Nos acercamos a las fiestas patronales de
nuestra Mamita del Cisne. Hemos estado realizando las novenas en nuestras
comunidades, fortaleciendo nuestra oración con la intercesión de nuestra Madre
Santísima para encontrarnos con Jesús. Hemos compartido la vida, nuestras
alegrías y nuestros pesares. Hemos compartido la Luz de la Palabra de Dios y ha
surgido una riqueza de compromisos porque hemos aprendido de las virtudes de María, la primera discípula misionera. Y hemos compartido el pan, los
refrigerios y más.
Nuestro pueblo es mariano porque ama
mucho a María. Por ese amor a María son muchos los nombres o advocaciones con
que la conocemos, ya sea la Virgen del Cisne, del Carmen, de la Merced y tantos
nombres más. También son muchos los santuarios, iglesias y comunidades
dedicadas a ella. Pero esta diversidad, no pocas veces se presta para la
confusión que nos lleva a un devocionalismo ciego y egoísta, que amenaza una
experiencia de fe verdadera que sea encuentro con Jesucristo Vivo Resucitado.
A toda esta práctica y experiencia
religiosa se le conoce con el nombre de Religiosidad Popular. Esta religiosidad
es uno de nuestros espacios de los pobres para encontrarnos con Dios: en los
altares de nuestras casas, nuestras devociones, nuestros peregrinajes y
promesas, nuestras oraciones, etc. Hemos sabido crear nuestros propios espacios
de devoción y fe para conocer a Dios, hablar con Él y abrirnos a que Él se
encuentre con nosotros/as.
El Papa Pablo VI afirmó de la devoción
a María, que es un elemento muy importante de la piedad de la Iglesia. Por su
parte nuestros obispos, reunidos en Puebla, aseguran que en América Latina, la
devoción a María constituye una experiencia vital e histórica. El pueblo
creyente siempre se identifica con el entusiasmo amoroso hacia la madre de
Dios, aquella mujer sencilla, que nos recuerda el Evangelio.
Tomamos como iluminación del texto de Lucas 11,
27-28: “Sucedió que, estando él diciendo
estas cosas, alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: «¡Dichoso el seno
que te llevó y los pechos que te criaron!» Pero él dijo: «Dichosos más bien los
que oyen la Palabra de Dios y la guardan.»”
Aunque desconozcamos el nombre de la
mujer del pueblo que alababa a María por ser Madre de Jesucristo, nos unimos a
su fervor y entusiasmo. Ella es imagen del pueblo creyente, especialmente del
pueblo de estas tierras americanas. El elogio hecho a la Madre es alabanza para
el Hijo. Y nuestro pueblo sabe que honrando a la Madre de Dios, honra al mismo
tiempo a Jesucristo.
Jesús, al oírla, sin duda se sintió
feliz, por aquel elogio dedicado a su madre que tanto quería, pero lo llevó a
replicar que eran más felices quienes oyen la Palabra de Dios y la ponen en
práctica. Y su madre fue la que escuchó, aprendió y anunció, es decir practicó
la Palabra. Con estas palabras quiso recordar que el lazo que une a los seres
humanos es su unión con Dios. Su madre María tiene dos títulos de gloria: el de
haberle engendrado y el de ser siempre fiel a su Palabra.
Por eso el adagio: “A Jesús por María”.
Tarde o temprano quien honra sinceramente a María, llegará a encontrarse con su
Hijo Jesús. María nos dice: “escúchenlo a
Él” o, “hagan lo que Él les diga”.
¿Y qué nos manda Jesús? Poner en práctica sus enseñanzas.
Vivamos nuestra religiosidad popular
con espacios comunitarios de fe viva y compromisos liberadores. Eliminemos de
ella los abusos como su sentido mágico, el alcohol y sus excesos, el negocio
del dinero, el individualismo, el derroche… Recuperemos el sentido profundo de
nuestra religiosidad popular, como camino hacia Dios y camino de Dios hacia
nosotros/as.