martes, 1 de octubre de 2013

EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA, YO SERÉ EL AMOR!!!

… siento la vocación de guerrero, de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir. En una palabra, siento la necesidad, el deseo de realizar por ti, Jesús, las más heroicas hazañas... Siento en mi alma el valor de un cruzado, de un zuavo pontificio. Quisiera morir por la defensa de la Iglesia en un campo de batalla...
 
Siento en mí la vocación de sacerdote. ¡Con qué amor, Jesús, te llevaría en mis manos cuando, al conjuro de mi voz, bajaras del cielo...! ¡Con qué amor te entregaría a las almas...! Pero, ¡ay!, aun deseando ser sacerdote, admiro y envidio la humildad de san Francisco de Asís y siento en mí la vocación de imitarle renunciado a la sublime dignidad del sacerdocio.
 
(…) Tengo vocación de apóstol... Quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre y plantar tu cruz gloriosa en suelo infiel. Pero Amado mío, una sola misión no sería suficiente para mí. Quisiera anunciar el Evangelio al mismo tiempo en las cinco partes del mundo, y hasta en las islas más remotas...
 
Quisiera ser misionero no sólo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y seguirlo siendo hasta la consumación de los siglos...
 
Pero, sobre todo y por encima de todo, amado Salvador mío, quisiera derramar por ti hasta la última gota de mi sangre...
 
¡El martirio! ¡El sueño de mi juventud! Un sueño que ha ido creciendo conmigo en los claustros del Carmelo... Pero siento que también este sueño mío es una locura, pues no puedo limitarme a desear una sola clase de martirio... Para quedar satisfecha, tendría que sufrirlos todos...
 
(…)
 
Como estos mis deseos me hacían sufrir durante la oración un verdadero martirio, abrí las cartas de san Pablo con el fin de buscar una respuesta. Y mis ojos se encontraron con los capítulos 12 y 13 de la primera carta a los Corintios...
 
Leí en el primero que no todos pueden ser apóstoles, o profetas, o doctores, etc...; que la Iglesia está compuesta de diferentes miembros, y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano.
 
... La respuesta estaba clara, pero no colmaba mis deseos ni me daba la paz...
 
Seguí leyendo, sin desanimarme, y esta frase me reconfortó: «Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino inigualable». Y el apóstol va explicando cómo los mejores carismas nada son sin el amor... Y que la caridad es ese camino inigualable que conduce a Dios con total seguridad.
 
Podía, por fin, descansar... Al mirar el cuerpo místico de la Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por san Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos ellos...
 
La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor.
 
Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre...
 
Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares... En una palabra, ¡que el amor es eterno...! Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío..., al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor...! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado... En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor... Así lo seré todo... ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad...!!!
 
 
Hoy, fiesta de Teresita, queremos compartir y celebrar con ella esa pasión misionera. Hace cinco años sus restos pasaban por nuestra Iglesia de Sucumbíos. Y nos contagiaba de ese amor y de esa pasión por “las almas” (las personas).
 
El espíritu misionero de la Madre Teresa, y la pasión de Teresita… han motivado a lo largo de la historia a muchos Carmelitas a vivir ese espíritu misionero. Promotores de Propaganda Fide. Grandes misioneros en Persia, en la India, en México, en América Latina… Este espíritu y esa pasión fueron los que movieron a Mons. Gonzalo y al grupo de Carmelitas a vivir este gran amor a la Iglesia y a comprometerse en la construcción de una Iglesia Misionera, capaz de ser Buena Noticia para la gente de Sucumbíos.
 
Y ese fue el Espíritu que Monseñor Gonzalo quiso infundir en las COIM. Para que desde las bases, las familias y las comunidades, llenas de ese espíritu y de esa pasión, se constituyeran en el fermento y en la fuerza para una Iglesia viva, alegre, desde los pobres y para los pobres como quiere el Papa Francisco, una Iglesia misionera capaz de llevar el mensaje de esperanza y de vida que nos trajo Jesús.
 
Por eso queremos hoy día solidarizarnos con los Carmelitas de Sucumbíos, con las COIM, y con toda la Iglesia de San Miguel de Sucumbíos y celebrar con ellos la vida y la pasión de esa gran mujer que fue Teresa de Lisieux. Al tiempo que le pedimos que siga haciendo caer sobre la Iglesia de Sucumbíos esa lluvia de rosas que prometió, para conseguir la Paz y la Reconciliación.