La cultura en la que Jesús nació, creció y vivió era una cultura de
pastores. Sin duda, desde niño pudo ver a los pastores en los campos de Nazaret
encabezando la lenta marcha de las ovejas en busca de más pastos.
Era tan frecuente y querida esta imagen para la gente de la tierra de Jesús
que la aplicaron a los reyes del pueblo de Israel; ellos eran los pastores que
guiaban al pueblo a la tierra de la justicia y de la paz. También emplearon
esta imagen para el propio Yahvé: “El
Señor es mi pastor nada me puede faltar”, cantaban en el salmo 22.
El pastor era ante todo el símbolo de un líder: lideraba y guiaba al
rebaño, como el rey lideraba a su pueblo y Yahvé al pueblo elegido.
El liderazgo del pastor era un liderazgo amoroso: llama a las ovejas por su
nombre porque tiene un trato de confianza con ellas (Jn 10, 3), cuida de las más débiles necesitadas, y desprotegidas (Lc 15, 4) e incluso da la vida por
ellas (Jn 10, 17).
Es lo que los discípulos vieron en Jesús mientras vivía con ellos: se
acercaba a los pecadores, se le conmovían las entrañas de misericordia por los
más débiles, los expulsados del templo, cuida de ellos, come a su mesa,
comparte con ellos, sana a los heridos (que todos pensaban que eran pecadores a
la vez)… da la vida por todos.
Esta imagen pasó a ser muy querida por los primeros cristianos ya que
tenían el recuerdo vivo de un Jesús que fue un verdadero Buen Pastor de su
pueblo. En las catacumbas, entre las pinturas cristianas más antiguas suele
aparecer la de Jesús con el cordero cargado al hombro como signo de Jesús Buen
Pastor.
Esta imagen de Jesús Buen Pastor les lleva a tener una relación cálida y
cercana con Jesús ya resucitado, una relación que les trae consuelo y
confianza: “El Señor es mi pastor nada me
puede faltar”.
Por otro lado, se ponía a Jesús Buen Pastor como modelo de líder de las
comunidades para que tuvieran muy en cuenta que tenían que presidir a las
comunidades al estilo de Jesús: conociendo y tratando personalmente a los
fieles, cuidando de cada uno/a de ellos/as e incluso dando la vida por
ellas/os.
En las comunidades cristianas vamos cultivando una relación cercana con
Jesús Resucitado. Al leer su Palabra, al recibirle en la comunión, al servirle
en la hermana o hermano, vamos sintiendo que el Resucitado nos acompaña y nos
da fortaleza.
Igualmente los Animadores de las Comunidades Cristianas aprenden de este
Buen Pastor a presidir y acompañar a sus
comunidades, a conocer a sus hermanas y hermanos en la fe, a cuidar de ellas/os
y ¿por qué no? a gastar su vida en el servicio a los demás.
Gracias, Señor, por los/as Animadores/as que nos has dado en las
Comunidades Cristianas de nuestro Sucumbíos. Gracias porque en ellos/as podemos
ver con claridad tu imagen de Buen Pastor viva una vez más.