sábado, 5 de octubre de 2013

RECUPERAR LA ALEGRÍA

Lc 10,17-24 5 OCTBRE 2013 - RECUPERAR LA ALEGRÍA



Estamos en misión. Esto significa que escuchamos el llamado de Jesús a ponernos en camino. Y hacerlo sabiendo que se nos empuja a vivir en medio de lobos. Ésta es la experiencia de un hombre que no sólo ha profundizado en la condición humana sino que el “padecer” con ella le ha llevado a tener clara conciencia de lo que está sucediendo. No es la conciencia del político, ni tampoco del hombre religioso. Ni de un agrio crítico social. Es la conciencia de alguien que “sabe lo que pasa”. Sabe de la conflictividad de la vida, sabe de las relaciones interesadas, de la ambición y de la maldad. Por eso, quiere que quienes le siguen estén en vigilia y preparados y que vivan lo que Él mismo ya está experimentando.

¿En qué consistiría esa preparación y experiencia? ¿En saber articular maravillosos discursos? ¿En estar al hilo del último chisme? Desde luego que no. La vigilancia que es condición del seguimiento es: NO DEJARSE LLEVAR POR LA AMBICIÓN Y LOS DESEOS DE PODER EN LA VIDA COTIDIANA. Y vivir sencillamente como gente entre la gente, aprender con ella, estar en clave de compartir la vida, ESCUCHAR HONDAMENTE y al fin, poder ofrecer paz y esperanza.

La ambición y el poder es una tentación de la que hay que huir. El bastón de mando o seguridad, las previsiones de futuro y la acumulación van de la mano del poder. Parece que los discípulos se meten en esa aventura. Vuelven y comunican.

Sin embargo, Jesús se da cuenta de que no están del todo en su misma dinámica, que en realidad su alegría es bastante frágil. ¿Por qué? Y es que vienen contentos porque se les someten los demonios. Sienten que han ejercido un poder sobre el mal. Ese orgullo les produce alegría. Pero para Jesús no es la alegría del Reino de Dios.

No parecen expresar alegría por haber experimentado en propia carne la desnudez de sentirse tan pequeños como la gente con la que han compartido, por las experiencias de encuentro, por los signos de paz que han reconocido en medio de la dureza… sienten alegría sino porque se les someten los demonios.

Ese gozo tan frágil y poco duradero es el que Jesús quiere que disciernan porque tiene su base en esa parte del “yo” que no se conmueve lo más mínimo ni tampoco pone en crisis la propia manera de entender la vida, los criterios, ni mueve a cambio alguno sobre las actitudes.

No, la alegría de Jesús, la alegría verdadera viene de otro lugar. Viene de una forma especial de contacto con el pobre en quien Dios revela su sabiduría. El pobre no es alguien a quien paternalista o maternalistamente hay que auxilia. El pobre es un sujeto, una persona en quien Dios trabaja la sabiduría. Jesús se identifica plenamente con ellos y ellas en la medida que también “sabe lo que pasa” y deja trabajar a Dios en Él. Esa sabiduría no es una consecución voluntarista ni fruto del esfuerzo sino puro don de Dios que confunde a los llamados sabios y entendidos de este mundo.

También Francisco de Asís, cuya fiesta celebramos recientemente, ha comprendido y experimentado esta clase de alegría dando un pequeño paso: despojarse de toda atadura y de toda relación con lo que sea poder, ambición o vanagloria.

Por eso, para Jesús los reyes y algunos profetas no pueden disfrutar de este tipo de gozo, puesto que están atados por ambiciones, poderes y prestigios y no entran por la puerta del pobre.

El reto que esta Palabra nos trae es inmenso. No sólo porque las situaciones de injusticia son globales y hay que denunciarlas y combatirlas, sino porque cuestiona abiertamente la mentalidad y actitudes de los discípulos y discípulas de Jesús quienes pueden dejarse esclavizar fácilmente por las ambiciones y poderes. Jesús viene a interpelar a su Iglesia a que tenga la valentía de cuestionar su propia estructura de poder, sea patriarcal o de otro tipo para que pueda recuperar el gozo y la alegría que viene del evangelio. Podemos preguntarnos: ¿de dónde viene la fuente de nuestra alegría?

Si examinamos con verdad nuestras alegrías, quizás descubriremos agazapada y oculta una ambicioncilla oculta para combatir. Si lo hacemos, Dios nos hará a imagen de Jesús, el que sabe.