sábado, 7 de septiembre de 2013

SE VIENEN LAS FIESTAS DE LA CHURONITA

 
Nos acercamos a las fiestas patronales de nuestra Mamita del Cisne. Hemos estado realizando las novenas en nuestras comunidades, fortaleciendo nuestra oración con la intercesión de nuestra Madre Santísima para encontrarnos con Jesús. Hemos compartido la vida, nuestras alegrías y nuestros pesares. Hemos compartido la Luz de la Palabra de Dios y ha surgido una riqueza de compromisos porque hemos aprendido de las virtudes de María, la primera discípula misionera.  Y hemos compartido el pan, los refrigerios y más.
 
Nuestro pueblo es mariano porque ama mucho a María. Por ese amor a María son muchos los nombres o advocaciones con que la conocemos, ya sea la Virgen del Cisne, del Carmen, de la Merced y tantos nombres más. También son muchos los santuarios, iglesias y comunidades dedicadas a ella. Pero esta diversidad, no pocas veces se presta para la confusión que nos lleva a un devocionalismo ciego y egoísta, que amenaza una experiencia de fe verdadera que sea encuentro con Jesucristo Vivo Resucitado.
 
A toda esta práctica y experiencia religiosa se le conoce con el nombre de Religiosidad Popular. Esta religiosidad es uno de nuestros espacios de los pobres para encontrarnos con Dios: en los altares de nuestras casas, nuestras devociones, nuestros peregrinajes y promesas, nuestras oraciones, etc. Hemos sabido crear nuestros propios espacios de devoción y fe para conocer a Dios, hablar con Él y abrirnos a que Él se encuentre con nosotros/as.
 
El Papa Pablo VI afirmó de la devoción a María, que es un elemento muy importante de la piedad de la Iglesia. Por su parte nuestros obispos, reunidos en Puebla, aseguran que en América Latina, la devoción a María constituye una experiencia vital e histórica. El pueblo creyente siempre se identifica con el entusiasmo amoroso hacia la madre de Dios, aquella mujer sencilla, que nos recuerda el Evangelio.
 
Tomamos como iluminación del texto de Lucas 11, 27-28: “Sucedió que, estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» Pero él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.»”
 
Aunque desconozcamos el nombre de la mujer del pueblo que alababa a María por ser Madre de Jesucristo, nos unimos a su fervor y entusiasmo. Ella es imagen del pueblo creyente, especialmente del pueblo de estas tierras americanas. El elogio hecho a la Madre es alabanza para el Hijo. Y nuestro pueblo sabe que honrando a la Madre de Dios, honra al mismo tiempo a Jesucristo.
 
Jesús, al oírla, sin duda se sintió feliz, por aquel elogio dedicado a su madre que tanto quería, pero lo llevó a replicar que eran más felices quienes oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica. Y su madre fue la que escuchó, aprendió y anunció, es decir practicó la Palabra. Con estas palabras quiso recordar que el lazo que une a los seres humanos es su unión con Dios. Su madre María tiene dos títulos de gloria: el de haberle engendrado y el de ser siempre fiel a su Palabra.
 
Por eso el adagio: “A Jesús por María”. Tarde o temprano quien honra sinceramente a María, llegará a encontrarse con su Hijo Jesús. María nos dice: “escúchenlo a Él” o, “hagan lo que Él les diga”. ¿Y qué nos manda Jesús? Poner en práctica sus enseñanzas.
 
Vivamos nuestra religiosidad popular con espacios comunitarios de fe viva y compromisos liberadores. Eliminemos de ella los abusos como su sentido mágico, el alcohol y sus excesos, el negocio del dinero, el individualismo, el derroche… Recuperemos el sentido profundo de nuestra religiosidad popular, como camino hacia Dios y camino de Dios hacia nosotros/as.