domingo, 19 de enero de 2014

AQUÍ VIENE EL CORDERO DE DIOS

Isaías 49,3.5-6; Juan 1,29-34

La experiencia de la Pasión de Jesús para las primeras comunidades cristianas, fue vivida como un acontecimiento de gran magnitud y les supuso hacer una tarea de relectura de toda su experiencia de Dios. Recurrieron al profeta del destierro, la crisis, la ruptura y también la esperanza: Isaías. Y en el Cántico del Siervo vieron a Jesús. De repente cayeron en la cuenta de que todo aquello que habían vivido sin comprender, la muerte del justo, tenía realmente su sentido y su por qué en la tradición bíblica y en toda la experiencia de Israel. Concretamente la descripción de Isaías sobre el Siervo de Yavé que carga con los pecados del pueblo para redimirlo, coincidía con ese Jesús que en el silencio de la historia carga con el pecado de su pueblo para liberarlo.

Entendemos un poco mejor al evangelista Juan que pone en boca del Bautista que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Juan y Jesús. Jesús y Juan. Ambos tienen destinos similares: morirán en manos de la injusticia. Y ambos tendrán que recorrer un camino donde aprenderán a soportar el sufrimiento generado por ella. Y en lugar de resentimiento, tendrán y traerán la paz al mundo.

Es difícil comprenderlos desde nuestra mentalidad y acciones: tantas veces encajamos mal este cargar con el sufrimiento provocado por la injusticia. Nos convertimos en sufridores y sufridoras pasivas, o en rebeldes permanentes que no saben delimitar bien qué deben y qué no deben callar.

Pero hay una rendija que aparece en el mismo evangelio de Juan: el Cordero de Dios es alegre y quien lo anuncia está inundado de esa misma alegría. ¡La alegría! Es la clave de la autenticidad de ese cargar con el sufrimiento que provoca la injusticia. Esa alegría que permanece en el fondo de la vida y sigue dando fuerzas para mantenerse, esa alegría no espontánea que es fruto de la fidelidad a lo que se ve y a lo que se oye, esa alegría que Dios nos da cada vez que compartimos destino, vida, amistad, amor y acción con los y las pobres.

Esa alegría es la que nos inunda cuando al ver a tanta gente capaz de soportar y vivir el sufrimiento como Jesús lo hizo exclamamos: ¡Aquí viene el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo!: Ahí van Dª Lucha, Dª Edelmira, Dª Lucía, D. Lorenzo y D. Jorge, ahí la Estefanía, el Andrés y la Paolita. Esa alegría es el bautismo del Espíritu que Dios sigue derramando en su pueblo. Si alguna vez hemos sentido esta alegría, entonces podemos decir que también nosotros-as somos bienaventurados-as.