domingo, 1 de septiembre de 2013

TAITA PROAÑO, ruega por nosotros

 
Hoy cumplimos 25 años de la Pascua de Mons. Leonidas Proaño, el Obispo de los Indios, Obispo que “olió a oveja”, “poncho, quichua, bronca y fe”.
 
Taita Proaño, dejó huella en ISAMIS. Desde los inicios de la etapa de Mons. Gonzalo López al frente de la Iglesia de San Miguel de Sucumbíos, la cercanía con la Iglesia de Riobamba era muy familiar. Había mucho que aprender entre la Iglesia precursora en Ecuador de los tiempos nuevos del Vaticano II y nuestra pequeña Prefectura Apostólica. Por eso, en varias ocasiones contamos con la presencia de los agentes pastorales de Riobamba, pero de manera muy especial Mons. Proaño estará en diferentes asambleas misioneras, que con su iluminación, junto a otros teólogos, se irá colocando las bases del nuevo modelo de Iglesia.
 
Contamos con su generosa presencia en la III Asamblea Misionera realizada del 27 de agosto al 7 de septiembre de 1973 en Quito, la VIII Asamblea realizada en Riobamba, la IX en 1979 realizada en Esmeraldas y la XIII Asamblea en 1983 en Baños. Las luces ofrecidas por Mons. Proaño nos llevaron a definir nuestra pastoral indígena, al igual que nos ayudó a definir nuestra utopía.
 
Por este entrañable hermanamiento eclesial, Mons. Gonzalo le visitó a Mons. Proaño en los días previos a su muerte y desde su agonía le dijo textualmente a nuestro Obispo Emérito en el exilio: "Trabajen por la Iglesia Indígena y trabajen por el pueblo Indio, de forma que lleguen ellos a hacer lo que tienen que hacer en toda la madurez de un pueblo, en toda la madurez de la Iglesia y esto es una reparación a los indígenas por los muchos malos tratos y atropellos que han recibido durante 500 años. De muchos saludos a todos los misioneros y lléveles este mensaje.". Gonzalo, bien encomendado, nos compartió en la I Asamblea Conjunta de Pastoral realizada del 15-28 de agosto del 1988.
 
Desde la experiencia de nuestra Iglesia Martirial, recordamos que en 1973 Mons. Proaño recibió una Visita Apostólica y en 1976 eran detenidos un grupo de 17 obispos, entre otros. Por eso, la bienaventuranza de la persecución, quedó bien recogida en la letra de:
 
“Su vida no gustó jamás
a los ricachos del lugar,
porque enseñaba en alta voz
 a rechazar al invasor”.
 
Mons. Pedro Casaldáliga le dedica una nota titulada “LEÓNIDAS PROAÑO, PROFETA SILENCIOSO”, se lo dedicamos.
 
 “De todos, sin conocerlo, tengo hace tiempo la imagen del obispo de Riobamba en mi mente y en mi corazón, y también él es para mí «una llama y una luz». Por muchas referencias de comunes amigos, por una especie de proclamación agradecida de toda la Iglesia de los pobres del continente, por la ejemplar repercusión que la personalidad de Proaño –su vida, su obra y su palabra– viene teniendo en otros sectores, muy amplios, de la Iglesia universal.
 
Él ya es, con perdón del correspondiente dicasterio que podría arrogarse el derecho a dar un último dictamen, un Padre de nuestra Iglesia para la Iglesia toda.
 
Últimamente he leído su confesión pastoral en El credo que ha dado sentido a mi vida y algunos otros textos sobre la Iglesia de Riobamba y su pastor; y esto ha acabado de perfilar dentro de mí la imagen de Leonidas E. Proaño Villalba:
 
Alto, en medio de sus indígenas, como un cacique natural (y sobrenatural).
 
Con los ojos hundidos y avizores, como quien contempla la Historia, y el Reino en ella, desde los remotos tiempos e intereses del imperio incaico y del imperio español y del imperio yanqui y en las comprometedoras alturas del Chimborazo y de Medellín –a 3000 metros de altitud y vértigo y en el año 2000 de la Iglesia de Jesucristo, hecho y deshecha aquí, entre nosotros, colonizadamente y en busca de liberación.
 
Obispo de Riobamba, desde 1954 (...) en pie de guerra y en pie de paz. Perseguido dentro y fuera de casa. Incomprendido por los grandes y amado de los pobres.
 
Un hombre contenidamente pacífico, rodeado de conflictos por todas partes, menos por una: por la inalterable parte de la fe.
 
«Afable, sencillo y límpido como un libro abierto», que diría de él «La Vie».
 
Profeta de hechos, más que de gritos. Sin gesticulaciones. Con el gesto sobrio y seguro de quien «macetea», desde la niñez, sombreros de paja y, después, cabezas humanas aturdidas o ausentes, pajas dispersas que se han de ir trenzando en el ancho sombrero de la comunidad.
 
Contemplativo innato, silencioso y sobrio, como un hijo legítimo de la cordillera.
 
Lleno de simplicidad evangélica, pero metódico, realista y político. Amigo de escuchar la Palabra de Dios, el silencio del pueblo y la contribución de la ciencia.
 
Fiel a la Iglesia y libre en su fidelidad.
 
Un verdadero precursor de lo que ahora otros obispos podemos hacer, con la relativa naturalidad de quien pisa caminos ya abiertos, porque él, a su tiempo, juntamente con otros pocos arriesgados, no sólo «había abandonado el uso de la sotana con vivos y colorines», sino también la actitud privilegiada, doctoral y monárquica de la jerarquía.
 
Un pastor de armónicos contrastes que bien podría señalarse como prototipo de pastores latinoamericanos.