No hay duda, quieren
nuestra aniquilación. Es la conclusión serena a la que podemos llegar después
de experimentar día a día una presión,
un cuestionamiento sin razones, una destrucción sistemática, una
resistencia sorda… y tantas otras cosas en la Iglesia de San Miguel de
Sucumbíos.
Pero, ¿estamos locos?
¿De dónde nos surge tal convicción? ¿Qué o quién en su sano juicio dentro de la
Iglesia podría querer la aniquilación de hermanos y hermanas o de comunidades
cristianas en Sucumbíos? Es más, si así fuera, ¿quién podría hacer semejante atrocidad
con total impunidad? Por muy increíble que pueda parecer, quien puede destruir
con total impunidad o armando una buena justificación es quien actúa desde un
poder divino. Sólo utilizando el nombre de Dios, o razones religiosas, o
autoridad religiosa se puede en la Iglesia destruir. Los intentos de destrucción no vienen del
pobre, en cuanto que no accede al lugar donde se toman las decisiones, tampoco
vienen de las mujeres porque se les ha negado por su condición sexual la
pertenencia a consejos presbiterales o Conferencias Episcopales, Papados o
Sagradas Congregaciones.
¿Quién tiene entonces
el poder de aniquilar bajo presupuestos sagrados? Quienes están investidos de
autoridad sagrada. Por supuesto, una autoridad masculina. Esto es lo que ha
sucedido desde el año 2010 en Sucumbíos, cuando una Sagrada Congregación
Vaticana afirma que la labor pastoral del obispo que había presentado su
renuncia Gonzalo López Marañón, no es del todo conforme a los postulados de la
Iglesia. Y esto después de haberlo
mantenido como obispo durante 40 años. Esto es lo que también ha
ocurrido expulsando a los seis carmelitas que han dado su vida en Sucumbíos sin
la más mínima explicación o acusación, contraviniendo incluso el Derecho
Canónico. Y eso es lo que pretenden hacer con los sacerdotes diocesanos de
Sucumbíos. Esto es lo que ocurre y se extiende cada día como una mancha de
aceite en la Iglesia de Sucumbíos cuando palabras como “ISAMIS” pasan de
repente a formar parte de lo no conveniente porque puede suscitar divisiones, o
cuando deja de ser la sigla de la Iglesia para convertirse en un “grupo de
personas”. Sectarizar es otra forma de aniquilar, una forma que parece
inteligente, pero que es fácilmente desenmascarable. Esto es lo que ocurre cuando la Iglesia
Comunidad pasa a la consideración de “una forma” entre otras de ser Iglesia en Sucumbíos y se presume que
se defiende la diversidad. Si esto
ocurriera en un lugar donde no existe ninguna definición, trayectoria, historia
o proceso de Iglesia Comunidad, casi puede entenderse, porque no hay un
contexto de vida que avale o fundamente tal decisión. Pero en la Iglesia de Sucumbíos no sólo hay
una vida sino que hay un intento violento de supresión de esa vida.
Por otra parte, esta
aniquilación para que llegue a tener los efectos que pretende, es decir, para llegar a destruir por
completo, tiene cómplices. Éstos también forman parte de la cadena de lo
sagrado. No puede ser de otro modo para gozar de impunidad o para generar la
duda entre la gente sencilla. ¿Cómo funcionan estos cómplices? Para poder dormir
tranquilos, tienen que tener una justificación. Nadie en su sano juicio actúa
mal y se queda tranquilo. Es por lo tanto totalmente necesario creer que se
actúa bien. Son personas que no se preguntan o no se quieren preguntar el para qué
de su presencia en Sucumbíos, qué están generando con su forma de actuar o qué
le pasa a su capacidad humana cuando no pueden coordinarse o respetar a las
personas que antes que ellos están queriendo vivir el evangelio en esta tierra.
Tienen claro que deben actuar según una consigna y a esto le ponen el nombre de
fidelidad u obediencia. Si no lo llamaran así, tendrían que reconocer que otra
voluntad que no es la suya les gestiona los movimientos y decisiones o les
promete un futuro mejor. Esto les resulta suficiente porque para ellos da igual
formar parte de la Iglesia de Sucumbíos que de la de Riobamba, que la de
Cuenca, Ibarra o cualquier otra, porque por deformación, no estudiaron la
complejidad cultural, la antropología del pobre o la pedagogía del oprimido.
Su objetivo real es tener un estatus. Si
ese estatus se llama academicismo, formación intelectual, barniz de latín o
filosofía tomista, lo defienden cada vez que pueden y lo utilizan como arma
arrojadiza contra los pobres para desautorizarlos. Saben que su presencia en
Sucumbíos es temporal pero se quieren ir de aquí con la sensación de que han
hecho ruido, que han implantado por fin orden en un lugar caótico. Consideran
que quienes afirman que es necesario seguir los procesos de vida de las comunidades,
no son obedientes sino radicales, extremistas, infieles o no suficientemente
formados, o cualquier otro apelativo que les haga sentir que se trata de una
pugna justificada, una defensa por el amor a valores superiores. Esta forma de mirar no sólo esconde un cinismo
terrible sino que también es totalmente desenfocada y culpable. Pero tienen mayor responsabildiad quienes les
alientan y les justifican.
Obedecer entonces a las
voces, por otro lado muy minoritarias, que desde una estrategia destructiva
afirman que hay que promover la diversidad es dejarse seducir por voces de sirena. Estas
voces apelan a la diversidad para implantar una homogeneidad que no tiene
novedad ni proyecto. Porque no saben ni entienden las implicaciones de la
diversidad. Sólo utilizan interesadamente la palabra para conseguir sus
objetivos. Engañan y se engañan. Porque lo que en realidad pretenden es
“legalizar” un modelo de violencia ruidosa y obtener la bendición. Ese modelo
está hecho de sacramentalismo fácil, de sentimentalismo religioso, de silencio frente a la injusticia y del
consiguiente abandono del principio de la colegialidad, del discernimiento y de
la participación de los pobres en la Iglesia.
Es fácil que quien no ha vivido el gozo de la participación de los
pobres en la Iglesia, se deje seducir y no vea
tan importante la Iglesia Comunidad. Es fácil que quien está agobiado
por el crecimiento católico, crea que hay que alentar a todos y todas las
tendencias para que se produzca la armonía y la reconciliación. Sin embargo -
insistimos - en un contexto donde
se han producido violencias que han tenido consecuencias tan duras como las que
se han padecido, escuchar a quienes han sido cómplices de esta violencia al
callarla, consentirla o acrecentarla no sólo es una decisión equivocada, sino que producirá mayor confusión,
desconfianza y hará el perdón muy difícil.
Mientras tanto, Dios dice:
¡basta ya! ¡Me duelen las entrañas! ¡No olviden a los pobres! Y lo dice con una
palabra única, irrevocable que abarca a la totalidad y llama a la vigilancia, a la defensa de la
justicia, a la verdad sencilla, a la oración y a la inteligencia
misericordiosa. ¿Escucharemos su voz?