martes, 22 de octubre de 2013

LA MISIONARIEDAD, FRUTO DEL VATICANO II EN NUESTROS TIEMPOS. 2/5

Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones 2013
 
En este octubre misionero, habiendo realizado las Misiones Diocesanas en Nueva Loja con abundantes bendiciones para nuestra Iglesia y nuestro Pueblo, animados por el espíritu misionero de Aparecida que pide una Iglesia en estado de Misión, asumimos un proceso misionero de Misión Permanente y esto lo celebramos el domingo 22, en el día del DOMUND en la celebración diocesana presidida por Mons. Paolo Mietto, Administrador Apostólico.
 
Volvamos a fijarnos en el Mensaje de la Jornada Mundial de las Misiones del Papa Francisco, cuyo texto reflexionamos los misioneros y misioneras estos días. En esta segunda parte, recordamos que en el primer punto el Papa Francisco nos animaba sobre el don precioso de la fe en el Señor de la Vida y nos alentaba a compartirlo como expresión de la madurez de la comunidad de los creyentes y de manera muy especial a la periferia de los que no conocen al Señor.
 
En esta ocasión, en el numeral 2, el Papa nos contextualiza en el Año de la Fe cuyo referente es el Concilio Vaticano II para renovar la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Esto imprimió el carácter de misionariedad de cada cristiano y cristiana y de la comunidad cristiana, como algo esencial de nuestra fe. Para aterrizar estas luces es fundamental el papel de los responsables en la Iglesia, ya que se trata de algo paradigmático y no simplemente programático.
 
Aquí el numeral 2 del Mensaje:
 
El Año de la fe, a cincuenta años de distancia del inicio del Concilio Vaticano II, es un estímulo para que toda la Iglesia reciba una conciencia renovada de su presencia en el mundo contemporáneo, de su misión entre los pueblos y las naciones. La misionariedad no es sólo una cuestión de territorios geográficos, sino de pueblos, de culturas e individuos independientes, precisamente porque los “confines” de la fe no sólo atraviesan lugares y tradiciones humanas, sino el corazón de cada hombre y cada mujer. El Concilio Vaticano II destacó de manera especial cómo la tarea misionera, la tarea de ampliar los confines de la fe es un compromiso de todo bautizado y de todas las comunidades cristianas: «Viviendo el Pueblo de Dios en comunidades, sobre todo diocesanas y parroquiales, en las que de algún modo se hace visible, a ellas pertenece también dar testimonio de Cristo delante de las gentes» (Decr. Ad gentes, 37). Por tanto, se pide y se invita a toda comunidad a hacer propio el mandato confiado por Jesús a los Apóstoles de ser sus «testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8), no como un aspecto secundario de la vida cristiana, sino como un aspecto esencial: todos somos enviados por los senderos del mundo para caminar con nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de nuestra fe en Cristo y convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio. Invito a los obispos, a los sacerdotes, a los consejos presbiterales y pastorales, a cada persona y grupo responsable en la Iglesia a dar relieve a la dimensión misionera en los programas pastorales y formativos, sintiendo que el propio compromiso apostólico no está completo si no contiene el propósito de “dar testimonio de Cristo ante las naciones”, ante todos los pueblos. La misionariedad no es sólo una dimensión programática en la vida cristiana, sino también una dimensión paradigmática que afecta a todos los aspectos de la vida cristiana.