viernes, 13 de abril de 2012

PUERTAS CERRADAS


Jn 20,19-31

 Parece que la consecuencia inmediata del asesinato de Jesús es que los discípulos se encierran. Es lógico tener miedo. Se encierran porque comprenden que les puede pasar lo mismo y todavía no están dispuestos asumir las consecuencias de su seguimiento. No obstante, hay una cosa buena, que en ese miedo han decidido unirse. No han querido pasar solos y dispersos esta situación.
La señal de que Jesús ha resucitado es que atraviesa las puertas del miedo e infunde paz y valentía. Ambas cosas son necesarias si es que se quiere hacer memoria de lo que ha ocurrido. El Resucitado es el Crucificado.  Todo consiste en “verlo”. 
Continuamente en Sucumbíos estamos en contacto con la vida y con la muerte. Nos cuesta vencer el miedo que nos paraliza, pero estamos unidos-as para llegar a asumir las consecuencias del seguimiento.
Algunas puertas que los discípulos y discípulas de Jesús mantenemos cerradas hoy se descubren en:
-       esa negativa a “ver al Señor” en medio de la vida. En el fondo, no hemos caído en la cuenta de que el Resucitado es el Crucificado. La gente crucificada revela al Resucitado. ¿Es tan difícil? Debe serlo cuando nos empeñamos en cuidar en exceso “espacios sagrados” y olvidamos el compromiso con los templos sagrados de las personas que sufren.
-       en la pérdida de la esperanza: ¿quiénes si no nosotros-as tenemos la responsabilidad de cambiar las estructuras del miedo en la Iglesia por otras que revelen la paz y la valentía del Resucitado? Son estructuras de miedo las que dejan fuera de las decisiones a mujeres, laicos-as, jóvenes y excluidos-as. Son estructuras de miedo las que infantilizan, las que evitan decir las cosas claramente. Son estructuras de miedo el patriarcalismo y el afán de dominio, escondidos en argumentos “espirituales” y de obediencia.

Frente a esas puertas cerradas, Jesús Resucitado se coloca en medio de nosotros-as y nos dice: Toquen mi costado, toquen el sufrimiento. La fe que surge de la Resurrección del Señor no tiene otro fundamento que la cercanía y solidaridad con las víctimas de la injusticia.
No necesitamos abrir puertas, sólo necesitamos hacernos conscientes del miedo y del temor que nos paraliza. Del resto, se encarga Jesús.  Si alguien nota esta paz y valentía, que la viva.