sábado, 14 de diciembre de 2013

NACER - Mt 11,2-11

Jesús admiraba a Juan Bautista. Ese profeta que fue capaz de irse al desierto para acompañar a que Israel entrara de nuevo en la Tierra de la Promesa. En tiempos de crisis y de violencia extrema, aquel hombre ofrecía como alternativa sumergirse en el Jordán y aparecer como hombres y mujeres nuevos que quieren caminar de nuevo de la mano de su Dios en justicia, misericordia y lealtad. Quiso también ser bautizado por él, pero Jesús hizo más profunda la visión de Juan al curar, sanar, liberar a la gente a través del poder curador de sus manos. Manos que estaban atravesadas por la experiencia de un Dios misericordia. Jesús vislumbró esa nueva tierra como una mesa compartida donde no hubiera exclusión de ningún tipo, un mundo de gratuidad que empezaba a producirse. No había que esperar mucho porque el Reino de Dios se podía tocar y palpar en cada persona que se ponía en pie, en cada enfermo curado y en cada viuda a la que se le hacía justicia.
 
Tocaba nacer a esa experiencia suya. Quien tuviera estos oídos podría escuchar, quien tuviera estos ojos podría ver. Esa invitación era universal y permanente. Sólo había que añadirse a esa cadena de gente liberada y alegre por su Dios compasión.
 
No había que esperar más porque todo se hacía evidente. Hoy también de nuevo estamos a punto de nacer, continuamente hay un lugar en el mundo donde se nace a lo que Jesús nació, donde se vive una liberación, un perdón, una equidad, una alegría. Cada vez que sucede, tenemos la respuesta a la pregunta de aquellos que querían saber qué debían esperar. Hoy Jesús sigue impulsando aquí en Sucumbíos eso mismo: miremos cuántos cojos, cuántos lisiados recobran el movimiento y cuánta lucha por la justicia se sigue manteniendo como una pequeña semilla. Si lo vemos, si somos capaces de vislumbrar ese trozo de Reino, entonces el nacimiento que esperamos ya se ha producido.