Congreso continental de Teología
Latinoamericana
07-11 0ctubre 2012 .
Con motivo de los 50 anos de la apertura
del Concilio Vaticano II y de los 40 del inicio de la Teología de la Liberación
nos hemos reunido en el Congreso Continental de Teología en la Universidad de
Unisinos de Sao Leopoldo/RS Brasil. Al llegar al final dirigimos a
nuestras Iglesias y pueblos un mensaje para compartir lo que hemos escuchado y
dialogado, vivido y celebrado.
Hemos participado 750 personas entre
jóvenes y adultos, laicas y laicos, religiosas y religiosos, sacerdotes y
obispos y hermanas y hermanos de otras confesiones cristianas. Proveníamos de
los diferentes países de América Latina y del Caribe, de América del Norte y de
Europa. Hemos vivido un verdadero kairós y movilizado la comunidad teológica
del Continente.
Ante todo queremos comunicar que hemos
salido fortalecidos en nuestra esperanza, una esperanza que nos impulsa a poner
nuestras vidas al servicio del Reino de Dios. Hemos orado evocando el caminar
eclesial desde el inicio del Concilio Vaticano II y de los 40 años de
teología de la liberación. Hemos reflexionando creativamente en paneles y
talleres sobre aspectos importantes del pueblo de Dios y que desafían nuestro
quehacer teológico y pastoral.
Hemos constatado y asumido nuestras
diferencias y diversidades históricas, geográficas, culturales, de procesos
sociales y eclesiales. Nos hemos enriquecido con ellas, muy especialmente
cuando hicimos memoria y celebramos el testimonio martirial de quienes en
décadas recientes han dado muestras extraordinarias de fidelidad al Dios de la
vida, en el seno de nuestro pueblo, sobre todo entre los
empobrecidos.
Hemos recordado especialmente la figura
luminosa y entrañable del Papa Juan XXIII, de quien evocamos el gesto de abrir
puertas y ventanas para que la Iglesia católica aprendiera que para ser madre y
maestra, necesitaba volverse hija y discípula. Recordamos, también, a Pablo VI
que acertó a poner lucidez y audacia en los trabajos del Concilio y en el
caminar del pueblo de Dios del inmediato postconcilio. Esta memoria nos la
transmitió con emoción y fuerza Mons. José M. Pires de 94 años; él fue padre
conciliar.
Hemos reafirmado nuestra convicción de que
el camino que emprendimos en Medellín, ha de seguir siendo nuestro camino
en este tiempo. Hemos tomado conciencia, también, de las exigencias que supone el
nuevo contexto cultural, social, político, económico, ecológico, religioso y
eclesial, ahora globalizado, depredado y excluyente.
Hemos confirmado que la Teología de la
Liberación está viva y continúa inspirando las búsquedas y los compromisos de
las nuevas generaciones de teólogos. Pero a veces es brasa se
esconde bajo las cenizas. En ese sentido, este congreso se ha convertido en un
soplo que ha re encendido el fuego de esta teología que quiere seguir siendo
fuego que enciende otros fuegos en la Iglesia y en la sociedad.
Conscientes de que la “Iglesia debe
escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio” (GS
4), hemos querido pasar a los tiempos de los signos y hacer un proceso de
construcción colectiva que articule nuestro pensar, sentir y actuar. Este
proceso ha supuesto un esfuerzo de escucha atenta de distintos
testimonios y experiencias, convicciones y miradas, en un compartir que nos
interpela desde el hoy de nuestros diferentes contextos y nos lleva a apostar
por un presente que tenga futuro.
Los tiempos han cambiado. Esto nos ha
llevado a detenernos y poner en diálogo nuestra teología latinoamericana
con realidades y saberes que no estuvieron presentes en los trabajos del
Vaticano II, ni en los primeros momentos de la Teología de la Liberación. Para
nosotros son nuevos clamores que vienen de los migrantes, las mujeres, los
pueblos originarios y afro descendientes, las nuevas generaciones y todos los
nuevos rostros de exclusión que emergen desde la invisibilidad.
Estos gemidos son fruto de un sufrimiento,
el que buscamos compartir con pasión con quienes son privados de una vida
digna, de un “buen vivir” (Sumakausai) como que quiere Dios.
Confiamos en que este congreso marque el
comienzo de una etapa nueva. Para eso se ha organizado. Algo nuevo está
brotando y cada vez nos damos más cuenta (Is. 43,13). Queremos que ese futuro
esté marcado por la fidelidad, la fecundidad, la creatividad y la alegría. En
él nuestro quehacer teológico debe acertar a asumir los nuevos desafíos
en plena sintonía con la Palabra de Dios, bajo la acción del Espíritu y en
profunda comunión con los pobres que para nosotros son los preferidos de Jesús.
Así tiene que ser ya que “todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que
ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo”
(DA 393).
Durante el congreso miramos hacia adelante
y miramos lejos, hacia el futuro; nos deja con sueños y con ganas de hacerlos
realidad. Uno de los más importantes es animar teólogos y teólogas
jóvenes a que acojan la herencia de los teólogos de la primera generación de la
Teología de la Liberación. Esta herencia la transmitió Gustavo Gutiérrez al
recordar con emoción a los teólogos jóvenes que en su quehacer teológico sean
rigurosos, profundos, cercanos a las comunidades insertas en el mundo y que den
su vida por los pobres. Con su frase “Cerca de Dios, cerca de los pobres” evocó
a todos los participantes lo mejor de la teología latinoamericana. Con
ella recogemos nosotros lo mejor de este congreso.
Los participantes de este Congreso
regresamos a nuestras comunidades eclesiales dispuestos a asumir las tareas que
tiene la teología latinoamericana hoy y a testimoniar con nuestro proceder que
otra teología es posible para que otro mundo sea posible. Eso sucederá si
nuestros jóvenes tienen visiones y nuestros ancianos sueños (Jo 3, 1-2).