extorsión, la colonización y la guerra son heridas abismales en el corazón de la humanidad. Para Dios portarse con sagacidad consistiría en que los responsables de administrar la economía mundial vislumbren lo que les pasará si continúan poniendo su confianza en el mercado, es decir si siguen el camino de la lógica capitalista: abuso, violencia y desigualdad. La frustración que genera esta situación, podría ser la clave para descubrir espejismos, callejones sin salida y provocar otra dinámica que consistiera en retirarle la confianza al dinero y dedicarse a hacer alianza con los pobres. Así podría caminarse en la dirección de restituir: poner todas las fuerzas, energías, ánimo y esperanzas en hacer alianza con los pobres, que podrían entonces hacer su papel: acoger a la humanidad en Dios.
 
Como el calcetín. Pero tenemos que desandar la historia, ese esfuerzo colectivo por invertir la dinámica del beneficio propio en otra que comparta mesa con quienes están excluidos. Y no por un imperativo moral, ni por una acción benéfica, sino porque está en juego nuestra propia existencia humana y nuestro futuro.
 
Hay una intuición hermosa en este empeño de la Iglesia de Sucumbíos en la utopía que recoge su Plan Pastoral: Liberación integral del hombre y la mujer desde los pobres por la causa del Reino. Ese desde los pobres significa que ellos y ellas son la clave de la liberación de la Iglesia y en segundo lugar, de toda la humanidad. Son quienes dan acceso y preparan a toda la humanidad para encontrarse cara a cara con Dios.
 
Por lo tanto, hacer alianza con ellos y ellas y no solamente acciones puntuales de caridad es lo que Dios quiere. Todas las iniciativas que resten este sueño divino de equidad, igualdad, justicia y amistad, desorientan y entorpecen.
 
Por eso seguir a Jesús, consistirá en definirse bien: o Dios o el dinero. Es decir, si no se hace alianza con los pobres, se está contra Dios.