Hay
situaciones en la vida en las que se vienen abajo las bases sobre las que
creíamos estar asentados. Estas
situaciones críticas, miradas con perspectiva - ¿miradas desde la fe?-, no sólo con el tiempo pasamos a considerarlas
fundamentales para nuestro crecimiento y maduración, y por lo tanto, para
nuestra felicidad. Se nos vienen abajo los fundamentos por una decepción con
respecto al amor o a la amistad, por la pérdida de alguien querido, por la
persecución y la amenaza, por la estrechez económica continua, por la pérdida
de un negocio, por el estrés de la vida, las malas decisiones, la desventura...
Jesús es una
persona no sólo acostumbrada a no temer frente a las situaciones críticas, sino
que hace de ellas un camino de libertad neutralizando el mal con la abundancia
de inteligencia compasiva. Siendo realmente laboriosa esta tarea, no lo fue
tanto para Él como ésta otra que consistió en provocar la crisis en las mentes y corazones de las autoridades
religiosas y en quienes se consideraban “justos” por el credo y la práctica
religiosa.
Parece que al final de su vida, la
pasión por Dios le había llevado a tal grado de libertad, que no sólo acudía a
las sinagogas de aldeas o ciudades, sino que enseñaba en el Templo. El Templo
era el lugar de la oficialidad sagrada, lugar de poder y dominación. ¿Por qué
enseñar en el Templo? ¿Porque era un predicador ambulante como otros? ¿Porque
era necesario desplegar una serie de
conocimientos sobre Dios que combatieran con los de sus enemigos? No eran éstas
las razones del Maestro de Nazaret.
Si atendemos a las preguntas que
Jesús lanzó en el Templo, nos damos cuenta que su enseñar consistía más bien en
provocar y cuestionar el corazón mismo de la realidad partiendo de algo
cotidiano y comúnmente aceptado: “¿Por
qué los maestros de la Ley dicen que el Mesías será el hijo de David?”… (Mc
12,35)
¿Qué cuestiona?
Lo que los maestros de la ley dicen
de Dios y de su modo de liberar al pueblo, lo que constituye su idea de Dios.
Porque esta imagen está basada en el linaje y estirpe que hace del judaísmo una
religión excluyente. Creen que responden a la tradición de pueblo de la
Alianza, pero en realidad, están muy separados de ella por su sistema de
intereses.
El pueblo ha dado crédito a este mensaje de sus
dirigentes religiosos. Jesús ve el desvío y alerta a la gente poniendo el dedo
en la llaga de los que ostentan el poder político-religioso y siguen
alimentando esa estructura gracias al silencio respecto a las injusticias. Por eso, la pregunta lanzada va dirigida a los
maestros de la Ley y pone a la gente en
guardia contra esa forma característica de comportamiento: seguros de sí y de
su credo, tranquilos en su inconsciencia de estómago lleno, reconocidos públicamente
como guías, ensalzados religiosamente con asientos reservados… Sin embargo, en
realidad son devoradores de mujeres indefensas mientras hacen largas oraciones.
Por eso, el episodio de la viuda
pobre que echaba todo lo que tenía en el Templo no puede ser visto solamente
como el acto de una mujer desprendida que da todo lo que tiene, sino como el
ejemplo concreto de lo que Jesús está denunciando: que los Maestros de la Ley
utilizan la espiritualidad y las largas oraciones para devorar a las viudas. Ese
Dios y esa estructura del Templo por lo tanto, no tienen arreglo y no sirven.
El signo más evidente del amor de Dios y de su decisión de restituir la
dignidad de las indefensas, es la destrucción del Templo.
A la gente que está acostumbrada al
sufrimiento y que es víctima de todo ese sistema, se le abren los ojos, y con
un sentido extraordinario de fe y de sabiduría, reconocen en Jesús una verdad
única: por eso “mucha gente acudía a Jesús y lo escuchaba con agrado” (Mc 12,37). Pero,
¿qué efecto tuvo esto en quienes estaban tan bien asentados en ese sistema? Desplegarían todas sus
influencias, todos sus argumentos y todos sus poderes para neutralizar y acabar
con semejante persona que pone todo en crisis.
Quizás sea bueno que la Palabra
provoque hoy similares preguntas a las de Jesús, destinadas a romper la dura capa de
seguridades “divinas” que a veces tenemos y que aparece confundida con
esperanzas de liberación y redención. Aprenderemos a mirar más enfocadamente
las realidades y reconoceremos dónde está reproducido en la actualidad el
“sistema Templo” que le costó la vida a Jesús. Y no pasaremos por alto o como
un aspecto más de la realidad, cosas tan sumamente importantes como
desenmascarar las causas de la violencia contra las mujeres que devora sus
vidas o las confina a la marginalidad bajo pretextos religiosos.
Esa tarea cristiana es la tarea
espiritual a la que Dios nos impulsa, nos anima y en la que nos ratifica. Pero,
¿encuentra esa osadía en quienes decimos seguirle?
Al menos, sabemos por dónde nos toca
continuar: por la duda respecto a las
creencias generalizadas, los asientos
reservados, el reconocimiento social, la individualidad satisfecha, el sistema
de mercado y el menosprecio de la
situación de inequidad que vivimos.