7 SEPTIEMBRE, 2013:
¿Un día cualquiera?
Cada día tenemos muchas
oportunidades para dar gracias por lo que recibimos. Y esa experiencia es la
que nos ayuda a llegar a nuestra plena humanización porque comprendemos que en realidad - a pesar de que pensemos que
tenemos merecido un justo descanso, o que nos reconozcan el trabajo, o incluso
que nos castiguen si hacemos mal – el Misterio de Dios es quien está detrás de
todo eso que nosotros denominamos justo y merecido y que su providencia hace
que ni un pelo de nuestra cabeza caiga sin su consentimiento.
El sábado 7 de septiembre, fue
uno de esos días comunes y corrientes. Lo que hizo que tuviera especial
significado fue la experiencia colectiva de GRACIA de Dios que compartimos en
un contexto de oración por la paz en Siria y en el mundo entero, incluyendo
nuestra tierra. Nos convocamos al tradicional Retiro de la Escuela de
Ministerios de nuestra Iglesia de San Miguel de Sucumbíos. Éramos un poco más
de 70 hermanos y hermanas que nos pudimos encontrar de los 130 ministerios
reconocidos. El objetivo era prepararnos
interiormente para la celebración de la institución de ministerios laicales del
domingo, día de nuestra fiesta de la Churonita y fiesta de los ministerios en
la Iglesia de San Miguel de Sucumbíos.
Pudimos reconocernos en la fe de
María de Nazaret y la de algunas mujeres creyentes del pueblo de Israel.
Descubrimos cómo Dios teje la historia en medio de múltiples circunstancias y
dificultades. Y las personas que se fían y se arriesgan son las que pueden
experimentar más allá de sus posibilidades o debilidades esa fuerza misteriosa
y escondida de un Dios que no se rinde.
Fue hermoso el testimonio de los
13 ministerios que iban a ser instituidos, compartiendo desde su experiencia de
fe. Todos ellos y ellas personas de trayectoria y años en la comunidad
cristiana, gentes sencillas y humildes, que han sido capaces de permanecer cada
día animando, alentando y dando vida al germen que Dios mismo ha puesto en esta
Iglesia a través de su Espíritu. No son gente muy estudiada, pero tienen muy clara
su vocación al seguimiento de Jesús. Esa firmeza ni prepotente ni con
ostentación, produce una gran admiración.
Igualmente significativo fue el
testimonio de solidaridad, apoyo y sinodalidad de todas las personas que
participaron en el encuentro. Podrían haber pensado que aquello sólo era algo
para quienes iban a recibir el ministerio, pero no era ésta la lógica: había
que acompañar la experiencia de aquellos otros hermanos y hermanas. Esa
experiencia compartida dio alegría, hondura y fortaleza.
Dios nos sorprende
constantemente y si nos abrimos a su sorpresa, quizás los días comunes y
corrientes se transformen en frescura y novedad permanente.