En este mes de octubre
marcado por las Misiones, animamos nuestro compromiso misionero realizando las
Misiones Diocesanas y Populares en nuestra ciudad de Nueva Loja. Presentamos el
Mensaje del Papa Francisco para la presente Jornada Mundial de las Misiones
para celebrar el DOMUND este próximo domingo. El Mensaje del Papa, en este Año
de la Fe, nos anima al compromiso misionero, partiendo de la experiencia de fe
que vivimos, impulsada por el Concilio Vaticano II. En la Iglesia de San Miguel
de Sucumbíos, esta experiencia de fe, está marcada por la experiencia de fe de
la comunidad de creyentes, como insiste el Papa. Somos una comunidad adulta que
comparte su fe.
A continuación
presentamos la primera parte este Mensaje.
Queridos hermanos y
hermanas:
Este año
celebramos la Jornada Mundial de las Misiones mientras se clausura el Año de la fe, ocasión importante para
fortalecer nuestra amistad con el Señor y nuestro camino como Iglesia que
anuncia el Evangelio con valentía. En esta prospectiva, quisiera proponer
algunas reflexiones.
1. La fe es un don precioso
de Dios, que abre nuestra mente para que lo podamos conocer y amar,
Él quiere relacionarse con nosotros para hacernos partícipes de su misma vida y
hacer que la nuestra esté más llena de significado, que sea más buena, más
bella. Dios nos ama. Pero la fe necesita ser acogida,
es decir, necesita nuestra respuesta personal, el coraje de poner nuestra
confianza en Dios, de vivir su amor, agradecidos por su infinita misericordia.
Es un don que no se reserva sólo a unos pocos, sino que se ofrece a todos
generosamente. Todo el mundo debería poder experimentar la alegría de ser
amados por Dios, el gozo de la salvación. Y es un
don que no se puede conservar para uno mismo, sino que debe ser compartido.
Si queremos guardarlo sólo para nosotros mismos, nos convertiremos en
cristianos aislados, estériles y enfermos. El
anuncio del Evangelio es parte del ser discípulos de Cristo y es un compromiso
constante que anima toda la vida de la Iglesia. «El impulso misionero es una
señal clara de la madurez de una comunidad eclesial» (Benedicto XVI,
Exhort. ap. Verbum Domini, 95). Toda comunidad es
“adulta”, cuando profesa la fe, la celebra con alegría en la liturgia, vive la
caridad y proclama la Palabra de Dios sin descanso, saliendo
del propio ambiente para llevarla también a las “periferia”,
especialmente a aquellas que aún no han tenido la oportunidad de conocer a
Cristo. La fuerza de nuestra fe, a nivel personal y
comunitario, también se mide por la capacidad de comunicarla a los demás,
de difundirla, de vivirla en la caridad, de dar testimonio a las personas que
encontramos y que comparten con nosotros el camino de la vida.