miércoles, 3 de octubre de 2012

NO HAY DUDA



No hay duda, quieren nuestra aniquilación. Es la conclusión serena a la que podemos llegar después de experimentar día a día una presión,  un cuestionamiento sin razones, una destrucción sistemática, una resistencia sorda… y tantas otras cosas en la Iglesia de San Miguel de Sucumbíos.
Pero, ¿estamos locos? ¿De dónde nos surge tal convicción? ¿Qué o quién en su sano juicio dentro de la Iglesia podría querer la aniquilación de hermanos y hermanas o de comunidades cristianas en Sucumbíos? Es más, si así fuera, ¿quién podría hacer semejante atrocidad con total impunidad? Por muy increíble que pueda parecer, quien puede destruir con total impunidad o armando una buena justificación es quien actúa desde un poder divino. Sólo utilizando el nombre de Dios, o razones religiosas, o autoridad religiosa se puede en la Iglesia destruir.  Los intentos de destrucción no vienen del pobre, en cuanto que no accede al lugar donde se toman las decisiones, tampoco vienen de las mujeres porque se les ha negado por su condición sexual la pertenencia a consejos presbiterales o Conferencias Episcopales, Papados o Sagradas Congregaciones.

¿Quién tiene entonces el poder de aniquilar bajo presupuestos sagrados? Quienes están investidos de autoridad sagrada. Por supuesto, una autoridad masculina. Esto es lo que ha sucedido desde el año 2010 en Sucumbíos, cuando una Sagrada Congregación Vaticana afirma que la labor pastoral del obispo que había presentado su renuncia Gonzalo López Marañón, no es del todo conforme a los postulados de la Iglesia. Y esto después de haberlo  mantenido como obispo durante 40 años. Esto es lo que también ha ocurrido expulsando a los seis carmelitas que han dado su vida en Sucumbíos sin la más mínima explicación o acusación, contraviniendo incluso el Derecho Canónico. Y eso es lo que pretenden hacer con los sacerdotes diocesanos de Sucumbíos. Esto es lo que ocurre y se extiende cada día como una mancha de aceite en la Iglesia de Sucumbíos cuando palabras como “ISAMIS” pasan de repente a formar parte de lo no conveniente porque puede suscitar divisiones, o cuando deja de ser la sigla de la Iglesia para convertirse en un “grupo de personas”. Sectarizar es otra forma de aniquilar, una forma que parece inteligente, pero que es fácilmente desenmascarable.  Esto es lo que ocurre cuando la Iglesia Comunidad pasa a la consideración de “una forma” entre otras  de ser Iglesia en Sucumbíos y se presume que se defiende la diversidad.  Si esto ocurriera en un lugar donde no existe ninguna definición, trayectoria, historia o proceso de Iglesia Comunidad, casi puede entenderse, porque no hay un contexto de vida que avale o fundamente tal decisión.  Pero en la Iglesia de Sucumbíos no sólo hay una vida sino que hay un intento violento de supresión de esa vida.

Por otra parte, esta aniquilación para que llegue a tener los efectos que pretende,  es decir, para llegar a destruir por completo, tiene cómplices. Éstos también forman parte de la cadena de lo sagrado. No puede ser de otro modo para gozar de impunidad o para generar la duda entre la gente sencilla. ¿Cómo funcionan estos cómplices? Para poder dormir tranquilos, tienen que tener una justificación. Nadie en su sano juicio actúa mal y se queda tranquilo. Es por lo tanto totalmente necesario creer que se actúa bien. Son personas que no se preguntan o no se quieren preguntar el para qué de su presencia en Sucumbíos, qué están generando con su forma de actuar o qué le pasa a su capacidad humana cuando no pueden coordinarse o respetar a las personas que antes que ellos están queriendo vivir el evangelio en esta tierra. Tienen claro que deben actuar según una consigna y a esto le ponen el nombre de fidelidad u obediencia. Si no lo llamaran así, tendrían que reconocer que otra voluntad que no es la suya les gestiona los movimientos y decisiones o les promete un futuro mejor. Esto les resulta suficiente porque para ellos da igual formar parte de la Iglesia de Sucumbíos que de la de Riobamba, que la de Cuenca, Ibarra o cualquier otra, porque por deformación, no estudiaron la complejidad cultural, la antropología del pobre o la pedagogía del oprimido. Su  objetivo real es tener un estatus. Si ese estatus se llama academicismo, formación intelectual, barniz de latín o filosofía tomista, lo defienden cada vez que pueden y lo utilizan como arma arrojadiza contra los pobres para desautorizarlos. Saben que su presencia en Sucumbíos es temporal pero se quieren ir de aquí con la sensación de que han hecho ruido, que han implantado por fin orden en un lugar caótico. Consideran que quienes afirman que es necesario seguir los procesos de vida de las comunidades, no son obedientes sino radicales, extremistas, infieles o no suficientemente formados, o cualquier otro apelativo que les haga sentir que se trata de una pugna justificada, una defensa por el amor a valores superiores.  Esta forma de mirar no sólo esconde un cinismo terrible sino que también es totalmente desenfocada y culpable.  Pero tienen mayor responsabildiad quienes les alientan y les justifican.

Obedecer entonces a las voces, por otro lado muy minoritarias, que desde una estrategia destructiva afirman que hay que promover la diversidad  es dejarse seducir por voces de sirena. Estas voces apelan a la diversidad para implantar una homogeneidad que no tiene novedad ni proyecto. Porque no saben ni entienden las implicaciones de la diversidad. Sólo utilizan interesadamente la palabra para conseguir sus objetivos. Engañan y se engañan. Porque lo que en realidad pretenden es “legalizar” un modelo de violencia ruidosa y obtener la bendición. Ese modelo está hecho de sacramentalismo fácil, de sentimentalismo religioso,  de silencio frente a la injusticia y del consiguiente abandono del principio de la colegialidad, del discernimiento y de la participación de los pobres en la Iglesia.   Es fácil que quien no ha vivido el gozo de la participación de los pobres en la Iglesia, se deje seducir y no vea  tan importante la Iglesia Comunidad. Es fácil que quien está agobiado por el crecimiento católico, crea que hay que alentar a todos y todas las tendencias para que se produzca la armonía y la reconciliación.  Sin embargo -  insistimos -  en un contexto donde se han producido violencias que han tenido consecuencias tan duras como las que se han padecido, escuchar a quienes han sido cómplices de esta violencia al callarla, consentirla o acrecentarla no sólo es una decisión equivocada,  sino que producirá mayor confusión, desconfianza y hará el perdón muy difícil.

Mientras tanto, Dios dice: ¡basta ya! ¡Me duelen las entrañas! ¡No olviden a los pobres! Y lo dice con una palabra única, irrevocable que abarca a la totalidad y  llama a la vigilancia, a la defensa de la justicia, a la verdad sencilla, a la oración y a la inteligencia misericordiosa. ¿Escucharemos su voz?