Jn 20,19-31
Parece que la consecuencia
inmediata del asesinato de Jesús es que los discípulos se encierran. Es lógico
tener miedo. Se encierran porque comprenden que les puede pasar lo mismo y
todavía no están dispuestos asumir las consecuencias de su seguimiento. No
obstante, hay una cosa buena, que en ese miedo han decidido unirse. No han
querido pasar solos y dispersos esta situación.
La señal de que Jesús ha
resucitado es que atraviesa las puertas
del miedo e infunde paz y valentía.
Ambas cosas son necesarias si es que se quiere hacer memoria de lo que ha
ocurrido. El Resucitado es el Crucificado.
Todo consiste en “verlo”.
Continuamente en Sucumbíos
estamos en contacto con la vida y con la muerte. Nos cuesta vencer el miedo que
nos paraliza, pero estamos unidos-as para llegar a asumir las consecuencias del
seguimiento.
Algunas puertas que los
discípulos y discípulas de Jesús mantenemos cerradas hoy se descubren en:
- esa negativa a “ver al Señor”
en medio de la vida. En el fondo, no hemos caído en la cuenta de que el
Resucitado es el Crucificado. La gente crucificada revela al Resucitado. ¿Es
tan difícil? Debe serlo cuando nos empeñamos en cuidar en exceso “espacios
sagrados” y olvidamos el compromiso con los templos sagrados de las personas
que sufren.
- en la pérdida de la esperanza:
¿quiénes si no nosotros-as tenemos la responsabilidad de cambiar las
estructuras del miedo en la Iglesia por otras que revelen la paz y la valentía
del Resucitado? Son estructuras de miedo las que dejan fuera de las decisiones
a mujeres, laicos-as, jóvenes y excluidos-as. Son estructuras de miedo las que
infantilizan, las que evitan decir las cosas claramente. Son estructuras de
miedo el patriarcalismo y el afán de dominio, escondidos en argumentos “espirituales”
y de obediencia.
Frente a esas puertas cerradas, Jesús
Resucitado se coloca en medio de nosotros-as y nos dice: Toquen mi costado,
toquen el sufrimiento. La fe que surge de la Resurrección del Señor no tiene
otro fundamento que la cercanía y solidaridad con las víctimas de la
injusticia.
No
necesitamos abrir puertas, sólo necesitamos hacernos conscientes del miedo y
del temor que nos paraliza. Del resto, se encarga Jesús. Si alguien nota esta paz y valentía, que la
viva.