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MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
XLVII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
LA FRATERNIDAD, FUNDAMENTO Y CAMINO PARA LA PAZ
5.
En la Caritas in veritate, mi Predecesor recordaba al mundo entero que la falta
de fraternidad entre los pueblos y entre los hombres es una causa importante de
la pobreza[11]. En muchas sociedades experimentamos una profunda pobreza
relacional debida a la carencia de sólidas relaciones familiares y
comunitarias. Asistimos con preocupación al crecimiento de distintos tipos de
descontento, de marginación, de soledad y a variadas formas de dependencia
patológica. Una pobreza como ésta sólo puede ser superada redescubriendo y
valorando las relaciones fraternas en el seno de las familias y de las
comunidades, compartiendo las alegrías y los sufrimientos, las dificultades y
los logros que forman parte de la vida de las personas.
Además,
si por una parte se da una reducción de la pobreza absoluta, por otra parte no
podemos dejar de reconocer un grave aumento de la pobreza relativa, es decir,
de las desigualdades entre personas y grupos que conviven en una determinada
región o en un determinado contexto histórico-cultural. En este sentido, se
necesitan también políticas eficaces que promuevan el principio de la
fraternidad, asegurando a las personas –iguales en su dignidad y en sus
derechos fundamentales– el acceso a los «capitales», a los servicios, a los
recursos educativos, sanitarios, tecnológicos, de modo que todos tengan la
oportunidad de expresar y realizar su proyecto de vida, y puedan desarrollarse
plenamente como personas.
También
se necesitan políticas dirigidas a atenuar una excesiva desigualdad de la
renta. No podemos olvidar la enseñanza de la Iglesia sobre la llamada hipoteca
social, según la cual, aunque es lícito, como dice Santo Tomás de Aquino, e
incluso necesario, «que el hombre posea cosas propias»[12], en cuanto al uso,
no las tiene «como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el
sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás»[13].
Finalmente,
hay una forma más de promover la fraternidad –y así vencer la pobreza– que debe
estar en el fondo de todas las demás. Es el desprendimiento de quien elige
vivir estilos de vida sobrios y esenciales, de quien, compartiendo las propias
riquezas, consigue así experimentar la comunión fraterna con los otros. Esto es
fundamental para seguir a Jesucristo y ser auténticamente cristianos. No se
trata sólo de personas consagradas que hacen profesión del voto de pobreza,
sino también de muchas familias y ciudadanos responsables, que creen firmemente
que la relación fraterna con el prójimo constituye el bien más preciado.
El
redescubrimiento de la fraternidad en la economía
6.
Las graves crisis financieras y económicas –que tienen su origen en el
progresivo alejamiento del hombre de Dios y del prójimo, en la búsqueda
insaciable de bienes materiales, por un lado, y en el empobrecimiento de las
relaciones interpersonales y comunitarias, por otro– han llevado a muchos a
buscar el bienestar, la felicidad y la seguridad en el consumo y la ganancia
más allá de la lógica de una economía sana. Ya en 1979 Juan Pablo II advertía
del «peligro real y perceptible de que, mientras avanza enormemente el dominio
por parte del hombre sobre el mundo de las cosas, pierda los hilos esenciales
de este dominio suyo, y de diversos modos su humanidad quede sometida a ese
mundo, y él mismo se haga objeto de múltiple manipulación, aunque a veces no
directamente perceptible, a través de toda la organización de la vida
comunitaria, a través del sistema de producción, a través de la presión de los
medios de comunicación social»[14].
El
hecho de que las crisis económicas se sucedan una detrás de otra debería
llevarnos a las oportunas revisiones de los modelos de desarrollo económico y a
un cambio en los estilos de vida. La crisis actual, con graves consecuencias
para la vida de las personas, puede ser, sin embargo, una ocasión propicia para
recuperar las virtudes de la prudencia, de la templanza, de la justicia y de la
fortaleza. Estas virtudes nos pueden ayudar a superar los momentos difíciles y
a redescubrir los vínculos fraternos que nos unen unos a otros, con la profunda
confianza de que el hombre tiene necesidad y es capaz de algo más que
desarrollar al máximo su interés individual. Sobre todo, estas virtudes son
necesarias para construir y mantener una sociedad a medida de la dignidad
humana.
La
fraternidad extingue la guerra
7.
Durante este último año, muchos de nuestros hermanos y hermanas han sufrido la
experiencia denigrante de la guerra, que constituye una grave y profunda herida
infligida a la fraternidad.
Muchos
son los conflictos armados que se producen en medio de la indiferencia general.
A todos cuantos viven en tierras donde las armas imponen terror y destrucción,
les aseguro mi cercanía personal y la de toda la Iglesia. Ésta tiene la misión
de llevar la caridad de Cristo también a las víctimas inermes de las guerras
olvidadas, mediante la oración por la paz, el servicio a los heridos, a los que
pasan hambre, a los desplazados, a los refugiados y a cuantos viven con miedo.
Además la Iglesia alza su voz para hacer llegar a los responsables el grito de
dolor de esta humanidad sufriente y para hacer cesar, junto a las hostilidades,
cualquier atropello o violación de los derechos fundamentales del hombre[15].
Por
este motivo, deseo dirigir una encarecida exhortación a cuantos siembran violencia
y muerte con las armas: Redescubran, en quien hoy consideran sólo un enemigo al
que exterminar, a su hermano y no alcen su mano contra él. Renuncien a la vía
de las armas y vayan al encuentro del otro con el diálogo, el perdón y la
reconciliación para reconstruir a su alrededor la justicia, la confianza y la
esperanza. «En esta perspectiva, parece claro que en la vida de los pueblos los
conflictos armados constituyen siempre la deliberada negación de toda posible
concordia internacional, creando divisiones profundas y heridas lacerantes que
requieren muchos años para cicatrizar. Las guerras constituyen el rechazo
práctico al compromiso por alcanzar esas grandes metas económicas y sociales
que la comunidad internacional se ha fijado»[16].
Sin
embargo, mientras haya una cantidad tan grande de armamentos en circulación
como hoy en día, siempre se podrán encontrar nuevos pretextos para iniciar las
hostilidades. Por eso, hago mío el llamamiento de mis Predecesores a la no
proliferación de las armas y al desarme de parte de todos, comenzando por el
desarme nuclear y químico.
No
podemos dejar de constatar que los acuerdos internacionales y las leyes
nacionales, aunque son necesarias y altamente deseables, no son suficientes por
sí solas para proteger a la humanidad del riesgo de los conflictos armados. Se
necesita una conversión de los corazones que permita a cada uno reconocer en el
otro un hermano del que preocuparse, con el que colaborar para construir una
vida plena para todos. Éste es el espíritu que anima muchas iniciativas de la
sociedad civil a favor de la paz, entre las que se encuentran las de las
organizaciones religiosas. Espero que el empeño cotidiano de todos siga dando
fruto y que se pueda lograr también la efectiva aplicación en el derecho
internacional del derecho a la paz, como un derecho humano fundamental,
pre-condición necesaria para el ejercicio de todos los otros derechos.
La
corrupción y el crimen organizado se oponen a la fraternidad
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