En aquel
tiempo, al salir Jesús de Jericó en compañía de sus discípulos y de mucha
gente, un ciego llamado Bartimeo, se hallaba al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que el
que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!
Muchos lo reprendían para que se callase pero él seguía gritando todavía más
fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo
entonces y dijo: llámenlo. Y llamaron al ciego…
Mirad
que no nos entendemos, ni sabemos lo que deseamos, ni atinamos lo que pedimos.
Dadnos, Señor, luz; mirad que es más menester que al ciego que lo era de su
nacimiento, que éste deseaba ver la luz y no podía. Ahora, Señor, no se quiere
ver. ¡Oh, qué mal tan incurable! Aquí, Dios mío, se ha de mostrar vuestro
poder, aquí vuestra misericordia.
(Teresa
de Jesús, Exclamaciones 8,2)
El que se llamó a sí
mismo “Hijo del Hombre”, le dice a sus
amigos: “ustedes no saben lo que piden”. ¿De dónde surge esta afirmación? Está
dicha en el contexto del anuncio de su pasión y
muerte y mientras van de camino.
Hay que querer
profundamente a alguien y hay que ser muy libre para decirle: no sabes lo que pides. Es como confrontarle:
despierta de una vez, no entiendes nada
y estás desorientado. Ponte en otra perspectiva si no quieres terminar mal.
Jesús les estaba haciendo un favor a aquellos
amigos y discípulos aunque con esa franqueza estaba poniendo en riesgo su
amistad. De hecho, lo que provocó con
aquellas palabras fue la disputa entre
ellos. En realidad, evidenció algo que hasta ahora estaba oculto: sus
pretensiones de poder y superioridad en el seguimiento del Maestro.
Al final de su vida,
Jesús es plenamente consciente de esta falta de sintonía con el evangelio del
Reino por el que Él se entrega a sí mismo. Y en este preciso momento, el
evangelista Marcos coloca al ciego Bartimeo. Es un símbolo de lo que está
ocurriendo. Los discípulos y amigos están ciegos. Las autoridades religiosas y
políticas están ciegas. El ciego que está al borde del camino, en una situación
de exclusión social y padecimiento es el que ve.
¿Qué es lo que ve?
Ve en Jesús la
posibilidad de vida plena y restauración. Y ve lo que no están viendo sus
propios discípulos: el cumplimiento de las promesas que Dios ha hecho al
pueblo. Esa esperanza nueva y total de
cambio, de instauración de la justicia para los que han sido violentados, maltratados o
heridos.
A la visión le sigue un
movimiento: de la situación de postración, el ponerse de pie de un brinco. Y al
movimiento, la palabra: ¿qué quieres que haga por ti? Él sí sabe lo que quiere: lucidez. Y sabe lo que no
quiere: puestos de honor, ni autoridad ni poder. Menuda lección para todos. Un excluido social, alguien a quien se
prefiere evitar está evidenciando desde su situación no sólo sentido común,
sino que Dios le ha estado enseñando en secreto los misterios del Reino. Porque,
a la hora de la verdad, y a diferencia
de los discípulos, está orientado. De modo que Jesús sólo le reafirma en lo que
él ya posee. Esta reafirmación le abre a
una nueva forma de estar en la vida. Ya no estará postrado, sino de pie. Ya no
estará quieto, sino en movimiento. Ya no irá sólo sino que se convertirá en
seguidor y discípulo.
Ha sido la compasión la
que ha posibilitado el milagro que ya estaba gestándose previamente. El ciego
ha indicado el camino al mismo Jesús pidiéndole: ejercita tu compasión. Jesús ha consentido y ha recobrado las fuerzas que había perdido en la
confrontación con la ceguera de los discípulos. Ahora también Él puede
continuar por el camino y entregar su vida en bien de muchos, porque para eso
ha venido.
¿Qué podemos aprender de
esta Palabra hoy? En la Iglesia tenemos el riesgo de confundirnos en el
seguimiento de Jesús cuando no tenemos a raya nuestras ansias de poder y
prestigio. Eso nos ciega. La conciencia
de esa ceguera y de sus consecuencias nos irá devolviendo la lucidez. Pero no
es suficiente. Es preciso el ejercicio de
la compasión con los excluidos para recobrar fuerzas y reorientar el
seguimiento. Así VER y HACER no estarán separadas sino que serán dimensiones de
una misma realidad.