sábado, 19 de octubre de 2013

¿DIOS ES ASÍ? Lc 18,1-8

Nuestras percepciones son equivocadas. Confiamos en apariencias. Jesús invita continuamente a profundizar la vida. Aparentemente parece que está animando a la oración insistente, pero en realidad, dice algo que tiene muchísima más hondura. Dice algo sobre Dios y dice algo sobre la vida y las relaciones humanas.
 
LA VIDA QUE VIVE
 
Jesús toca continuamente el sistema injusto de su tiempo a través de una división y una exclusión social insostenible. Terratenientes y clase sacerdotal frente a la masa de excluidos expulsados de la tierra sin piedad. Y todo un sistema legal que ampara dicha desproporción. Lo habitual entonces es encontrar a jueces injustos a quienes no les interesa la gente y que amparan dicho estado de cosas. Frente a esa situación, las respuestas habituales de los oprimidos son aguantar y soportar, callar, buscarse la vida como se pueda y sobrevivir o buscar alianzas que les permitan salir de situaciones tan penosas. Mientras tanto los poderosos se afianzan por todos los medios posibles a su alcance.
 
EL DIOS DE JESÚS
 
Pero Jesús ve a Dios. Y lo ve liberando continuamente a la gente. Dios no consiente la injusticia. Ha escuchado el clamor de los oprimidos y tiene que hacer algo. Moisés a quien ha sacado de las aguas será su voz, sus manos y sus pies. Amós, Isaías, Jeremías y todos los profetas siguen siendo su voz, sus manos y sus pies. Pero no sólo ellos. Para Jesús la memoria de Miriam, Ruth, Judith, Esther, Noemí, Sara, Agar, Tamar, Rebeca, Raquel, Dina y tantas otras son la voz, las manos y los pies de Dios que reclaman justicia. Y lo son en cuanto que por ellas sigue estando vigente su voluntad de crecimiento y fecundidad. Y lo son en cuanto a que ellas recuerdan continuamente que todo tiene que cambiar de manera radical: la exclusión que viven los pobres, lisiados, leprosos y viudas no puede sostenerse por más tiempo. Ellas viudas, estériles, prostitutas, excluidas reclaman el derecho a la vida plena de todos y todas.
 
El Dios de Jesús es una viuda que reclama justicia al opresor. Si Moisés lo vio abriendo el mar en dos y haciendo que los egipcios se hundieran en él, Jesús lo ve como una mujer que no duda en reclamar el derecho a la justicia desde su propia situación de excluida y postergada, sabiendo que no tiene nada que perder. Una viuda, una mujer con quien la sociedad y el sistema religioso están endeudados. La Ley de Moisés debe protegerla. Como no lo hace, Dios mismo tiene que tomar la palabra y encara al juez ajeno a lo humano. Así debe ser y todo estará bien.
 
El Dios de Jesús conoce muy bien la realidad violenta y opresora. El juez injusto encarna toda esa realidad que se mantiene ajena al sufrimiento de la gente y que ha perdido a Dios.
 
LA FE que debe encontrar Dios en la tierra no es una fe doctrinal sino precisamente ésta de la viuda. La fe de una mujer que se encara a la injusticia reclamando la vida plena. Jesús se pregunta si la fe de la viuda, que es la fe de Dios, es la misma de quienes le escuchan, si esa fe es la que actúa en el momento presente, en su tierra, en su gente.
 
Buena pregunta también para nosotr@s hoy. ¿Qué fe encuentra Dios en este pueblo de Sucumbíos? ¿Es la de la viuda que reclama hasta la saciedad la justicia sin miedo a perder? La historia de esta provincia habla de esta fe. Las luchas por conseguir la luz, el alcantarillado, la unidad de la gente por reclamar la justicia, la oposición a la Texaco, la defensa de la Amazonía… dicen mucho de la fe de la viuda. También el presente: el caminar paciente de organizaciones populares que siguen uniéndose frente a los nuevos retos y las nuevas amenazas.
 
Sin embargo, no hay tiempo que perder. Hay que recibir hondamente la pregunta de Jesús si es que queremos seguir adelante y dejarnos transformar. Hay que mirar y percibir al Dios que él percibe y estar donde él se sitúa para comprender. ¿Será?